5.1

La soledad es el estatuto ontológico ineluctable. Yo soy aparte de todo lo demás; todo lo ente permanece siendo sí y es imposible que alcance una entidad ajena. Lo que Soy no puede ser llevado a otro, ni lo propio de otro puede traerse a lo de Mí. No hay una comunidad entitativa; no hay encuentro con lo otro en tanto ente, ni hay manera alguna de concebir que así fuera; no hay fusión y, de haberla, la entidad que surgiera sería distinta de lo Mío y de lo otro que nos alcanzáramos.

El compartir lo Mío con lo de otro —ya se ha visto— es imposible: Lo que no hay dentro de Mí —aunque sea como conocimiento— no me existe, y no hay posibilidad ninguna de que lo note. Mi soledad ontológica es absoluta.

Empero, en la dimensión existencial de lo que Soy se supera —por el conocimiento— la eterna actualidad de lo entitativo; se abre lo que Soy para que me alcance lo otro. Pero esa apertura no deja que lo ajeno penetre en lo Mío, ni lo pretende; pretende sólo conocerlo para determinar su movimiento, para mejor conservarse siendo que en la impasividad inconsciente y pobre de la petrificación. Es como abrir una pequeña ventana en una inmensa habitación de gruesos muros y de obscuridad, pero esa ventana no es para que entre lo de afuera, sino para notarlo, para enterarse de su actuación por lo que llega a la ventana de lo otro; una ventana, por cierto, con un vidrio inamovible completamente determinado desde dentro, en el que las sombras que se reflejan manifiestan lo que afuera pasa y así, viendo sombras, se debe encontrar lo que lo otro hace. Algo así, al fin, es la consciencia [existencia].

En tal existencia se abre lo que Soy para que lo otro lo penetre, para que lo otro afecte su entidad; afección que es mínima para lo que Soy, pero que lo es todo para lo que existo. El acto sensitivo es la fundación de la consciencia: el Yo-ente recibe de lo otro lo que le toca, lo que lo afecta en tanto adecuado a su sensitividad; pero lo que determina tal es la capacidad receptiva del cuerpo que Soy. El contacto de mi entidad con lo otro es posible sólo en tanto que lo otro que le llega corresponde con su capacidad para recibirlo, si puede excitar la facultad excitable, y aún más, esa capacidad no es como tal de recibir el ente otro, sino de resentir los efectos que su manifestación provoca en lo de Mí: es el toque de Midas, que todo lo convierte en lo que busco. Así, lo que Soy se permite una violación mínima en aras de conocer lo del mundo y de conocerse él en lo del mundo, pues la misma sensitividad es ya apelante al Yo en tanto que lo viola sensitivamente y se encuentra con su entidad; en el acaecer mismo, como consustancial a lo sensitivo, se dan la determinación placentera y dolorosa, la concepción, etcétera.

Pero tampoco se piense que es la dimensión existencial la que comuniza lo de Mí con lo ajeno, pues lo que en ella aparece es el conocimiento mío de lo otro que me enfrenta, no la entidad de lo que es, y ni aun toda su manifestación —para mí— sensible, pues la percepción que me toca todavía depende del ángulo en que lo vea, de la posición de mi oído, de la cercanía de mi piel con su superficie, etcétera. No es —no puede ser nunca— que el conocimiento que tengo de lo otro sea común con lo que el otro tiene de sí como sí, ni con lo que conoce de sí mismo; lo que hay en mi consciencia no puede comulgar con lo que hay en la realidad, aunque el conocimiento se derive de su manifestación {de lo real} hacia Mí. No es la existencia el lugar en donde se comunica lo otro conmigo, pero sí es en donde ocurre la comunidad, hasta donde ésta es posible.

Comunicarme con lo ajeno o lo ajeno conmigo no es llevar lo Mío a lo de otro, ni al revés: es poner lo que se me da sólo intensivamente en un lugar común, desde donde pueda darse a algún otro distinto de Mí: la realidad. En efecto, la realidad en la que me muevo es compartida por todo lo ente y, consecuentemente, por todo lo animado. Lo ente entre lo que anda todo lo ente es lo mismo, pero eso no quiere decir que lo que nos enfrenta sensitivamente sea lo mismo: lo que le llega a cada uno es la manifestación que le toca de lo real y bajo las condiciones sólo bajo las cuales le es posible el contacto; lo que llega sensitivamente a fundar mi consciencia —y la de cada uno en cada caso— es, entonces, dependiente de mi situación. Pero este sitio no sólo se define por el lugar en el que estoy, ni por lo que esté pasando ante Mí: Mi sitio es lo que tengo de Mí en cada momento, como una totalidad existencial, el estado particular aquí y ahora de lo que Soy —y, por lo tanto, de lo que existo—. Es decir, que se trata de todo lo que en este momento conozco [lo que ocurre a mi consciencia]1 y que depende de lo que me objete sensitivamente y de su concepción. La situación, pues, también depende del estado de mi motivación, de lo que mi entidad responda por lo que le apela —y por esto mismo— de las instancias [lo instinto-instituido] de lo que Soy.

