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No hay otra manera en la que pueda entenderse el filosofar y la filosofía, porque cualquier otra tendría que, necesariamente, buscar el conocimiento a partir de o en vista de otra cosa, por lo que sería mucho menos que impertinente llamarlo filosofía y no con otra denominación de cualquier otra filia de la que la filosofía fuera sólo una derivación bastante menos que inauténtica. Pero esto nos lleva a buscar la otra parte del filosofar, la parte que se refiere propiamente al saber, y para esto hay que entender lo que es el engaño y lo que es la verdad.

El engaño no es una cosa, sino que es una relación; y esta relación no puede ser de dos cosas que sean en el mismo ámbito, pues para que el engaño se manifieste, éste deberá ser evidenciado por la contradicción, como la existencia es contradicha por la muerte. Pero esta contradicción no es de hecho, porque lo que ya está existiendo de hecho no puede ser contradictorio, porque alguno de los términos tendría que desaparecer, como pasa que donde hay vida no hay muerte ni viceversa. Toda contradicción, todo engaño surge a partir del lenguaje y de la razón y de su confrontación con la realidad presencial; o, lo que es lo mismo, de lo permanente y abstracto con lo inmediato devinienete. Por esto no ocurre que las percepciones se tomen como verdaderas, sino como ciertas, pues la verdad es algo que no puede conocerse sólo sensiblemente, porque la verdad sólo puede ser tal como respuesta al engaño. Aquí es donde se puede ver cómo sólo a partir del lenguaje es posible el engaño y la mentira1; porque con el lenguaje se quiere atrapar, por una repetición de un concepto-palabra siempre igual, siempre lo mismo; pero la realidad se muestra siempre distinta. Sólo a partir de la distinción de estos ámbitos puede darse este engaño; pero, sin embargo, éste sólo puede solucionarse dentro de uno de los dos; dentro del lenguaje y la razón mismos, ya que sólo ellos son los que pueden contradecir, porque son los únicos que, propiamente, dicen.

Es pues, de esta manera, como aparece el segundo de los ámbitos que al principio se manifestaron como enfrentados: la φιλία y la σοφία. Esta última, entonces, solamente puede encontrarse o, cuando menos, buscarse, en al ámbito de lo racional y lo lingüístico y, aunque no cabe hacer aquí una distinción exhaustiva de ambos, tampoco me parece que se precise para entender lo que se dice; pues bastará con decir que hay una manera de filosofar o una forma filosófica hablar y de razonar, esta forma, sin embargo, no puede definirse como única; y si bien en occidente se nos ha manifestado como un discurso que da razones, el hecho de no darlas, es decir, de no manifestarlas ante otro, no implica que no las haya. Esto quiere decir, que si bien la racionalidad y la lingüisticidad son constitutivas de la filosofía, una cierta o determinada forma de ellas no lo es.

Un saber filosófico, por lo tanto, no se caracteriza por la manera en la que se dice, y es un error pensar lo contrario, pues no sólo se estaría tomando una parte por el todo, sino la parte menos característica por la más; pues, en efecto, casi cada actividad humana tiene su forma discursiva particular y, al no haber una forma discursiva propiamente filosófica, sino que las maneras aceptadas y las razones aceptables son más bien históricas y dependientes de un marco socio-cultural más amplio, no hay manera en la que se determine lo filosófico sólo por un estilo discursivo; muy por el contrario, la forma en la que se dice está determinada por lo histórico y, sin embargo, este impulso, esta φιλία, esta necesidad de superar el engaño de la vida, es la que siempre determina el contenido.


  1. Por razones prácticas, se distingue el engaño de la mentira tomando al primero como una contradicción entre dos ámbitos desde la perspectiva de un sujeto, mientras que la mentira sería un engaño inducido por otro.