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Ahora bien, la introspección consiste en interrogar a lo que Soy y en apelarlo vivencialmente para que se manifieste. Pero esta manifestación —ya se ha dicho— no puede ser de lo ente como tal, sino que se da en la modificación de la sujeción de la existencia, es decir, en la respuesta motivacional de lo que Soy.
No se trata, pues, de encontrar una substancia después de abstraer la accidentalidad de su acaecimiento ante nosotros, sino de probar al ente que Soy para que, en su reacción, delate su manera de ser [su motivación]. Es decir, someter al ente que Soy —especulativamente— a tales o cuales vivencias, las más extremas tal vez, para encontrar su respuesta motivacional, para saber cómo responde mi entidad ante lo que le pasa.
La introspección es, así, relativa al actuar. Es decir, que lo que se encuentra como respuesta de la prueba introspectiva es la manera en la que Yo puedo reaccionar ante tal o cual situación, ante tal o cual circunstancia. Pero, al mismo tiempo, no es sólo imaginarse una situación para encontrarse con ella, para suplir su carencia de efectividad con un anhelo de su suceso: es también una interrogación a mi entidad. Así como se interrogaba a los objetos con una actitud expectante, así también hace falta la expectativa para poder recibir en la experiencia la manifestación motivacional de lo que Soy. Pero, ¿en qué consiste esta manifestación motivacional?
La sensitividad intensiva [los sentimientos] viene del contacto con el ente que Soy, pero este contacto no puede ser accesible a nadie más (como sí lo pudiera ser respecto de mi cuerpo allende la piel); son sensaciones que aparecen casi sin concebirse, con una categorización muy pobre, pero —y quizá justo por eso— con una determinación sensitiva [con una determinación de placer o de dolor] muy grave, ya que el contacto es inmediato; un sentimiento no tiene ante sí más causa que el estado mismo de la existencia, nace de lo que Soy, manifiesta con su aparecer el significado para Mí de lo que vivo; es decir que el Yo lleva su estado al conocimiento por la sensitividad (ya como respuesta a lo que presencia, ya como manifestación de una carencia). La sensitividad intensiva también objeta a lo que Soy y lo hace responder, provoca una respuesta motivacional [una tendencia a realizar un movimiento que satisfaga al sentimiento]; esto es, que en el acto se ser Yo se pide que se modifique mi condición respecto al mundo (y esto puede darse ya modificando mi postura ante él, ya modificando al mundo mismo o ya por ambas, o ser imposible de darse). Es la motivación la que sujeta a la consciencia; es la que determina el movimiento extensivo, el acto del ente que Soy, su realización. Los juicios conceptivos llevan la motivación a la percepción, pero los sentimientos son ellos mismos manifestación de la motivación, es el contacto —en tanto que mi capacidad sensitiva lo permite— de lo que Soy con lo que conozco; y esta capacidad está porque se necesita conocer el estado entitativo para determinar el movimiento, para encontrar el motivo que persigue —cada vez— la motivación de mi entidad (que es la der ser Yo [ser el cuerpo que Soy]).
Yo soy siempre actual [en acto] y no es posible escapar a ésta {a la actualidad}, que es la condición misma de ser. La motivación es la característica de los entes animados, es la realización del ente suyo por medio de su incidencia en lo real [por medio de su recurso a lo ajeno de sí] y la consciencia es el medio para esta realización extensiva [para el ejercicio del movimiento]. Los sentimientos manifiestan una sensitividad intensiva [manifiestan a mi entidad en tanto que toca a la consciencia], ya sea endógena (como el hambre, la sed, el instinto sexual), ya sea responsiva de la manifestación sensitiva-extensiva o reflexiva. Los sentimientos se dan a la consciencia porque hay movimientos intensivos que no pueden realizarse sin el concurso de un movimiento extensivo. El conocer la motivación es, así, conocer lo que Soy en el mundo; es decir, lo que Soy ante cada acto posible.