Entonces, que la realidad sea común a todos no quiere decir que se esté entre lo mismo o ante lo mismo (aunque sí se es entre y ante la misma realidad); la propia individualidad del Yo-ente hace imposible que se ocupe la misma perspectiva entitativa que otro. El encuentro posible de cada ente animado con lo que le toca entitativamente —ya se ha dicho— lo determinan su propia capacidad sensitiva y las instancias de su entidad; así, si ha de ser posible que alguna ocurrencia de mi consciencia ocurra en alguna ajena, esto tiene que pasar por sensitividades y concepciones semejantes; entonces, es precisamente a partir de aquí que se ha de comenzar a buscar lo que podría entenderse por comunidad. La realidad funge así como el vínculo de comunicación [como el medio que comuniza [comunica]], y esto no por el hecho mismo de encontrarse ahí el Yo-ente entre los otros entes con los que se busca comunicar, sino porque lo que él realiza en ella es capaz de apelar —algo que de lo que la consciencia como tal es incapaz— a los entes que tienen sensitividad; si bien esto no puede darse de la misma manera en la que a Mí me apelaba, sí puede descifrarse por ellos [concebirse desde sí] con un sentido que puede ser muy semejante. Dado que el acaecimiento del sentido es la conjunción de varios actos de mi entidad —y sin entrar en los detalles que más arriba ya se expusieron (cfr. supra, “El conocimiento de lo que es”)—, se puede decir que lo que permite la comunidad de sentido es tener una situación semejante, y que entre más semejante, más común resultará lo que se vive.

Así, la comunicación es la comunidad de las vivencias, y lo que permite esto es la comunidad de la vitalidad [de la condición general de vivir]. Existe, para lo vivo, una semejanza {que comuniza} de la vida suya; algunas más semejantes entre sí que las otras, como la condición de la vida es más semejante para los mamíferos entre sí que para un mamífero con cualquier un reptil y todavía menos de éstos con un crustáceo; pero mayor si se trata de todos los mamíferos carnívoros y de éstos entre todos los caninos, etcétera. Así, lo instinto en el cuerpo que Soy determina mi especificidad entitativa pero, a la vez, la semejanza de esta disposición corporal [disposición entitativa] comporta una semejanza de facto en la vitalidad de entes que, siendo distintos, tienen entidades semejantes. Esta semejanza de las determinaciones vitales hace al menos posible una cierta comunidad de vivencias. Lo que se vive es lo que se existe, todo lo que acaece al Yo en la consciencia (percepciones, sentimientos, deseos, repulsiones, dolores, placeres). Pero todas las vivencias se refieren a lo que en un momento dado se viva; es decir, que implican a todo lo que se percibe, se siente, etcétera y a la forma en que esto se conciba. Así, si se toma a la mera objeción sensitiva [al contacto de lo otro con lo Mío], es casi imposible que la composición de colores, se sensaciones táctiles, de sonidos, olores, sabores, además de los sentimientos que se manifiestan intensivamente a mi existencia sean entre sí tan semejantes; pero no es esto todo lo en la consciencia, sino que lo que se toma en cuenta y que veraderamente permite la comunidad de alguna situación vivencial es el sentido que se dé a lo sensitivo. Esto es, por ejemplo, que a pesar de la muy diversa composición de colores que implica el ver un árbol desde distintas perspectivas, es el sentido que me descubren esos colores como un árbol y a sus manzanas como manzanas y como comestibles, etcétera el que permite que pueda ser común la vivencia mía y la de otro ente hambriento que nos topamos con el árbol y no el hecho de si él siente la rugosidad de su tronco y yo la suavidad se sus hojas.

El acaecimiento del sentido se da por el concurso principal de dos factores: la sensitividad y la respuesta de las instancias de mi entidad ante ellas. Entonces, entre más semejantes sean ambos en una situación, más común es lo que se vive. Tal comunidad no necesita darse en el mismo momento ni en el mismo tiempo; es posible que el enfrentamiento con algo semejante provoque de alguno con instancias vitales semejantes una vivencia común, como sucede con el θαῦμα filosófico que es condición indispensable del pensar el mundo por lo que es y de la afición a la verdad que podría saciar la necesidad que se hace evidente por él.

