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Una vez definida el alma filosófica y acotado lo que quiere decirse por educación, se continúa con la descripción del proceso formativo del filósofo. Por esto se procede a examinar los estudios que han de realizarse. Antes se había dicho que los guardianes habían de educarse mediante la gimnasia y la música (en II 376e), tendiendo a modelar su cuerpo y su carácter. Esta parte es la que corresponde a la sección γ de la línea, donde lo que ocurre no es conocimiento sino experiencia, que es todo lo posible en lo referente a los cuerpos y al devenir; ejercitar el cuerpo y desarrollar sus habilidades es el paso primero, pues, además, debe recordarse que, si bien se está hablando de la formación del filósofo, ésta será compartida por todos los guardianes -y el filósofo mismo será guardián- la mayor parte del tiempo, hasta entrados en los temas de la dialéctica. De aquí surge también una exigencia hacia los estudios que están a punto de describirse: que sirvan también para el ejercicio de la guerra (cfr.: 521d); ésta, aunada a la evidente: que sean estudios tendientes hacia la adecuación del alma a lo que es uno, permanente y semejante a sí mismo y, después, a la idea de la existencia y esencia de lo que es, al Bien.
Antes de pasar a la descripción de los estudios se define lo que son “objetos que estimulan el pensamiento”, que resultan ser aquellos que encierran una contradicción en su percepción (los ejemplos que se dan son duro-blando, liviano-pesado, grande-pequeño), es decir, aquellos que hacen patente que cada uno de estos conceptos no son manifiestos cono tales en la percepción, sino que deben buscarse más allá de ésta; en los que se puede ver que, siendo uno, participan a la vez de varias cualidades, pero de ninguna absolutamente (aquí, todavía nos encontramos en γ). Ésta será la guía para determinar los estudios que acarrearían provecho para los objetivos que se persiguen.
Las materias de estudio son, en el mismo orden en el que deben aprenderse, aritmética, geometría, estereometría o ‘geometría de sólidos’, astronomía, armonía musical (todo esto correspondiente a la sección β) y, por último, la dialéctica (α). En cada uno de estos casos se reitera que hay que estudiarlos, pero no del modo en el que lo hacen quienes están especializados en esas áreas sino, por así decirlo, con una mirada filosófica, en cada caso no limitándose sólo a saber cómo son las cosas, sin por qué son así, ni a investigarlas como si se tratara de armar un rompecabezas o de algún otro juego lógico simplemente, sino atendiendo a su esencia. Todos estos estudios, a pesar de ser tratados de esta manera, siguen correspondiendo al ámbito de la sección β, pues no pueden librarse de los supuestos. Platón establece la relación con la alegoría de la caverna: «todo este tratamiento que hemos descrito tiene el mismo poder de elevar lo mejor que hay en el alma hasta la contemplación del mejor de todos los entes, tal como en nuestra alegoría se elevaba el órgano más penetrante del cuerpo hacia la contemplación de lo más brillante del ámbito visible y de la índole del cuerpo»1.
Resta hablar de la dialéctica, verdadera formación filosófica, y de la que los estudios anteriores no fueron sino preludio («podemos afirmar también que el poder dialéctico sólo se revelará a aquel que sea experto en los estudios que hemos descrito, y que cualquier otro es incapaz» [533a]). Se nos dice que
El método dialéctico es el único que marcha, cancelando los supuestos, hasta el principio mismo, a fin de consolidarse allí. Y dicho método empuja poco a poco al ojo del alma, cuando está sumergido realmente en el fango de la ignorancia, y lo eleva a las alturas, utilizando como asistentes auxiliares para esta conversión a las artes que hemos descrito2
En seguida se reafirma el tratamiento que debe darse a los estudios, desde una mirada filosófica. Especialmente en tratándose del Bien:
Aquél que no pueda distinguir la Idea del Bien con la razón, abstrayéndola de las demás, y no pueda atravesar todas las dificultades como en medio de la batalla, ni aplicarse a la búsqueda -no según la apariencia sino según la esencia- y tampoco hacer la marcha por todos estos lugares con un razonamiento que no decaiga, no dirás que semejante hombre posee el conocimiento del Bien en sí ni de ninguna otra cosa buena; sino que, si alcanza una imagen de Éste, será por la opinión, no por la ciencia; y que en su vida actual está soñando y durmiendo, y que bajará al hades antes de poder despertar aquí, para acabar durmiendo perfectamente allá.3
No sólo explica la forma adecuada en que debe darse cuenta del conocimiento del Bien, sino que también se trata del caso de que alguien, sin la vocación ni el conocimiento filosófico, llegue a tener una ‘imagen’ del Bien; en efecto éste que hablará de ella, pero sin conocimiento, simplemente por imitación, a la manera como el pintor (en el libro X, 601b ss.) es perfectamente capaz de reproducir la imagen de la cama, pero no de dar cuenta de su constitución, método de fabricación, forma más excelente, etcétera; es decir, sin conocerla.
En lo que sigue se describen los tiempos apropiados para cada uno de los estudios, que, a su vez servirán de filtro, para determinar quiénes deben continuar con la formación filosófica. En primer lugar, desde niños se les instruirá en la gimnasia y se les llevará a la guerra4, terminando la gimnasia obligatoria, a los más ágiles «hay que admitirlos dentro de un número selecto», en el que se enseñarán, jugando, las materias que se ha visto. A los 20 años se realizará una nueva selección entre los que destaquen en sus estudios, orientándolos hacia una «visión sinóptica de las afinidades de los estudios entre sí y de la naturaleza de lo que es». A los 30, nuevamente se seleccionará a los más destacados del grupo anterior, y esta vez se dedicarán sólo al ejercicio de la dialéctica durante cinco años. De los 35 a los 50 se les hará «descender a la caverna» y desempeñar cargos administrativos y mandos militares, para que obtengan experiencia y, además, para probar si sus opiniones permanecen a pesar de ocupar un cargo de poder, con todas sus vicisitudes (abuso de poder, adulaciones, etcétera). Pasados estos quince años,
hay que conducir hasta el final a quienes hayan salido airosos de las pruebas y se hayan acreditado como los mejores en todo sentido, tanto en los hechos como en las disciplinas científicas, y se les debe forzar a elevar el ojo del alma para mirar hacia lo que proporciona luz a todas las cosas; y, tras ver el Bien en sí, sirviéndose de éste como paradigma, organizar durante el resto de sus vidas -cada uno a su turno- el Estado, los particulares y a sí mismos, pasando la mayor parte del tiempo con la filosofía […]5
Éste es el final de la formación filosófica, al que se accederá sólo si se tienen la disposición natural y la educación adecuadas, debiendo sortear todos los obstáculos de toda índole que en el camino se presenten, dirigiendo la mirada siempre hacia lo más alto y, sobre todo, disfrutando del placer que hay en ello, pues de otra manera es inevitable que se aparte de un camino que lo hace infeliz.