1.21

El campo especulativo es, entonces, un campo de experimentación; es tener un espacio ontológico emulante del mundo efectivo y —por esto mismo y de manera indirecta— de la realidad que es, mediante el que se puede llegar, gracias a esta experiencia especulativa, a determinaciones motivacionales [determinaciones de lo se ha de hacer]. La determinación del movimiento entitativo es la función primigenia de la concepción imaginativa [especulación]. Todo saber del mundo ha de redundar en la determinación del movimiento del ente que Soy.

El razonamiento es algo muy semejante a la consideración y al pensamiento, pero diferente de ambos. Mientras que la consideración es re-presentarnos la existencia (que a su vez es ya re-presentación de la entidad) de lo que está en el mundo, atendiéndola en sus circunstancias y tratando de comprender cabalmente su situación; y mientras que el pensamiento es un diá-logo interno (i. e., que no tiene manifestación objetiva-sonora), en el que el sentido de las afirmaciones concibe imaginativamente [especula] un mundo con el fin de que éste sentido apele a lo que Soy y a su entendimiento-sapiencia y de que la respuesta a esta apelación se ex-prese; mientras esto es así, decía, el razonamiento consiste en concebir una circunstancia especulativamente en busca de sus rationes [de sus principios y sus fines], de sus causas y consecuencias [de cómo el mundo ha de ser para llegar hasta ella y qué es lo que se sigue de eso].

A diferencia, entonces, de la consideración, no se busca atender a lo que está en el mundo en su existencia, comprenderlo en lo que vive o en lo que le sucede (o, simplemente, en lo que sucede), sino que lo que pretende es entenderlo en lo que, en una sucesión necesaria —y no meramente temporal—, habría o hubo o ha o habrá llevado a lo que se está razonando a aparecer, a darse en el mundo. A diferencia del pensamiento, por otro lado, la palabra, la sentencia y el sentido de éstos no son tan determinantes, ni en el momento de la concepción especulativa de la situación que se razona, ni en el momento de la búsqueda de sus rationes; y es posible, entonces, que el razonamiento prescinda de las herramientas lingüísticas en su busca, pero de lo que no puede deslindarse es de su referencia a lo instituido históricamente en mi ente, ya que es sobre las bases de su conocimiento del mundo sobre la que se construye la emulación en donde se experimenta para entender lo que pasa.

El razonamiento es, como ya se ha dicho, buscar las razones de tal o cual acontecimiento por medio de la experimentación especulativa. Las deducciones del razonamiento son dables a la verificación y a la falsación y, por lo tanto, pueden constituir, como las eyecciones conceptivas, el sentido —aunque de alcance menos intuitivo, menos inmediato— de objetos y situaciones que se presentan a la sensitividad. Razonar algo que se espera que pasará efectivamente en el futuro implica que se estará expectante a que se verifique lo que se razonó que sucedería, o que al momento de vivir la tal o cual cosa que se razonó uno espere que suceda lo que le había aparecido como consecuencia o causa indudable.

Un juicio sintético a priori lo es de la experiencia mundana, mas no especulativa. A priori quiere decir antes de la experiencia. Para Kant, el hecho de que exista algún conocimiento sintético a priori, es decir, que se pueda afirmar algo del mundo como indubitablemente verdadero antes de su verificación, supone la existencia de una estructura subjetiva trascendental que configura las condiciones de todo fenómeno; es decir, que el espacio y el tiempo son configuraciones epistémicas de la consciencia y que eso —el tenerlas en nosotros— nos permite conocer la composición espacio-temporal (y, por tanto, geométrico-aritmética) del mundo a priori. Esto, sin embargo, no alcanza para dar cuenta del acto como incidencia en lo real, en lo nouménico. Para Kant, la existencia de lo nouménico se prueba porque lo que hay a priori en la subjetividad se limita a la forma del fenómeno1, pero el contenido le viene de la sensibilidad, de las intuiciones a posteriori.

Un acto humano cualquiera, basado en el conocimiento de que el mundo es espacial, tiene incidencia en lo nouménico; caminar no es un hecho subjetivo, plantar un árbol o comer son incidencias en el mundo nouménico que se reflejan en el contenido estético [sensible], no en su forma. Si el conocimiento de lo geométrico-aritmético se circunscribiera, como Kant pretende, a lo fenoménico, entonces no se podría garantizar las consecuencias de ese conocimiento allende el fenómeno y, sin embargo, cualquier modificación en el fenómeno como tal es al mismo tiempo modificación de su contenido (pues la forma es trascendental, i. e., invariable) y la acción modifica el contenido del fenómeno, que es el reflejo del noúmeno. De esta forma, si a lo nouménico no correspondiera efectivamente —aunque no realmente— el conocimiento matemático, no se podría modificar basado en sus conjeturas.

Lo que Kant no toma en cuenta es que el ser humano (que es, para los otros e incluso para sí, un fenómeno) tiene un fundamento nouménico [entitativo, actual] y por eso mismo participa de la noumenidad, y que es esto lo que le permite contener en sí estas propiedades que después va encontrando efectivas en su inter-acción con lo ajeno a sí, con lo que lo encuentra de lo real.

