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En el pensamiento existe cierta lógica y ésta está determinada en su forma y en sus reglas por los límites epistémico-ontológicos [los límites de lo concebible especulativamente] aunque también —de una manera mucho más particular, aunque a veces se confunden— por la sapiencia más profunda del cuerpo [por aquello que se ha in-corporado por su ejercicio sin haber jamás —o muy poco— fallado en su aplicación efectiva]. La lógica se aplica al análisis del logos; pero esto no quiere decir que su campo de estudio sea el gramatical, sino que su referencia a las palabras es en cuanto a su uso para decir del mundo.

Las relaciones lógicas son las relaciones mundano-ontológicas. Las relaciones que se describen en la lógica como reglas no pertenecen al orden del pensamiento como tal, sino que vienen de la consideración de cómo las cosas se dan en el mundo y de cómo es que se relacionan entre sí: la implicación, la conjunción, la disyunción, etcétera son relaciones que se verifican en el mundo, y de ahí que se pueda y se tenga que hablar de ellas. En el pensamiento, en la expresión de cualquier situación existencial o especulativa se manifiesta algo que ocurre, y esta ocurrencia se da de hecho en el ente que Soy, y responde al orden ontológico. Si ha de tratar de decirse algo, por lo tanto, no es posible hacerlo sin el concurso de expresiones que designen estas relaciones; y si ha de ser que el que recibe la palabra que se ha arrojado pueda entenderla (aunque se trate de la entidad propia, en el caso del pensamiento), entonces en su desciframiento [en la concepción imaginativa de ese sonido] deberá sub-ponerse la sapiencia de estas relaciones.

Las reglas que la lógica describe —nunca prescribe— no se refieren a las palabras mismas, ni a su sentido en tanto que proposiciones atómicas (la relación entre una proposición atómica y su verdad o falsedad —como se ha dicho supra— depende de su verificación o falsación efectivas); la lógica se refiere sólo a las relaciones entre las proposiciones mismas, de acuerdo con reglas establecidas en el estudio de la posibilidad concebible del mundo [de los límites de la especulación]. Pero estas reglas no vienen de ningún lado sino de la emulación del mundo en que consiste el campo especulativo de la existencia, del estudio de lo que el mundo permite a partir de él mismo como vivencia y de su reflexión en el espejo imaginativo. Las reglas lógicas son reglas ontológicas y son reglas epistémicas porque se refieren a la posibilidad del mundo en su extremo infranqueable; si el logos dibuja posibilidades del mundo y las manifiesta en su constancia, las reglas bajo las cuales éste se analiza [las reglas lógicas] vienen a asegurara que lo descrito obedezca y se circunscriba a los mismos límites que lo hace, en su efectividad, lo mundano.

Pero lo que se dice no se relaciona solamente con la posibilidad absoluta de existir; lo que se pretende no es decir la potencia del mundo, sino decir la verdad; es entonces en donde más precisamente encuentra su aplicación el análisis del discurso que se pretende describiendo el mundo efectivo, análisis que se da al determinar las relaciones según las cuales, de lo que se sabe de la facticidad del mundo y de las reglas generales de lo existente, es o no es como se asegura. Las palabras [el discurso] constituyen el pensamiento. Cuando se considera algo del mundo, lo que se concibe especulativamente gracias las palabras es una situación posible del mundo efectivo [un mundo posible], pero son el conocimiento y la sapiencia los que enmarcan esta consideración para determinar si es o no el mundo éste el que se describe; son las instancias de lo que Soy las que construyen las relaciones y las limitaciones de los sentidos dichos, esto es, su posibilidad de darse efectivamente.

Así pues, la concepción imaginativa que se pretende verdadera se ve acotada también por lo que se halla incorporado y por las rationes que se entienden —y se atienden— del mundo; esto es, que se basa en lo que ya se sabe y se entiende para determinar la consistencia primero y la necesidad después de que sea como se dice. Ante esto, lo que se concibe imaginativamente [lo que se especula] no puede encarnar contradicción en su sentido al momento de su concepción. Precisamente el pensamiento [el diá-logo interno] en torno a la situación que se estudia va provocando una especificación mayor de las circunstancias en las que se encontraría el objeto de consideración (ante una proposición, se manifiestan otras, que responden a la primera y que manifiestan lo que significa desde lo que sé del mundo). La contradicción sólo podría darse entre palabras o entre entendimientos que no se estén atendiendo al mismo tiempo: es imposible que se pueda concebir con sentido pleno* algo que trasgreda el principio de no contradicción*.

