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Tras esto, el libro VI comienza cuando Sócrates afirma que se ha manifestado qué son los filósofos y qué los no filósofos, a lo que sigue una descripción de la naturaleza filosófica: «que siempre aman aquel estudio que les hace patente la realidad siempre existente y que no deambula sometido a la generación y la corrupción», «que la aman integra [la sabiduría], sin rechazar parte alguna de ella», «la no admisión voluntaria de la falsedad», que hayan «fluido los deseos hacia el conocimiento […], éstos conciernen al placer del alma misma y por sí misma, y abandonan los placeres corporales», «moderado y de ningún modo amante de las riquezas». Hasta aquí lo que corresponde a la definición positiva; pero hay más, falta discernir la naturaleza del filósofo de la del que no lo es: «a una naturaleza cobarde y servir no le corresponde tomar parte en la verdadera filosofía», ni ser «difícil del tratar o injusta». A más de esto, debe aprender fácilmente, tener buena memoria, estar naturalmente dotado de mesura y gracia, que «se deje guiar fácilmente a lo que es cada cosa».1

Esto es lo que exige Platón a quienes puedan llegar a ejercer la filosofía. Nunca abandona, sin embargo, la visión que lo ha llevado hasta este punto: buscar al mejor hombre para que se encargue del gobierno del Estado y que, sabiendo la verdad de las cosas, pueda conocer en cada caso qué hacer para conservar en él la justicia, y evitar así su decaimiento y degeneración.

Más adelante continuará esta labor, cuando describe el modo en el que el Estado ha de disponer la educación para llevar a los de naturaleza filosófica a la contemplación del Bien, a la culminación de su filosofía. Es patente, por lo tanto, que hay una división de los pobladores del Estado por lo que hace a la definición del filósofo. Es decir, en el sentido más originario, el filósofo es tal por naturaleza; en este sentido la filosofía no puede enseñarse, no hay manera en que se adquiera una disposición para la que no se es apto, quizás la disposición misma dependa de las aptitudes pues, al carecer de ellas, se está imposibilitado para poder experimentarlas y siendo así, jamás podrá haber una tendencia hacia el saber. Por otro lado, si bien la naturaleza es filosófica de suyo, también es necesario que haya un proceso educativo que encause esta tendencia y la lleve hasta su objetivo: el conocimiento de lo que es: la filosofía consumada. Es decir, se hayan dos tipos de filosofía; el primero se refiere a ésta propiamente dicha, como tendencia del alma; el segundo, a la consumación de esta tendencia con la aprehensión de la realidad última.


  1. Cfr.: 485b-486d