1.15

La existencia-consciencia no tiene en sí su fundamento: El ente que Soy es el que la funda. Es la actualidad del sentir la misma actualidad de la consciencia, que se completa con la concepción de lo sensorial como sensible. La apelación de lo sensitivo a la motivación de lo que Soy no se da solamente cuando se trata de la sensitividad extensiva, sino también de la intensiva. La existencia no incluye solamente a lo que se percibe y su concepción, también y muy especialmente abarca a los sentimientos. De tal manera que todo cuanto se ha dicho más arriba al respecto de la objeción de lo sensitivo y de la reacción ante lo objetivo y los objetos vale cabalmente y tal cual en lo que se refiere a lo intensivo de la sensitividad (que también objeta). Y, ya que esto es así, ¿por qué dedicar un capítulo a lo que se conoce de lo que es y otro distinto a lo que se conoce de lo que Soy? Porque, siendo que el proceso de aprendizaje y el de incorporación se dan —como ha quedado establecido— por la interacción, las acciones posibles en cada ámbito son muy distintas y, por lo tanto, aún cuando lo referente a la concepción de lo sensitivo extensivo le corresponda cabalmente lo antedicho, los procesos interactivos intensivos de formación del concepto no pueden abordarse jamás desde la misma perspectiva.

Es justamente en el conocimiento de lo que Soy en el que se puede encontrar la razón de cualquier comportamiento ético. El conocimiento de lo que se es (el precepto de “conócete a ti mismo” [γνῶθι σεαυτόν]) implica que conmigo conozco a todos los como yo; el conocimiento más general, menos ligado a los avatares individuales conviene más al reconocimiento de los otros como mis semejantes, sujetos todos de la misma manera a una entidad configurada mayormente igual. Saber qué es lo que, en general, me mueve, me descubre lo que, en general, mueve a las otras personas. Pero, principalmente, establece cuáles son los principios y los fines de mi comportamiento y permite, así, ponderarlo contra sus consecuencias en los entes ajenos y en el mí mismo por venir o ya pasado. Este conocimiento permite conceptualizar los resortes de mi voluntad, patentizarlos de tal manera que pueda deliberarse su ejecución o no y, más todavía, su bondad o maldad.

Como se verá —y ya se debe atisbar, a partir de lo antedicho— el conocimiento de lo que Soy no es una entramado de relaciones conceptuales, ni es una definición que se pueda o deba poder ennunciar, sino que tiene que ver con la forma en la que se responde vitalmente [desde la motivación] a la apelación sensitiva de lo que la propia entidad manifiesta al conocer.

Aquí se prescindirá de la expresión “auto-conocimiento”, porque, a pesar de que es el cuerpo el que funda la consciencia, éste no es, ontológicamente, idéntico a la consciencia. Conocer es una especificidad ontológica que se distingue de ser en que la actualidad de lo ente es su entidad misma, mientras que la actualidad del existente es la sensitividad del ente que lo funda. La densidad ontológica del conocimiento es menor que la de lo corporal. Auto-conocerse implicaría que el cuerpo se conoce a sí mismo en su corporeidad y que, por lo tanto —puesto que se conoce en tanto que corpóreo— no habría lugar ni momento alguno del cuerpo que no fuese conocido, y que, además, se conocería en lo que él mismo es; es decir que la corporeidad, si no se identificara, por lo menos se confundiera con el conocimiento; todo lo cual es manifiestamente falso (sólo se conoce lo corporal en tanto sensitivo). En otro caso, auto-conocerse querría decir que la consciencia conoce lo que ella misma es como consciencia, que se encontrara consigo misma como síntesis de todo lo conocido-sentido en el acto mismo del conocer; esto es, que tuviera una sensitividad capaz de sentir la sensitividad misma, lo cual no sólo es falso de hecho sino que es lógicamente absurdo. No hay, pues, cosa tal como auto-consciencia o auto-conocimiento; hay conocimiento de lo que Soy, existencia de lo intensivo que mi entidad se toca.

La consciencia-existencia, por lo tanto, está tan escindida del propio Yo, cuan lo está de lo otro de Mí, con la diferencia específica de que, mientras lo otro de mí sólo la objeta sensitivamente, lo que Soy además de eso la sujeta ontológicamente.

La relación entre lo subjetivo y lo objetivo no es como la de dos partes de un todo, ni como la de una base en la que lo otro se asienta. La objetividad es la cualidad de lo sensitivo (así extensivo como intensivo) en tanto que apela —con su aparición en la consciencia— a lo que Soy; no sólo las percepciones son objetivas, también los sentimientos objetan a lo que Soy y provocan su responsabilidad; lo objetivo es la cualidad de lo que objeta en general —las cualidades generales del sentir (la fundación temporal, la particularidad, la ubicación (los sentimientos también se ubican en el espacio), la evanescencia, etcétera), la apelación, la concepción—.

La subjetividad, por su lado, no es un tipo particular de sensación, ni tampoco es un lugar en el que acaece lo que me objeta (el dónde de lo objetivo es la existencia), sino que es una modalidad del acaecimiento de lo sensitivo que manifiesta lo aquende mi existencia; mi entidad, que funda mi consciencia, la sujeta a las manifestaciones de su sensitividad. Esta sujeción se manifiesta por un modo de darse los sentimientos; este modo es, básicamente, la responsividad [responsabilidad] ante lo objetivo y la manifestación directa de la motivación. Las sensaciones que vienen de esta sujeción no se pueden eludir, sino que acompañan a lo que Soy a pesar del movimiento: no vale cerrar los ojos, taparse los oídos ni retirar la mano; estoy sujeto a estas manifestaciones, con las que sólo puedo interactuar subjetivamente (provocando al Yo para que responda por ellas o contra ellas). No hay, por lo tanto, una subjetividad una, sino que se trata una manera del acaecer de la existencia; esto significa que cada manifestación subjetiva es ella la que se da como ella; la subjetividad radica en el modo de darse (que denota la manifestación de mi entidad respecto de lo conocido, pero que no es la entidad que Soy) y no puede ser una porque no es objeción1, es modalidad inexistenciable [incognoscible como manifestación sensual] como tal, sino sólo como un sentido supuesto a posteriori por el estudio del darse los sentimientos, los pensamientos y la imaginación.


  1. El concepto “subjetividad”, obviamente, sí es una objeción; pero la facticidad de la modalidad subjetiva de ningún modo es objeción.