1.27

La introspección es la interrogación a mi entidad actual [presente], por lo mismo —y a pesar de lo mismo— es imposible que se dé sólo con concepciones imaginativas (aunque ese pueda ser el propósito), sino que necesariamente se invocarán los recuerdos.

Esto quiere decir que, en el ejercicio introspectivo no solamente se interroga al ente que Soy con apelaciones vivenciales-especulativas, también —e incluso en la misma respuesta a esa apelación— se le da a consideración apelaciones re-vivenciales-especulativas; es decir, la historia de lo que he sido, pero no en el resultado de su incorporación sapiencial, sino como la repetición especulativa de una vivencia efectiva pasada [como un recuerdo]: se trata aquí de encontrar lo que Soy por lo que he sido [lo que he hecho [actuado]].

En el transcurso de mi vida [en la concatenación de las vivencias mías], en las actuaciones que he tenido se ve también mi respuesta motivacional, la forma en la que de hecho he actuado cuando estuve enfrentando alguna situación con toda la fuerza de la efectividad imperante, pero —ahora— con la distancia temporal —y, por lo tanto, anímica— que puede marcar una diferencia considerativa importante. Pero esta re-vivencia es, sin embargo —y en tanto que recuerdo—, despojada de la subjetividad que llevó a su actuación. Sólo queda de ella recuerdo de lo que objetivamente se manifestó como el movimiento extensivo (lo que se dijo, el movimiento con el que mi cuerpo afectó al mundo…; propiamente, lo hecho) y, a veces, también se recuerda —en general— la objeción sensitivo-intensiva (lo que se pensó, el ánimo que se tenía…; pero, en tanto que recuerdo, sólo conceptualmente —aunque también puede ser que con este recuerdo se vuelva a sentir lo mismo que en ese entonces, pero eso ya no sería más recuerdo, sino restitución histórica—). Así, la interrogación de mi entidad —por la apelación a mi motivación— no sólo considera la forma en la que ahora respondo a lo que se me presenta como vivencia especulativa, además eso se compara con lo con lo que respondí antes a lo que se me presentó —efectiva, pero también especulativamente (cuando recuerdo una introspección pasada)—.

De esta manera, el recurso al recuerdo de mí mismo en la introspección tiene una doble dimensión: de un lado, tomar contemplativamente lo que se recuerda que he sido para encontrar su categorización, para tratar de razonarlo en la medida de lo posible y, de otro lado, como una apelación más ante lo que Soy, como una interrogación directa para encontrar el sentido de aquello que hice, lo que para mí significa el haber actuado lo que actué. En este segundo caso, lo que ocurre es que el recuerdo que se presenta ante el Yo ente apela a mi motivación, de tal manera que la acción que ahora revivo en la especulación —y no ya en la efectividad de la vivencia— es juzgada y, así, se somete lo que he sido a la consideración de lo que en este momento Soy, lo cual puede causar vergüenza, orgullo, anhelo, nostalgia, etcétera.

Tanto si se recuerda algo [si, imaginativamente, re-vivo algo] cuanto si se le concibe imaginativamente, esto que se especula merecerá una respuesta motivacional y en esta respuesta se mostrará como deseable o repulsivo (o alguno de sus matices innúmeros). En el caso del recuerdo, y de la imaginación cierta, se sabe —y no sólo se entiende—, empero, que ese que aparece, eso que es motivo de repulsión o de deseo, es mi propia entidad, soy Yo mismo. El encontrarse con la contemplación de un hecho malo [que merece repulsión | del que se debe huir] o bueno [que produce deseo | que se busca] y encontrar, simultáneamente, en este cuerpo que soy al mismo ente del que se huye o que se busca, es considerarme a mí mismo. Es imposible, por otro lado, ponerse a salvo de o tratar de acercarse más a lo que Soy.