Entonces, la primera de las condiciones para permitir lo común son instancias semejantes; la segunda, el enfrentamiento con algo semejante. Las estructuras vitales instintivas de mi entidad y las del otro son la base sobre la que es posible tener una vivencia común; el hecho —por ejemplo— de tener la misma capacidad sensitiva [los mismos sentidos] de que lo que duele y lo que place estén determinados de manera similar y de que, en principio, la determinación del bienestar que se busca sea la misma, permite que lo que se va más adelante incorporando funcione aún sobre la misma estructura y que, así, el conocimiento de lo que Soy en mis determinaciones básicas abona al conocimiento de las determinaciones básicas del otro. Al final, la comunidad de facto instaurada por la semejanza biológica se alza sobre las diferencias que puede haber. Empero, mientras que en el ámbito entitativo no hay una diferencia mayúscula, en el ámbito existencial —en el que se encuentra en cada ahora sólo lo que le viene de la sensitividad y de la concepción producto de las instancias entitativas— es en donde cobra gran relevancia lo que ha quedado en mí de lo que he sido, pues es así —históricamente— que se determina la manera en la que se manifiesta esa entidad en el fondo tan semejante.

A pesar de que la gran mayoría de lo que Soy es, por el instinto, común a lo que es el otro (el otro humano, principalmente), las diferencias en las capacidades instintas (que inciden directamente en la fundación conceptiva de la consciencia) cobran una gran relevancia al momento de concebir el mundo que me toca y de determinarme, por consecuencia, para conseguir el bienestar de mi motivación. La diferencia en la manera en la que concibo lo que me toca, en la que lo que sé y lo que conozco de lo allende y de lo aquende me importan, la capacidad del ingenio [la capacidad de eyectar —así sensitiva como imaginativamente— lo que me apela en su concepción], etcétera son determinantes en la manera en la que busco mi realización. Es decir, que si bien el postulado entitativo hacia el bienestar y la capacidad sensitiva son el basamento sobre el que se desarrolla toda mi actuación, la consideración de los motivos depende de capacidades muy específicas y, sobre todo, de la historia de lo que he sido, por lo que las diferencias en éstas, aunque no tengan una gran importancia en la entidad como tal (pues seguiremos siendo humanos, finitos, deseantes, etcétera), sí establecen una manera significativamente distinta de existir.

En los animales, difícilmente —a menos que se haya hecho vivir de una manera completamente ajena a la de su hábitat natural— hay un cambio respecto de las instancias de los demás; la determinación de su realización es muy semejante a las de todos los de su especie porque domina más el instinto que la historia, porque lo que sabe [lo que ha incorporado] le viene casi todo del ejercicio de la realización del movimiento que ya-sabía [que ya estaba incorporado] de manera innata, por lo que, principalmente, se refiere a la mejor forma de conseguirlo. Quizá sólo los que tienen muy constante contacto con el humano reciben —a veces a propósito, por el adiestramiento; a veces sólo porque están cerca— vivencias ajenas a la manera en que les impele su motivación a realizarse.

Es en el humano en el que es muy notoria la variación de su manera de realizarse por su historia. Lo que sus vivencias le han enseñado y lo que ha ejercido con éxito o con fracaso es lo que ahora determina lo que le enfrenta como motivo o no. La dimensión especulativa de la existencia —característica determinante del humano— re-representa a la consideración de lo que Soy no sólo lo que en este momento pasa, sino al mundo que conozco en las pre y pro-yecciones de su posibilidad. Así, la categorización y el juicio [la concepción] de lo que objeta a lo que Soy no se detienen en lo sensitivo actual, sino que apelan a la historia de lo mío; pero la misma capacidad reflexiva y también el pensamiento [la palabra como objeción sensitiva sólo desde mí] han propiciado que lo incorporado-aprendido lo sea de una manera mucho más específica y que, por lo tanto, los conceptos extiendan su apariencia [aparecimiento] más allá de lo que me afecta ahora. Se va creando así, también por la palabra (que objetiva acústicamente lo que antes sólo acompaña a la apelación sensitiva como determinación de su apariencia), una manera más abarcante de concebir —y, por tanto, de aplicar los conceptos— lo que me pasa [lo que vivo ] y de determinar lo que es o no motivo de mi motivación; al mismo tiempo, el hecho de poder considerar ante lo Mío lo que haya o habrá de pasar o lo que esté pasando en otro lugar, etcétera, manifiesta muchos más motivos a mi motivación, lo que provoca una ponderación de todos ellos a los que atienda para que se incline hacia uno de ellos, a pesar de renunciar a otros y de afligirse por eso o de tener que aceptar algo repulsivo para alcanzarlo2.

