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En los libros VI y VII de La República se nos presentan, una tras otra, tres alegorías en las que se expone la teoría de las Formas; cada una de ellas la explica desde una perspectiva particular (aunque cada una abarque en sí todos los aspectos medulares). Las tres, sin embargo, forman un solo conjunto en el que se explican ontología, epistemología y política, sin que, por otro lado, quepa tratar estos temas por separado en el estudio de este diálogo. No sólo una sucede inmediatamente a la otra, sino que hay una relación causal: cada una de ellas abre al camino a la siguiente, que presupone la anterior, y a su vez, explica aspectos que pudieron quedar confusos en las primeras.
La primera que se nos presenta es la del sol. Como antecedente, en vi 504d, Sócrates afirma que hay un estudio supremo, del que no pueden prescindir los gobernantes, que es el estudio del Bien. Tras refutar que el Bien se identifique con el placer (pues hay placeres malos) o con la inteligencia (pues toda inteligencia ha de dirigirse a algo, que no puede ser más que el Bien, con lo que no se dice nada), Sócrates procede a describir lo que refiere como el “vástago del Bien”, pero, antes de continuar, manifiesta explícitamente la existencia de las Ideas y establece la fundamental división entre el mundo de lo sensible y el de lo inteligible, que estará presente y será de gran importancia en las alegorías siguientes: «Y de aquellas cosas [las múltiples] decimos que son vistas pero no pensadas, mientas que, por su parte, las Ideas son pensadas, mas no vistas»1.
La analogía consiste en lo siguiente. El sol es causa de la luz, la que, aunada a «la vista en el ojo» y «el color en el objeto», es causa de la visibilidad del mundo; sin embargo, cuando no hay la luz del sol, sino «el resplandor de la luna», parece que la vista no fuera clara, sino débil. Por el otro lado,
Del mismo modo [que piensas lo que corresponde al ojo] piensa lo que corresponde al alma: cuando fija la mirada en objetos sobre los cuales brilla la verdad y lo que es, intelige, conoce y parece tener inteligencia; pero cuando se vuelve hacia lo sumergido en la obscuridad, que nace y perece, entonces opina y percibe débilmente con opiniones que la hacen ir de aquí para allá, y da la impresión de no tener inteligencia.2
Las correspondencias quedan así: Sol - Idea del Bien; luz - verdad; vista - inteligencia; objetos visibles - objetos inteligibles. La Idea del Bien es, entonces, la causa de la verdad y, por consiguiente, de la inteligibilidad de los objetos inteligibles (que corresponderán al segmento superior de la línea en la alegoría siguiente). Queda pendiente todavía la otra parte de la alegoría, la que corresponde al resplandor de la luna; según mi parecer, la luna representaría al sol visible en la realidad, su resplandor sería la luz, etcétera.
En este caso operaría una distinción tajante entre dos niveles de claridad, tanto del lado de lo visible como del de lo inteligible. Del lado de lo visible estarían el sol/día contra la luna/noche y del otro el Bien/inteligencia contra la multiplicidad/opinión. Así, separando cada uno de los significados de la alegoría (el literal y el figurado, que a su vez se dividen, cada uno, en dos niveles de claridad), tendríamos que hay una relación que se repite, siendo en un caso (el literal) la más clara y en el otro (el figurado) la más obscura (Cfr.: fig. 1).