A lo que se atiene la construcción lógica del mundo es justamente a la manera en la que representamos relaciones causales y de exclusión en la especulación; es decir, a las reglas según las cuales hay necesidad en la existencia o negación de los objetos del mundo. La falla que se da en una concepción que contraria a la lógica lo es ya porque no se consideró una situación o cosa que debió hacerse [porque hubo premisas que no se consideraron], ya porque las relaciones causales están establecidas-concebidas de maneras poco adecuadas a la realidad [la efectividad del que de una situación se siga otra]. Para que un razonamiento sea certero, las relaciones en el pensamiento deben corresponder a las relaciones efectivas en el mundo, pero de esto nunca se puede estar completamente seguro, pues así la concepción de lo que se dice como su análisis lógico nacen de las instancias de lo que Soy y parten de lo conocido y lo sabido del mundo para tratar de determinar su efectividad. Empero, entre más cercanos sean los conceptos que nos hacemos y las rationes [los principios y los fines] que entendemos de lo que nos objeta, más cercano se estará de encontrar, junto con la verdad del pensamiento, la efectividad del mundo1.

Ésta efectividad no puede, entonces, encontrarse en las palabras; éstas, como objetos que son, apelan a mi entidad e invocan conceptos, al tiempo que son también invocadas por ellos: son expresados (y es ésta la facultad que las mantiene como indispensables para el pensamiento, para la aclaración de lo que hay en la existencia, para su habituación). Pero es un error suponer, en primer lugar, que las palabras guardan un sentido per se, objetivo (además del puramente sonoro), que llega más allá de la persona que lo concibe y, en segundo lugar, también lo es considerar que por no encontrar un discurso coherente que manifieste un conocimiento no exista ese conocimiento, ni que el hecho de que —si fuera el caso— no existiera significa más que la rareza de la concepción que trata de expresar: hasta el hecho más imposible puede ser dicho y hasta la trivialidad más inmediata puede no serlo. La creación de la palabra viene de la necesidad de usar ese concepto en la comunicación con otro; sólo la necesidad de muchos podría hacer aparecer una palabra en una comunidad, pequeña o grande. En filosofía, la cuestión es muchas veces que casi nadie se ocupa de los temas de los que el filósofo trata.

La lógica es un método para analizar lo que se dice. Al momento en el que algo se enuncia —ya de manera sonora o ya como pensamiento—, se designa con palabras un estado sensitivo, existencial. Con esta designación [diá-logo] de lo que ocurre a la existencia —si se trata de una proposición sobre el mundo (que es el tema de la lógica)— se está manifestando una condición especulada por quien la ex-presa. Es decir, que para poder decir algo del mundo, para que algo cualquiera pueda expresarse, debe presenciarse, si no en su actualidad sensitiva [como vivencia efectiva], sí como representación especulativa: es imposible decir algo que no se halle en la existencia de quien lo dice. Entonces, el logos que es puesto como proposición, nace de un sentido mundano-especulativo: la lógica se aplica en descifrar ese sentido con el mayor cuidado posible. Se trata de analizar este logos para intentar encontrar cuál es el significado de este significante proposicional. Pero el significado de que aquí se habla no puede ser un esto, en el sentido de un cúmulo de sensaciones [una manifestación sensitiva, una cosa material]; lo significado es un mundo experimentado especulativamente.

La comprobación lógica siempre lo es de lo dicho, y, así, lo primero que ha de hacerse es aclarar —lo que las más de las veces comienza por considerar— lo que se ha querido decir, su sentido y su significado, con el propósito de encontrar sus implicaciones y sus consecuencias. Es decir que, ante lo dicho, se analiza lo que esto significa, cómo es exactamente el mundo que describe el tal discurso en todas las dimensiones posibles (o, cuando menos, las relevantes en el asunto de que se trata). En efecto, cuando se enuncia algo del mundo, se está describiendo una situación que se ha concebido de una manera especular; dicha situación está sometida a las leyes ontológicas, que son las lógicas y las epistémicas. Las palabras en su aparición, sin embargo, son sólo el sonido manifiesto; la situación existencial que las invocó ya no está, ni siquiera para quien las dijo. Este sonido que son las palaras ha menester, pues, para su comprensión, de una concepción, y es ahí en donde la crítica ejercida por la lógica tiene su aplicación.

