1.16

La misma distancia que es marcada por la distinción ontológica entre ser y conocer es la que no permite identificación alguna, ni tampoco que lo que Soy se me dé a la existencia como tal, sino que lo que Yo soy se manifiesta a lo que existo de la misma manera que lo que es: por la sensitividad (intensiva, en este caso). De tal manera que, para la existencia, lo que Soy no está más cercano que lo que es, ambos se conocen bajo los mismos principios. La capacidad de manifestación sensitiva intensiva se reduce a aquello para cuya satisfacción hay menester la consciencia, a aquello que en la interacción con lo otro de Mí es buscado o evitado: No siento la síntesis del alimento en proteínas, pero sí el hambre; no siento la restauración de los tejidos musculares, pero sí el dolor que me obliga a cuidar la herida; no siento la oxidación del flujo sanguíneo, pero si la asfixia cuando falta el aire; no siento la densidad de mi entidad, pero sí el deseo del otro y la voluntad de poder… La consciencia-existencia es una derivación de lo que Soy, es el acto y el efecto de conocer para extender el dominio de mi entidad. La transpresentación y la translocación son posibles sólo en la existencia, pero la entidad que se pretende extender es real; para realizarse la extensión de mi ente es necesario un movimiento, que se tiene que basar en lo en la consciencia. La existencia, por lo tanto, apela perennemente al ente que Soy en su motivación y cualquier movimiento extensivo tiene que pasar por la consciencia en el momento de realizarse porque sólo ahí se podría encontrar —si la hubiere— una motivación repulsiva que lo frustre antes de que el fracaso y, en consecuencia, el dolor ocurran; esto es, se puede prevenir el fracaso y alentar el éxito de la consecución de lo deseado.

El agrado, la molestia, la repulsión, el deseo, el dolor, el placer son las determinaciones en las que se basan los movimientos, pero para que esto se dé, es necesario que el sentido lógico de lo que hay en el mundo sea manifiesto. La motivación es el núcleo de lo que Soy que compete a mi existencia, que tiene que ver con lo que se hace y se puede hacer en el mundo; el resto de Mi entidad no existe, no se escapa de la obscuridad de los procesos intensivos incoscientes, no se manifiesta, no se conoce. Así, mientras que la sensitividad (así extensiva como intensiva) objeta a mi existencia, la motivación la sujeta en su determinación. Pero la existencia [la consciencia] no es en sí más que el acto de notar lo que sucede en el mundo; es como una mirilla que se asoma, pero sin participar de nada; no hay aquí personalidad, ni individualidad que se distingan de lo que se hace en el mundo, sino simplemente la capacidad que tengo Yo de conocer lo que está pasando. La existencia es siempre la misma en su actividad (i. e., el conocer), pero no es nunca la misma en su contenido (i. e., lo conocido); es sólo la manifestación de lo que pasa con el ente que Soy.

Es el cuerpo el fundamento, la substancia que sostiene a la consciencia. Es el estado del cuerpo el que determina completamente lo consciente, pero el cuerpo no entendido como un entramado de piel y huesos, ni como la manifestación física que pretenden algunos adoradores de las ciencias positivas modernas y de su método: lo físico, los huesos, la sangre, etcétera son conceptos que tienen su arraigo en lo sensitivo que me toca, pero es un error inconmensurable confundir un concepto verificado en la existencia con la realidad de lo que es. La entidad de lo que Soy no es lo que yo conozco de Mí, porque eso se concibe a partir de lo ya adecuado a mi sensitividad; la entidad no puede identificarse con el conocimiento que tengo de su manifestación sensitiva. El cuerpo del que se habla es Mi entidad, en tanto que real, de la que lo que puedo concebir en la consciencia no es sino una parte muy limitada; es lo que Soy aquende la consciencia de que lo Soy. Si bien el fundamento sensitivo de lo que conozco de mi cuerpo proviene de la objeción extensiva sensitiva de mi propia entidad, esto no es su entidad y, como se ha dicho ya, es imposible alcanzar lo entitativo en el ámbito de la existencia, su cualidad ontológica es incompatible y no es posible que lo que se conoce tenga la realidad de lo que se es. Pensar algo, por decir, el asesinato de una persona, el momento justo en el que inhala por la vez última, la mirada que tiene en el momento en el que se da cuenta de que es definitivo, que no hay ya más vida y en el que piensa en la cancelación de todo lo por venir, etcétera eso no tiene de ninguna manera la carga entitativa que tendría si me sucediera de hecho, ni aún menos la de la mera presencia inconsciente de ese acto. Los pensamientos y conocimientos pueden crearse y desaparecer por miles, sin que por ello los entes reales —aparte del pensante— se afecten en nada. La incidencia en lo real se da sólo por el movimiento; en el ente humano, y en todos los entes animados (esto es, con consciencia, con sensitividad), el movimiento extensivo es posible porque el conocimiento apela a la motivación, y es ésta la que realiza lo que se quiere, y lo que se busca. La motivación primera y última es el bienestar.

La distinción y la distancia entre el yo que existo y el yo que Soy es infranqueable. La sensitividad intensiva sigue necesitando adecuarse a la consciencia para existir, para destacarse de la mera entidad y ponerse en el mundo como una determinación de lo que se hace y de lo que se existe en cada momento. No se suspende nunca este contacto sensitivo de yo con Migo mismo. Pero lo que se siente que pasa, no es lo que se es; la entidad es irreductible a la existencia, y lo sensitivo es solamente lo que alcanzamos de nosotros mismos. El que se manifieste sensitivamente lo que Soy y lo que es en una sola consciencia, eso es lo que permite la translocación de lo que Soy: colocar lo que Soy en lo del mundo. Eso se permite solamente degradando la densidad ontológica de ambos y abarcándolos en un solo mundo, en una sola existencia. Pero esto implica también que hay una distancia entre lo que Soy y lo que existo, y que el yo no puede, sensitivamente, alcanzar al Yo más de lo que puede alcanzar a lo ajeno, sino que simplemente tiene acceso a una capacidad sensitiva de la que para lo demás adolece; esto es, una capacidad intensiva de la sensitividad y —al igual que con la extensiva— de concebir la sensación que nace con ello.

