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La cohesión entre estas tres alegorías es tanta que bien podría decirse que se trata de una sola que, obligada por el enfoque del tema que principalmente se desarrolla, funciona con diferentes esquemas1; además, se van presentando según la relevancia del tema y en el entendido de que la comprensión de la anterior es necesaria para poder presentar la siguiente. Así, la del sol sería preeminentemente ontológica; la de la línea, epistémica; y la de la caverna, política; sin que esto quiera decir que cada una se ocupe sólo de eso, sino que más bien los temas se van introduciendo en cada una, tomando la anterior como presupuesta, llegando hasta lo que desde el principio se buscaba. En efecto, lo que inmediatamente precede a la alegoría del sol es una digresión acerca de en lo que consistía el estudio supremo, y esto porque era necesario que el gobernante tuviera el conocimiento de la realidad como es, de tal manera que pudieran organizar el estado conforme al modelo de la verdad y así continuar la labor de los legisladores, que son los participantes del diálogo. Al final, después de la alegoría de la caverna, se prosigue con la definición de lo que constituiría los estudios que habrían de llevar los gobernantes hasta ser tales.

Lo anterior significa que estas alegorías constituyen un paréntesis en el desarrollo del discurso de la constitución del Estado, un paréntesis del todo necesario, indispensable, en el que se desciende desde el orden general de la realidad y, cada vez más específicamente, describe -pasando por lo epistémico- las relaciones sociales del filósofo con los demás pobladores, hasta llegar a aterrizar nuevamente en el camino que conduce al estudio supremo, y al único conocimiento que puede garantizar la continuidad de la perfección en la constitución del Estado. De tal manera que la propedéutica que se presenta en seguida es la conclusión necesaria a partir de las premisas que se expusieron en las alegorías precedentes.

Es por eso que en este trabajo se ha hecho necesario también la consideración de las alegorías para, a partir de ahí, conocer el lugar del filósofo, y se estará volviendo sobre ellas en lo sucesivo.


  1. Dice Raven “lo que es de importancia primaria es que estas tres grandes figuras, el Sol, la Línea Dividida y la Caverna, deben siempre ser tratados, no como tres totalidades separadas e independientes, como las tres imágenes de un tríptico, sino como tres partes interrelacionadas y complementarias que componen una sola totalidad, como las tres patas de un tripie” (op. cit., p. 32).