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Desde que comienza la descripción del Estado ideal se insiste en que cada quién debe hacer lo que le corresponde según su naturaleza, éste es el principio fundador, que opera aún antes de que en él se encuentre a la justicia. Ya en II 370c, cuando todavía se describe la fundación del Estado sano, en oposición al afiebrado -que surgirá luego de que se incluyan lujos como necesidades-, se manifiesta que «se producirán más cosas y mejor y más fácilmente si cada uno trabaja en el momento oportuno y acorde con sus aptitudes naturales». Pero la primera vez que se hace una distinción según la naturaleza [φύσις] es en II 374e: «Nuestra tarea sería entonces […] decidir qué naturalezas y de qué índole son las apropiadas para ser guardián del Estado», a lo que sigue una exposición de la naturaleza del guardián, y de su educación. Más tarde, en V 474b-c, se provoca una segunda distinción, que, más bien, es una escisión del grupo de los guardianes: «se hace necesario […] determinar a qué filósofos aludimos cuando nos atrevimos a afirmar que ellos deben gobernar, de modo que, distinguiéndolos, podamos defendernos, mostrando que a unos corresponde por naturaleza aplicarse a la filosofía y al gobierno del Estado, en tanto a los demás dejar incólume a la filosofía y obedecer al que manda».

Dicha distinción encuentra sustento, además, en la división tripartita que se hace, análogamente, en el alma y en el Estado (cfr.: 440e ss.). En éste se distinguen las clases de los gobernantes, los guardianes y los artesanos; en aquélla, la razón, la fogosidad y el apetito, y «hemos convenido que en el alma hay las mismas clases -e idénticas en cantidad- que en el Estado»1. En el alma «al raciocinio corresponde mandar, por ser sabio y tener a su cuidad el alma entera, y a la fogosidad ser servidor y aliado de aquél. […] Y estas dos especies, criadas de ese modo [por medio de la gimnasia y la música] y tras haber aprendido lo suyo y haber sido educadas verdaderamente gobernarán sobre lo apetitivo, que es lo que más abunda en cada alma y que es, por su naturaleza, insaciablemente ávido de riquezas […]»2. De su lado, la justicia en el Estado consiste en «el poder de que en él cada individuo haga lo suyo»3, y también «la dispersión de las tres clases existentes en múltiples tareas y el intercambio de una por la otra es la mayor injuria contra el Estado y lo más correcto sería considerarlo como la mayor villanía»4.

Conviene no olvidar la relación de analogía que se presenta entre Estado y alma, tener presente, cuando se hable de una, la consecuencia que implica en el otro, y viceversa. Nos quedan pues, del lado del Estado, los gobernantes, guardianes y artesanos; del lado del alma, la razón, la fogosidad y el apetito. En ambos casos la justicia es que quien debe mandar mande y quien debe obedecer, obedezca.


  1. IV 441c

  2. IV 441e-442a

  3. IV 432d

  4. IV 434b-c