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Pero —se objetará acaso— si es así posible que la multivocidad deviniente en que consiste la consciencia se relacione con su contenido,eso aún no significa nada respecto de la consistencia de la forma ni de si es posible que se conozca y se descubra su racionalidad, su influencia en la experiencia de ser humano y del mundo en el que se es;y, en efecto, no lo dicen, pero marcan la pauta y abren el camino para poder establecerlo. Pero para poder determinar tal posibilidad, hay que determinar primero cuál es la diferencia entre el proceso de conocimiento del contenido de la consciencia y del de la forma. Y, a partir de lo que antes se ha establecido, la respuesta debe ser que no existe diferencia, sino en el método: Ya que el conocimiento no puede ser de otra cosa sino de las experiencias, ha de ser la forma de la experiencia experimentable para que sea posible aproximarse a ella.

Si el mundo vivible se encuentra constreñido a lo que somos capaces de sentir y de pensar (de experimentar), entonces no sólo es imposible,sino inútil buscar la estructura de lo allende la posibilidad de ser vivido. Si la crítica de la razón y de la forma en la que ésta se da es posible y deseable, lo es porque nos explica lo que somos y cómo somos(aunque quizás no nos explique por qué somos). Es decir, que la forma dela experiencia, precisamente en cuanto que forma, determina su contenido: están, pues, impresas en el contenido las determinaciones formales, y es así que es posible encontrarlas subyaciendo a todo. ¿Qué es el agua para un pez? Mientras esté afuera —por serlo todo—, nada; pero cuando se filtra y se trata en el interior, es entonces cuando se contrasta con algo más que ella misma; la necesidad de respirar, de flotar, la determinación de la flotación hacen que, en el interior del pez, el agua no sea todo y, por lo tanto, se distinga. La impresión de la forma de la consciencia que se haya en todo cuanto se vive está, si bien invariablemente presente, también ya encarnada en el contenido y conocer lo que sucede y conforma a las cosas es conocer lo que conforma su posibilidad en sentido absoluto; se trata, por decirlo así, de las filtraciones de la estructura supra‐empírica que determina la empiria. Es por eso que Kant llama al proceso de descubrimiento de los conceptos puros una deducción. Hay, así, una pregunta básica ¿Qué condiciones sería empíricamente absurdo negar de todas las cosas o actos del mundo? Si se encuentra cuando menos una situación en la que sea posible concebir —aún imaginativa mente— la ausencia de algo, cabe decir que eso algo no es determinación absolutamente formal de la experiencia‐vida. Pero lo anterior se aplica con mayor exactitud a la búsqueda kantiana —la de la posibilidad de las verdades sintéticas a priori—; hay, sin embargo, muchas más determinaciones trascendentales de las condiciones de la estancia humana que no piden tan lógica formalidad, que buscan la formalidad sensitiva, volitiva, del sufrimiento o de la felicidad. Las investigaciones filosóficas pueden y deben seguir preguntandotrascendentemente por la condición de ser, de estar, de querer… pero sin pretender que sean la figuraciones arbitrarias sin examen y motivadas más bien por el anhelo que por la crítica pasen por verdaderas determinaciones. El afán de justificación trascendental no se extingue y es absurdo que pretenda extinguirse su búsqueda honesta; en efecto, sería más honesto abandonar tal búsqueda si se supiera imposible, pero, no siéndolo, resulta por completo lo contrario.

En estando dentro de la intuición‐experiencia como único hogar posible, no es necesario salir de las fronteras del mundo para conocer lo que hacia adentro significan la existencia y la vida; la crítica de la propia estancia y de la de lo que nos rodea —y no otra cosa— es lo que puede darnos los parámetros con los cuales dirigir nuestra conducta y por los cuales dejar ir el todo de lo que es: nuestra vida. Es ése —en su muy germánica y dieciochesca forma— el afán de la crítica kantiana (un afán humanista) y ha sido también la auténtica motivación filosófica.

Falta contestar a una última objeción: Que de esta manera no se conoce la racionalidad de la experiencia misma sino, acaso, su funcionamiento, y sólo en tanto que éste se filtra en el campo empírico; que se mantiene sin justificar la posibilidad de un conocimiento de la consciencia en su fundamento, su esencia más allá de la facticidad que de ella resulta, en la anterioridad óntica que la constituye más allá de la función empírica. Objeción ésta que es incontestable en su contenido, pero que, sin embargo resulta inaceptable, puesto que no se refiere a la posibilidad de la crítica. No es necesario traspasar la frontera para poder dar cuenta de cómo es ésta al interior; y es esto último lo único que persigue la crítica; si no se manifiesta en la consistencia del mundo, entonces no tiene relación con lo que soy (a saber, soy la vivencia de lo que soy). Efectivamente, lo que es anterior a la facultad de la razón se encuentra, por eso mismo, fuera del alcance de la racionalidad (es, pues a‐racional), pero esta a‐racionalidad de la razón en cuanto facultad comienza antes del imperio de ésta, o es decir, fuera de la posibilidad de la existencia humana1.

Consecuencia inevitable de una crítica trascendental es darse cuenta delo apartado que el humano se encuentra respecto de la consistencia de la realidad en sí misma; darse cuenta de la finitud de lo humanamente abarcable y del poder de lo que se es. La trascendencia que esta crítica consigue es temporal e individual (conocerse más allá del instante y conocer a los otros), nunca se llegará a trascender la entidad propia, ni con la imaginación, ni con nada. La crítica como conocimiento de la frontera implica —y aunque esto es obvio hay que remarcarlo— que hay una frontera entre la propia entidad y las ajenas, y que es la misma que me guarda de superar ónticamente mi propia entidad. El ejercicio de la crítica implica la aceptación de esto; si omnis determinatio est negatio, el conocimiento de las determinaciones generales de la experiencia‐estancia humana implica la negación de todo lo que se halla fuera de éstas.

Hay, desde luego, quienes no están en la disposición de aceptar la existencia de tal frontera o que se empeñan en construir puentes que lleguen hasta un territorio desconocido e indeterminado, lleno quizás por su imaginación, quizás por una genial capacidad de deducción. El caso hegeliano —creo— merece una peculiar atención (aunque por la naturaleza de este trabajo no puede alcanzar mucha profundidad) de tal manera que, aunque brevemente, se intentará analizar su respuesta a la limitación crítica del alcance óntico humano.


  1. Es ésta, antes que una objeción, la conclusión que Kant consideraba más importante de su proyecto particular de crítica de la razón: las deducciones racionales no alcanzan más allá de lo que es experimentable, de tal manera que debe evitarse llevar a cabo un ejercicio en tal dirección.