El atender el hecho visto como si fuera cometido por una segunda persona es lo que posibilita considerarlo, porque es lo que posibilita tener ante sí el hecho en cuestión, que se pueda contemplar lo que sucedió o podría suceder y que el ente que Soy pueda dimensionar así lo que le enfrenta. Se pretende encontrar como objeción a la motivación que en aquel momento lo sujetaba, ya sin el ánimo que propició ejecutar ese acto como mi realización entitativa. La vergüenza de encontrarse a sí mismo como malo en un acto pasado o posible (si es pasado puede haber, además remordimiento), es verse en lo que se hizo y tratar de huir de sí, tratar de escapar de Mi alcance y —puesto que el alcance de mi Yo es también mi existencia— de la entidad en general; huída que es imposible, que se frustra y desespera: imposible ser sin ser Yo. El orgullo es encontrarse a sí mismo como bueno en un acto pasado o posible y tratar de conseguirse a sí y, ante la sapiencia de que se es sí mismo, volcar a mi entidad la veneración que me merece la bondad del acto que he o habría cometido con certeza.

El sometimiento de lo que he sido a la consideración de lo que Soy es un ejercicio introspectivo en la que certeza de lo ya-sido propicia el encuentro con la motivación ya en acto (aunque en acto pasado), y no sólo en una tentativa probable. A la pregunta de “¿Cómo soy yo?” se contesta desde el ámbito de lo que efectivamente se ha verificado aunque, como acto, sólo se manifiesta objetivamente en su acaecimiento (ya sin la sujeción que impulsó a su comisión); lo que sigue es tratar de razonar lo que se actuó. Y este razonamiento puede llevar a justificarlo [hacerlo aparecer como justo] o a reprobarlo. La búsqueda de las rationes que impelieron a realizar un movimiento que modificó en su acaecer el estado de la realidad [a entes ajenos] no se puede dar de la misma manera en la que se buscan las rationes de lo que hay en el mundo, puesto que esto último se encuentra al alcance de la manipulación física y se puede discernir por el conocimiento de lo que es; pero las rationes de un acto mío se descubren por el conocimiento endeble de lo que Soy y por el recuerdo de mi sujeción anímica en la ocasión en cuestión.

Lo que ya pasé, no es, evidentemente lo que ahora vivo, pero toda mi existencia es ya pasada; lo que yo existo es el tiempo y el pasaje del tiempo en mí, en el ente que Soy y que quiere preservarse bien. Es decir que la constitución de mi existencia es fundamentalmente temporal; lo que ya no es más es lo que, en la concepción de la existencia —y en mi cuerpo, por su historia instituida—, más peso tiene, lo que constituye —por la concepción— mi interpretación del presente, mi vivencia actual. Lo que en este momento vivo es la sensitividad, el entendimiento, el saber del mundo y de mí mismo, lo que permite mi realización para conservarme vivo, y para estar bien. Lo que he sido con-stituye lo que Soy. Considerar lo que he hecho es una tarea ineludible en la introspección, en el conocimiento de lo que Soy; el encuentro con lo pasado me permite hacerme un concepto de lo que yo mismo represento ante el mundo y de lo que significa para mí ser como Soy.

El “conócete a ti mismo” es indagar en lo que se es y descubrirse; descubrir sus rationes de actuar y sus condiciones de ser que, si efectivamente encontradas, son las rationes y las condiciones de todo lo ente. El conocimiento ontológico puede solamente desarrollarse por el conocimiento del único ente cuyo contacto me deja descubrir más plenamente la sujeción a la entidad que me funda; si bien ésta sólo se me muestra en su objeción sensitiva, es posible descubrir alguna relación racional que convenga a la descripción de su proceder, de su enfrentamiento con lo ajeno que la sustenta físicamente y con el anhelo de la consecución de lo que carece, y le hace falta. La extensión entitativa de lo que me descubro que Soy hacia los existentes ajenos no se hace mecánicamente, sino que está sujeto, como todo conocimiento, a la verificación o falsación empírica de lo que se supuso en la concepción. Pero esto ya es relativo al método filosófico, que aquí no es el tema.