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Lo primero que siempre se nota en la lectura de cualquier texto hegeliano es su forma de escritura. El estilo hegeliano, aunque muchas veces recurre a las conjunciones causales, muy pocas veces presenta sus pensamientos en la forma de un argumento, en el que de las premisas se siga la conclusión. Se trata, más bien, de una escritura descriptiva, casi narrativa. Los conceptos y facultades por lo general se describen, cuando no se caracterizan como agentes individuales que prácticamente denotan una intencionalidad propia. Esta escritura casi histriónica, hace que los textos de Hegel se encuentren más cercanos a la mitología que a la especulación filosófica: la de Hegel es una épica del Espíritu Absoluto por llegar a la autoconsciencia, por alcanzar a ser lo que es. Más cercano a Parménides que a Kant, su proyecto pretende eliminar la frontera entre lo que Kant llamó fenómeno y noúmeno por medio de absorber lo último en lo primero y hacer de lo que en Kant es una diferencia óntica una diferencia de grado, del estadio de avance que se tenga hacia la consolidación de lo uno como uno.

La teoría Hegeliana, stricto sensu, carece de una ontología. No se aboca a desentrañar la relación entre el pensamiento y la realidad, ni a definir cuál es la cualidad que, en tanto ente, le compete a lo humano. La épica hegeliana comienza con la sensibilidad y concluye con el saber absoluto: de punta a punta se trata de describir y caracterizar los procesos intra‐conscientes. Tomar a la sensibilidad por el comienzo implica que se desestima lo que se encuentra antes y como base de eso sensible; no es que, una vez sentido, sea imposible tomar lo que así se tiene para encontrar su origen, pero, en Hegel, todo se resuelve no sólo en el seno mismo de la consciencia, sino por y para la acción de la consciencia; no se busca esclarecer la relación entre consciencia y sensibilidad sino entre la consciencia y lo ya‐sentido para buen resulto de la consciencia misma. Y es por este mismo camino que se consigue hasta que, como resultado de este proceso, se tiene la extensión de lo que es propio de la consciencia hacia la realidad toda: lo subjetivo y lo objetivo se componen de la misma substancia para al fin ser subsumidos y superados por un saber que en su simplicidad contiene todo y es todo. La eliminación de la contraposiciones y de las oposiciones llega más lejos que la mera relación dialéctica entre ambas; son contenidas, no como desde sí, sino que ambas son abarcadas como siendo su fundamento y no sólo como su continente.

Hay, pues, una substancia espiritual que lo abarca todo conforme va dando cuenta de todo. La teoría hegeliana del absoluto alcanza una enorme semejanza con la propuesta Berkeleyana, en la que Dios, como alma omniabarcante, contiene a todas las almas humanas y angélicas y a las ideas de éstas como percepciones; aquí todo se juega en el plano espiritual: la misma solución que da Berkeley al problema del dualismo es la que da Hegel al de la frontera: Todo es pensamiento, todo está comprendido como es por la fuerza divina del pensamiento absoluto (que no de el absoluto).