La concepción de lo que se escucha depende del concepto que nazca de las palabras en su objeción [de la dotación de sentido] hacia mí2; el sentido que las palabras Me manifiesten, al tener una aparición a mi existencia, tendrá un entendimiento o una comprensión, si es que ha de ser tratado como un sentido; aunque podría ser, incluso, que no se encuentre un sentido cabal en lo dicho, y entonces lo que impere sea la confusión. El logos que se manifiesta ante mi entidad puede sólo entenderse [experimentarse especulativamente, pero de una manera exclusivamente imaginativa], o puede —cosa muy rara— comprenderse [a más de la concepción imaginativa, apelar a la sapiencia del Yo y configurar el mundo que se me dice, no sólo en su manifestación objetiva [categorial], sino también en su sentido para mí [judicial] y, por lo tanto, establecer ipso facto el conjunto racional [de los principios y los fines] de lo que concibo]. En este segundo caso [cuando se comprende lo que se Me dice], la determinación de la posibilidad o no de que el mundo que ese logos describe y manifiesta sea el mundo efectivo es también inmediatamente juzgada como actual, posible, absurda o cualquier otro término intermedio, porque las relaciones racionales establecidas en la concepción imaginativa de lo que se escuchó se significan intuitivamente [junto con la intuición] y, por lo tanto, se confrontan inmediatamente con la sapiencia histórica del Yo [con lo que sé que el mundo es, y de su funcionamiento] y puede así, también intuitivamente, establecerse incluso la validez o no de un argumento que se presente, pues concebir la racionalidad del mundo manifiesto en las palabras implica que la conclusión (consecuencia necesaria del mundo descrito en las premisas), si es válida, debe aparecer como una de las rationes (en tanto que consecuencia) que se han concebido. Pero comprender lo que se escucha es algo muy raro de hallar, aún en tratándose del propio pensamiento. La lógica es, así, un método para resarcir esta carencia de comprensión intuitiva.

El sólo entendimiento de lo que se escucha dispone a concebir la situación tal y como se describe, sin reparo en las implicaciones, ya por desinterés, ya porque el sentido que se entiende es demasiado parcial como para dar una idea adecuada de lo que lo posibilita y de lo que le sigue. Lo que hace la lógica es analizar las palabras que se han dicho, el logos —de donde, no hay que olvidar, viene el nombre de “lógica”— para especificar cuidadosamente lo que significan las relaciones lógicas establecidas en lo que se dijo; es decir, describir con la mayor minucia que se pueda cuál es el mundo posible que manifiestan las proposiciones que se dicen y cuáles sus consecuencias válidas, conforme a las reglas. Reglas éstas extraídas de la experiencia intuitiva del mundo.

En el logos arrojado a la realidad entitativa y al mundo como sonoridad [extendido] o que se ha pensado [intendido] queda plasmada la designación de una concepción que se ha ex-presado de quien la concibió. Decir un equívoco es designar confusamente, que el análisis de lo que las palabras manifiestan revele algo que se oponga al sentimiento que se tuvo en su concepción. También puede ser que se ha concebido una situación sin la consideración de todas las consecuencias, pues se ha obviado una o más premisas; es decir que ha expresado un mundo que no correspondía con lo que concibió, puesto que en el mundo concebido no se consideró tales premisas, así tampoco se mencionó sus negaciones (pues no era consciente de tales); luego —al decirla— quien la interpreta asimila lo dicho en su especulación del mundo —que sí incluye las premisas omitiditas y con las que choca—: También se puede hablar sin comprender cuando se especula, razona o piensa sin apasionamiento.

La lógica es, así, una herramienta de la que se debe echar mano cuando no se puede comprender —sino sólo entender— lo que se escucha o se piensa, que es, infortunadamente, para casi todos, casi siempre. Aunque a veces ni siquiera se llega al entendimiento, ante lo cual sólo queda empezar por intentar esto (si se ha tenido buena memoria o se trata de un escrito); en otro caso, resignarse a que lo dicho pase y se pierda.


  1. Como se ha dicho ya, la realidad no es dable a la verificación ni a la falsación.

  2. Por supuesto que no es una acción mecánica, que se dé de la misma manera cada vez, de tal forma que dependa sólo del concepto de la palabras que se ha formado en mí históricamente y del estado general de mi ánimo, sino además de la atención con la que se escuchen las palabras, de lo que esté manifestando el que habla con su cuerpo, su modulación, de lo que sepa esa persona, etcétera. Pero, al fin, lo que es aquí relevante es que la concepción que nace a mi existencia tras la escucha de las palabras es la que determina lo que en mí provoca esta escucha.