Empero, a diferencia de la objeción extensiva, lo que Soy se manifiesta a lo que existo como su fundamento y como el fundamento de la determinación conceptiva de lo que hay en el mundo. La sensitividad que lo objeta viene desde un sentido distinto, no visual ni auditivo u olfativo ni gustativo, sino de una manera sensible, aunque no táctil. Lo sentimental manifiesta una diferencia con lo perceptivo en que lo sensitivo que me contacta no tiene una referencia como la de los sentidos externos (que, además, es múltiplemente percibido [es percibido por más de un sentido a la vez], con lo que la riqueza categorizable de lo extensivo resulta muy mayor), sino que se trata de una sensación en la que no se encuentra una causa material atendible, sino solamente se manifiesta la pura sensación pero sin la posibilidad de interactuar con ella por el movimiento extensivo, de manipularla o de huir o de buscarla (esto, solamente de manera indirecta, no como cuando quiero el calor y me acerco al fuego, sino como cuando quiero tristeza y leo una novela que tal sentimiento me produzca, en la espera —no en la seguridad— de que así sea). Pero esto no es una determinación cualitativa, sino modalmente distinta; y, sin embargo, esto quizá bastaría para dar cuenta de una distinción entre el Yo y el no-Yo.

Los sentimientos son la manera en la que me toca lo que Soy y en la que sé qué es lo que puedo conocer de mi entidad [que es lo que, de mi entidad, conviene a mi consciencia]. Las noticias que impelen directa o indirectamente a la interacción con objetos —que son los que apelan en su mostración a la motivación de lo que Soy— son el hambre, la tristeza, la alegría, el miedo, etcétera… y a todos ellos les corresponde también como a las objeciones extensivas un juicio o una actitud. Los sentimientos son objeciones intensivas (en tanto que las percepciones lo son extensivas) pero, en tanto que objeciones, les corresponde completamente todo cuanto se dijo anteriormente al respecto.

Una manera principal en la que la interacción con el Yo es modalmente distinta es el encontrarse como responsable de lo que se vive [como lo que necesariamente responde ante lo que le sucede]. Con el Yo no sólo se interactúa por la sensitividad, sino también por la concepción misma; y aun cuando en las determinaciones lógico-categoriales conceptivas no es tan evidente, en los juicios es más fácilmente observable que provienen de Mí y de mi motivación, y que no sólo la sensación es lo que me permite un conocimiento de lo que sucede (intensiva o extensivamente) sino que además el juicio que lo acompaña me habla de lo que Soy y de lo que me mueve y de cómo lo hace. De tal manera que, en el conocimiento de lo que Soy, no sólo se hará como en el de lo que es, a partir de la objeción de lo sensitivo, sino que también se hará frente a la concepción de sentido de lo que hay en la consciencia, de tal manera que todo cuanto hay en la existencia habla siempre de Mí.

En efecto, lo que hay en el mundo ha sido dotado de un sentido lógico y de un sentido vital por la concepción, y esta concepción es manifestación responsiva de lo que yo Soy ante lo que lo apela como sensitividad. Pero este sentido de las cosas a su vez apela a lo que Soy en un proceso re-flexivo, que es el que se retiene de lo que se da del objeto para entenderlo más detalladamente; es por esta re-flexión que se alcanza un distinto acceso a lo que Soy de modo indirecto y no sensitivo, sino por el descubrimiento del sentido que se le imprime desde lo instinto-instituido [desde mi cuerpo, desde mi entidad] a lo que nos objeta y, de esta manera, más que conocer lo que me pasa, conozco mi motivación. Por supuesto que el reconocimiento de la motivación no se da de manera absoluta [absuelta] sino relativa al estado de mi consciencia y al presente del ente que Soy, y que funda lo que soy.

El acercamiento re-flexivo a lo que se concibe de lo que objeta, entonces, conduce al conocimiento de lo que Soy (y, por eso mismo, de mi cuerpo, de mi entidad) en un ámbito distinto, de una manera más indirecta, pero que va más allá de lo material sensitivo, que se refiere al sentido conceptivo de lo que Soy, que es el de Mi motivación. Encontrarse con el sentido con el que se ha determinado a lo que me hace frente sensitivamente es conocer lo que Soy [lo que es mi cuerpo] no desde el encuentro con lo material en su actualidad, sino desde un encuentro con el sentido mundano de lo que existe… También se ha dicho que hay una objeción extensiva que pretende ser en sí misma sentido: el discurso; y por medio de éste es posible acercarse un poco a lo que el otro es por medio del sentido que ex-presa; esto —que es, al fin, conocimiento de lo que es— tiene de una especificidad tal que merece un trato aparte, que se le dará más abajo.

Pero el proceso de conocimiento de lo que Soy no se asemeja al conocimiento de lo que es en el modo (cuando se trata de lo sensitivo intensivo) ni en la cualidad (cuando se trata de la re-flexión sobre el sentido conceptivo); esto requiere de un proceso de respuesta en el que hay una forma de objeción bastante peculiar, respecto a la sensitiva, que es el pensamiento, en el que se manifiesta a la consciencia la concepción propia de lo sentimental en tanto lingüístico, además de la concepción de lo perceptivo. De la manera en la que esto sucede se tratará en seguida.