La historia de lo vivido, así acompañada de la capacidad reflexiva, va conformando las instancias de lo que Soy de manera muy particular dependiendo de cada uno. Hay, desde luego —sobre todo entre los que viven en una misma sociedad y que, por lo tanto, comparten un gran plexo de experiencias—, concepciones que son muy semejantes entre las personas, maneras de desarrollar su estancia en el mundo muy semejantes, motivaciones que buscan casi lo mismo cada vez. Esto es muy frecuente sobre todo en tratándose de personas que no atienden a la consideración de la verdad por sí mismas, sino que la reciben de quien les hable; es decir, de personas que forman sus determinaciones conceptivas de la relación de conceptos con más conceptos y no de conceptos con las vivencias históricas de la verdad de lo que se afirma y que, por lo tanto, sus concepciones vienen sólo de palabras, sin que haya una sola situación vivencial que las refiera a la comprobación efectiva de que así es. Esto es el caso de la mayoría de las personas, que simplemente se adaptan a lo que se les da de la mejor manera en la que esto les permita satisfacer su permanencia y su supuesta extensión.

Así, dos personas que compartan las categorías determinantes de su vivencia y, en general, los juicios de lo que eso significa para su motivación tendrán, ante una objeción sensitiva semejante (por el sentido que se concibe de ella), una vivencia semejante; es decir común, hasta donde esto es posible. Entonces, la comunidad no es en cuanto tal lo que la consciencia percibe de lo otro, pero sí es el tener un estado de consciencia [una vivencia] común ante lo mismo. Puede decirse, entonces, que dos personas están más cerca la una de la otra por cuanto más se asemejan sus instancias, aunque la distancia ontológica es siempre irremontable.

De esta manera, también se puede afirmar que quien no tiene conceptos harto semejantes a los de los demás está más solo todavía, incomprendidamente solo; es decir, que su actuación no puede ser comprendida por los demás, pues, al no determinarse a partir de la misma generalidad motivacional, no es reconocida por ellos o que la suposición de los motivos que a ellos los harían actuar así sólo confunda y haga más incomprensible el acto. En todo caso, aunque llegue a ser entendida, su actuación permanecerá incomprendida para quien no comparta la sapiencia que lo determina a ella. Así, quien no comparte las más de las instancias entitativas que determinan su actuación no tiene con los que lo acompañan cercanía, sino sólo yuxtaposición física. Consecuentemente, lo que ex-prese de su entidad no encontrará quien lo des-cifre de la manera en la que la ha dicho, y tal vez sólo encuentre refugio con los que en el pasado han dejado constancia escrita de que también pensaban en lo que él piensa y que también se sintieron solos con los de su tiempo.

La expresión de lo Mío es poner en la realidad la manifestación sensitiva de lo que me es propio [una realización de lo que Soy] para que encuentre la sensitividad del lo ente {de lo ente otro, pero también del Yo-ente}, para que hiera su consciencia y así manifieste a lo suyo lo de Mí, por el acto en el que ha quedado plasmado en lo real. Expresarse hacer manar lo de mi existencia al mundo efectivo para que ahí los demás puedan tener la objeción sensitiva común, y queda en espera solamente de instancias semejantes para que entiendan lo de Mí.

Expresar algo es sacarlo de lo aquende y depositarlo allende, en la realidad en donde el otro, e incluso yo mismo, podamos alcanzarlo sensitivamente, en la manifestación material de la realización de lo en mi entidad, del establecimiento de mi situación eyectada en mi existencia en el efectividad del mundo que es, y que nos apela a todos.


  1. El conocimiento es lo en la consciencia cada vez; esto es, lo objetante sensitivo más su concepción. Y en ésta se ven involucradas las instancias de sapiencia y entendimiento que he incorporado y aprendido, pero éstas no comportan en su naturaleza la permanente presencia en la consciencia, sino su restitución a ella ante la apelación que los invoque.

  2. Aunque, por supuesto, el peso ontológico de lo presente sensitivamente es mayor que lo que se encuentra representado imaginativamente y tiene, por lo tanto, una fuerza mayor de apelación para la motivación, lo que explica que muchas veces —las más, quizás— se desdeñe un mal menor o bien mayor en aras de lo inmediato. Pero, para quien pueda abstraerse de la actualidad sensitiva, la consideración de lo imaginado será más atendida y, así, podría ser que el motivo especulado pese más que el presente.