Es decir que el hombre, como ente que es, participa de la entidad y de sus condiciones, y que, por lo tanto, el cuerpo que Yo soy es —por lo menos en lo que de él noto en la consciencia— espacial y temporal; la realización del movimiento (que es incidencia en lo real) precisamente se basa en esta vivencia. La existencia y la especulación —como se ha dicho— son degradaciones de esta entidad, pero pertenecientes a ella misma; y es por esto, por su arraigo ontológico en la realidad, que tienen en sí propiedades ontológicas —aunque no todas— destacadamente, en este caso, en su espacialidad. Los juicios sintéticos a priori no son innatos, no se nace conociendo la ciencia matemática, ni se adquieren espontáneamente durante el desarrollo de la vida (como se caen los dientes o sale vello facial), y, por lo tanto, dependen de la historia de la vida. La aprioridad de los conceptos matemáticos y geométricos no es tal absolutamente, sino que son previos a la experiencia efectiva de su concreción y lo son porque se han adquirido en la experiencia especulativa2 y, una vez así experimentados, puede suponerse —y verificarse— su efectividad.

Encontrar los motivos subjetivos y las condiciones objetivas que resulten en algo, implica una aceptación de que las acciones están determinadas por correlaciones necesarias; esto es, que se reconoce que todo es precedido —ya temporal, ya ontológicamente— por algo más. La necesidad de tal sucesión no necesita justificarse; el hecho mismo de que así es constituye la sola condición que se necesita establecer para que las cosas no sean de otra manera; el razonamiento simplemente busca cómo es el mundo tal que permite [obliga] esta sucesión y en el camino encuentra regularidades, condiciones generales que se repiten, imposibilidad de concebir algunas situaciones; encuentra, en fin, que la naturaleza de las cosas exige del mundo una sucesión regular y que cada una de ellas toma de sí misma la interacción con lo otro en un sistema complejísimo. Así, no es lo mismo conocer la razón de un acontecimiento particular en el tiempo (qué es lo que lo precede y qué es lo que le sigue) que la razón de una cosa como tal, aunque el primero deba por fuerza —si es que se espera veracidad— derivarse del segundo, pues éste {el conocimiento de la razón de las cosas} consiste en aprender la motivación de la cosa, en poder determinar su re-acción ante una acción dada. Buscar las rationes de algo es buscar qué le precede [qué tiene naturaleza tal que haya permitido que lo que es ahora sea], pero no sólo temporalmente, también tiene que buscar en lo que las cosas son desde sí para poder establecer lo que de ella se puede esperar y, así, lo que pueden permitir o no. Pero este desde sí sólo se establece a posteriori y como una suposición —verificable o no— a partir del comportamiento conocido de las cosas de las que buscamos las razones (suposición que, como todas, con su ejercicio constante se incorpora a la sapiencia).

Pero toda esta racionalidad tiene un límite que no se puede traspasar: el de las manifestaciones a mi existencia de lo que es. Hay, desde luego, algo que funda estas manifestaciones (esta vista, este tacto, este sonido, este movimiento, esta inter-acción); hay una entidad inasible en la que se refugia realmente el desde sí de lo otro y que permanece siempre allende, ajena a lo que Soy y a lo que existo. Es ahí el quiebre de la racionalidad, cuando ninguna imaginación alcanza para figurarse lo que hay sosteniendo eso que me enfrenta ni lo que me sostiene [eso que me objeta, ni lo que me sujeta].

El conocimiento de la razón de las cosas —de mis propias actitudes y sentimientos (en cuanto que esto es posible), sobre todo— permite que lo que Soy considere tales razones al momento de discernir entre la realización de la motivación en alguno o algotro sentido; no sin reservas, se puede decir que es más libre —por cuanto se libera de la sujeción inmediata de la motivación entitativa [se libera de considerar sus impulsos y deseos como absolutos]— quien más conoce de sí sus razones3. Y, en un sentido semejante, entre más se conozcan las razones de lo además del mundo se aumentará la potencia [la posibilidad de incidir en lo real] de mi propia entidad para buscar su realización. Sobre la libertad se tratará más abajo (cfr. 297ss).


  1. «La razón de que no nos baste el sustrato de la sensibilidad y de que añadamos a los Fenómenos unos númenos que sólo el entendimiento puede pensar se basa en lo siguiente. La sensibilidad, y su campo —el de los fenómenos—, se hallan, a su vez, limitados por el entendimiento, de forma que no se refieren a las cosas en sí mismas, sino sólo al modo según el cual, debido a nuestra constitución objetiva, las cosas se nos manifiestan. Tal ha sido el resultado de toda la estética trascendental, resultado que se desprende espontáneamente del concepto de fenómeno en general, a saber, que tiene que corresponder al fenómeno algo que no sea en sí mismo fenómeno. La razón se halla en que éste no puede ser nada por sí mismo fuera de nuestro modo de representación. Consiguientemente, si no queremos permanecer en un círculo constante, la palabra fenómeno hará referencia a algo cuya representación inmediata es sensible, pero que en sí mismo (prescindiendo incluso de la naturaleza de nuestra sensibilidad, base de la forma de nuestra intuición) tiene que ser algo, es decir, un objeto independiente de la sensibilidad.» KrV A 251-252.

  2. Es de suponerse que, en el principio, tales relaciones y propiedades fueron obtenidas de la experiencia de lo del mundo.

  3. «Aquél [el hombre que es guiado por el solo afecto o por la opinión], en efecto, quiéralo o no, hace lo que mayormente ignora; pero éste [el hombre que es guiado por la razón] no complace a nadie sino a sí mismo, y sólo hace lo que sabe que es primordial en la vida y que por ello desea en grado máximo; y por eso al primero lo llamo siervo y al segundo libre […]» — Spinoza. Ética, 4/66e.