8
Más atención —por su mayor importancia— ha de merecer la situación del filósofo ante la academia.
En estando en el ámbito académico, el filósofo se encuentra inmerso en una estructura que exige, bajo el nombre de “filosofía”, muchos requisitos que no son filosóficos de suyo, sino que reclaman tal carácter por una pretendida e imposible ósmosis cuasi física. Se encontrará también con que se fomentará y casi exclusivamente se le permitirá desarrollar un pensamiento descriptivo y limitado no sólo por la especialización, sino por la condición —inherente al método mismo— del objeto de su investigación, en detrimento de un pensamiento propositivo y descubridor de la realidad. Se le exigirá que tras cada palabra que pueda decir haya tres o cuatro citas de palabras de otros y se le empujará hacia la tutela de los pensadores y del pensamiento europeos, obligándolo a una estremecedora desvinculación con la realidad de su vida puesto que, como la filosofía (esto es, el objeto de estudio del académico: la historia del pensamiento filosófico) se halla en francés, alemán o inglés ha de voltearse hacia estas lenguas y a sus países para alcanzarla, contradiciendo el instinto y la necesidad que tiene el filósofo de volcarse en el estudio de la propia realidad a la cual sólo se puede tener acceso mediante la vida propia.
Empero, ya que nadie obliga al filósofo a entrar en la academia (no, por lo menos, directamente, sino al contrario las más de las veces), debe haber una razón por la cual haya decidido buscarla, ¿qué es lo que obtiene o espera obtener el filósofo en la academia? En primer lugar, filosofía o, más específicamente, un lugar en el cual poder practicarla junto con otros filósofos y en el cuál aprender, sí, la historia de las ideas filosóficas, pero no dedicarse a ella. Sabida es la exigencia social de una formación profesional y, ante esa exigencia un amante de la verdad a sus —filosóficamente— tiernos dieciocho años (que en su mayoría habrá dedicado a vivir, si es en verdad filósofo, y no a la formación de un curriculum precoz) le parecerá que muchos o algunos de los que se encontrare como compañeros y la mayoría de sus profesores fomentarán el acto filosófico en vez de deprimirlo, como antes se vio.
Pero también, y en ámbito más adulto, el ejercicio de la filosofía académica permite obtener los ingresos monetarios suficientes para mantener la vida en esta sociedad básicamente capitalista. No es, desde luego, la pretensión manifestada por Sócrates de vivir en el Pritaneo, pero es una forma en la cual una actividad con el nombre de “filosofía” encuentra una remuneración que permita dedicarse a ella con exclusividad y sin preocupación por la manutención material. Pero la situación dista mucho de ser ideal; la docencia y la investigación académicas son un trabajo en el que —como en todo trabajo asalariado— se paga en cambio por el tiempo que la persona dedique a hacer lo que se le indique que haga y que, aún con la libertad de cátedra y de investigación, está sujeto a una burocracia (así administrativa como académica) que delimita muy bien las tareas que competen a cada uno.
Y están, desde luego, el sni, y los papiit, papime y las becas y los viajes al extranjero y tantas otras cosas por las que un buen académico ha de preocuparse… aunque el filósofo no.
Pero, ¿cómo vivir de ser filósofo-académico sin renunciar para ello a ser filósofo-vital, puesto que amabas condiciones son incompatible (i. e., imposibles de darse al mismo tiempo en la misma persona)? Cierto es que, en algunas circunstancias muy especiales, es posible publicar más allá de la convencionalidad y tradición académica; pero para eso hace falta, luego de muchos años, haberse levantado —a través de ella— por encima de la ortodoxia académica, pero, ¿cómo hacerlo sin —como dijo el poeta— mancharse el plumaje, sin ceder a la exigencia de renuncia a la realidad de lo que se es?