El conocimiento de lo que Soy se da, entonces, por la aprehensión de la experiencia de lo que responde el ente que Soy ante lo que le interroga [ante la experimentación especulativa]. Lo que se manifiesta en cada respuesta es la motivación. El ente que Soy tiende a su realización en {el hecho de} ser, la motivación es esa tendencia; es lo que a mí hace de lo en el mundo, lo que para mí (para el ente que Soy) significa lo que se le muestra, lo que me pasa.
La apelación más sofisticada de lo especulativo a mi entidad provoca la respuesta en el juicio, en una concepción de lo que ya se había concebido; es decir, se le brinda un sentido con una pro-yección y una racionalidad más amplias a lo que ya tiene un sentido más inmediato y más intuitivo. Aquí los juicios de agrado y molestia son manifiestos, pero también se responde sentimentalmente; es decir que la respuesta ya no sólo atañe a lo que de la representación le incumbe, sino que manifiesta también —aunque esto puede suceder igual con la representación sensitiva— un estado de ánimo [unas sensaciones intensivas [sentimientos] que manifiestan el sentido entitativo de lo ajeno apelante]. Los sentimientos, pues, que responden a la posibilidad del mundo experimentada especulativamente manifiestan las disposición motivacional —esto es, la disposición al movimiento entitativo [al acto]—. Se conoce así, en la introspección, lo que soy capaz de hacer, mi disposición a actuar [a incidir en la realidad (es decir, necesariamente, sobre otros entes)].
Se descubre, entonces, la manera en la que Soy por la vivencia de lo que puedo hacer. Se manifiesta así, no lo que Soy (las condiciones que me hacen ser lo que Soy y no otra cosa), sino cómo Soy (la forma en la que respondo a todo lo que vivo).
La introspección es una interrogación a mi entidad (como la investigación en el conocimiento de lo que es, es una interrogación de la entidad ajena). Conocer cómo Soy [cómo estoy dispuesto a realizarme] es conocer aquello bajo lo cual se presenta mi tendencia al movimiento que pretende a lo del mundo allende, aunque sólo parcialmente: no como la condición a priori que me permita predecir todos mis actos, pero sí una aproximación, por inferencia, de ésta la condicionalidad de mi actuar. Es posible analizar así lo que Soy y lo que he sido para poder concebir, en unión, todas las características que me he encontrado dispuestas en mi interrogatorio introspectivo.
¿Cuándo me enojo?, ¿cuándo me alegro?, ¿cuándo deseo la muerte de alguien?, ¿cuándo me avergüenzo?… éstas no son las preguntas que se postulan en la introspección, pero sí obtienen en ella una respuesta parcial. De lo que se trata es de someter al ente que Soy a una vivencia, aunque sin carácter efectivo (lo que, por lo tanto, no impele a una respuesta efectiva, pero, en cambio, permite una actitud teorética [expectante]), pero sí con la re-representación del hecho, de la situación, de la cosa: ponerlos a consideración de lo que Soy y encontrar Mi respuesta conceptiva —la que, por ser tal [por darse en el acaecimiento mismo de la vivencia], no se puede discernir del todo de la re-representación misma—1. Pero esta respuesta es también anímica, sentimental, y es esta responsividad anímica la que me puede dar un indicio de las respuestas a las preguntas antedichas; si estos sentimientos aparecen cuando tales situaciones son experimentadas, y es así de una manera constante, es posible afirmar, con mayor o menor certeza, que así sucederá, que así respondo ante lo del mundo, que así Soy.
Es decir que los juicios e incluso las categorías conceptivas no se saben contingentes [in-esenciales] a la representación (por lo que el agrado pudiera confundirse con el placer, la molestia con el dolor y las categorías como configurantes de la percepción misma) sino sólo cuando se patentiza el equívoco [la posibilidad de que se dé uno sin el otro], ya en mis recuerdos, ya en la palabra de otra persona. El equívoco es que se tenga noticia de que esa concepción se ha dado diferente, y esto puede ser porque se recuerde que hubo una vez en la percibí lo mismo y no fue de la misma manera o porque alguien me ha comunicado su concepción, que choca con la que yo creía natural (en este último caso, si no se acepta la validez de lo que la otra persona comunica, entonces se descalifica tal concepción, e incluso se le tacha de locura).↩