7.3

El yo que existo [el yo que es consciencia] no se manifiesta, sino que es él justamente la manifestación cognitiva del Yo que soy. El yo consciente no es, sino que se produce como resultado de lo que Soy [es la existencia de mi entidad]. Esta dimensión ontológica me hace consciente [conociente] de lo que me pasa, y éste es el único modo en el que se puede vivir lo que somos. Esto que vivimos es lo que vivimos ahora, en el presente: es el frío de ahora el que me entume, es la preocupación de ahora la que siento (preocupación, tal vez, por lo de mañana, pero la preocupación es actual); la consciencia, arraigada en la entidad, está así arraigada al presente, aunque ella misma sea su trascendencia por la temporalidad: la vivencia lo es de lo que ahora se me presenta —ya sensitiva, ya especulativamente— y de su concepción, en la que está involucrada la historia de lo que Soy.

La condición entitativa de eterno presente es también la condición de eternamente actual [de eternamente actuante]: soy el acto de ser Yo. No se puede renunciar a esta actualidad, como tampoco se puede renunciar a la sensitividad, ni por tanto, a la existencia. Pero la existencia no es sólo una manera contemplativa de alcanzar lo allende por el conocimiento, sino que, desde la sensitividad misma que la funda —en la formación del sentido de lo que nos objeta y en la concepción especulativa— siempre, perennemente, la existencia apela a lo que Soy y provoca así, perennemente, su respuesta. Esta respuesta no se limita a emitir un parecer frío (o indolente o sólo categorizante) por lo que se presenta existencialmente ante la entidad propia, sino que la respuesta se da como afirmación de lo que Soy ante eso que me enfrenta; es decir, que con ella se manifiesta en lo del mundo —conceptiva y sentimentalmente— lo que significa para el Yo ente aquello que me objeta en el conocimiento, lo que hace a Mí de ello; y esto es por medio de mi motivación. Es ésta la que manifiesta cada vez en la situación particular en la que me encuentro el cumplimiento del postulado entitativo.

Así, no se trata de un encuentro apenas significativo con lo que lo otro me manifiesta, sino que se trata de vivir lo que me pasa; no sólo de notar la posición en la que estoy siendo respecto de lo ajeno, sino también ser Yo en el mundo para buscar hacer o encontrar en lo real lo que necesito para permanecer siendo. Vivir es vivir para la supervivencia y para la extensión de lo que Soy; todo placer, todo dolor, todo agrado y molestia, todo gozo y sufrimiento es lo que responde mi entidad ante lo que me pasa: todo lo en la existencia —fuera de las sensaciones perceptivas y de las francas apelaciones de lo ente a lo existente— es respuesta del Yo-ente a la apelación del yo-conociente. Pero esta existencia no tiene de sí una expresión, sino que es el receptáculo de lo que del mundo Me toca y de lo que el Yo-ente (que permanece tan distante del conocimiento cuan cualquiera otra entidad) pretende del mundo para sí [para su {acto de} ser].

La responsabilidad [responsividad] es la condición perenne de la entidad consciente que, ante lo que le apela [ante lo en la existencia], se dispone –-ya consciente, ya inconscientemente—, en consecuencia, al acto; es decir que la manera en la que el Yo-ente responde a lo que conoce es disponiéndose al acto que afirme su entidad, y esto puede reflejarse en la consciencia como sentimiento (de miedo, de esperanza, de ira, de molestia, de agrado, etcétera), pensamiento o concepción imaginativa, o puede reflejarse a nivel inconsciente como disposición corporal. Que mi entidad es perennemente responsable significa que jamás nunca se escapará de que lo que conoce se refiera a lo que Soy, pero no sólo de manera teórica, sino que la referencia lo es también a mi actualidad [al hecho de ser en acto].

La actualidad es la condición misma de la entidad: lo que soy es el acto de ser Yo. Ser significa ser actual. Somos, pues, eternamente forzados a actuar y, por tanto, a encontrarnos en los actos; no puedo renunciar a mi actualidad, a ser yo ahora: se es, a cada momento, siendo, sin la posibilidad de no ser**.

La consciencia [el conocimiento] surge en la entidad para indicarle lo del mundo, para apelarla con lo que sucede y, entonces, poder determinar el movimiento extensivo, es decir, poder modificar el acto en el que Soy. La motivación [la tendencia a mi realización por el movimiento] se puede manifestar conscientemente, de manera que esta tendencia motivacional apele a mi entidad y, así, ésta responde; y su respuesta implica a la historia de lo que Soy, a lo aprendido-incorporado, de manera que se eyectan —ya conceptiva, ya especulativamente— las posibilidades que parten de la actuación de ese movimiento al que tiendo. La respuesta entitativa —concepción, sentimiento, pensamiento o especulación— ocurre a la existencia como una objeción, y esto, a su vez, provoca otra respuesta que bien puede ser una motivación en sentido contrario de la primera1, lo cual es un arrepentimiento de la ejecución del movimiento, pero hay veces en que el encuentro con las consecuencias del acto no se da a priori —en la proyección pensativa o especulativa—, sino a posteriori —en el enfrentamiento fáctico con lo que ya ha sucedido—, pero en el segundo caso la motivación contraria no tiene ya efectividad posible, como no sea la desesperación y la impotencia ante una situación que no cambiará ya.

Empero, no se trata de que haya responsividad ad infinitum, de que la respuesta a una apelación implique otra respuesta y ésta, a su vez a otra, etcétera, esta pretensión convierte a la estructura de la consciencia en un mecanismo lineal, incapaz de una verdadera interacción con lo que le ocurre. La respuesta del Yo a lo que le apela es proporcional a la atención que tenga a esa apelación; toda sensitividad es respondida conceptivamente por lo que Soy, y también su objeción ya como objeto con sentido; pero en la inmensa mayoría de los casos es tan irrelevante éste {sentido} que la sensitividad que ahora me apela tiene ya mi atención y la objeción se desvanece por la condición deviniente de la existencia o por cualquier otra cosa, es decir, que la atención se distrae de la objeción y, así, la desvanece y no se responde más. Ocurre, cuando es mucha la importancia de lo que objeta, que la respuesta sí merece una respuesta y así otra y otra más, etcétera (hasta que ocurra un objeción distinta que distraiga la atención de la cadena de respuestas), cuando es así se trata del pensamiento [del diálogo interno] o del examen detallado sobre algo, del razonamiento o de una consideración situacional que mucho conviene a mi entidad, de tal manera que se considera con detenimiento todo lo que significa, supone, implica, o se sigue de alguna cosa o situación; esto significa que el asunto de que se trate apela con gran fuerza a la subjetividad de mi existencia, que me importa eso y, por lo mismo, sus consecuencias me merecen la mayor atención, y esto puede deberse a que son muy buenas [a que se les desea mucho] o muy malas [o que se les repulsa mucho].

La responsabilidad es la sujeción del yo que existo al Yo que soy. Por tanto, siempre manifiesta el sentido para Mí de eso que ocurre a mi existencia, sentido que categoriza lo que encuentra y que lo especula, pero que también lo significa para mi entidad en tanto que ente, es decir, en lo que respecta a su {acto de} ser. Lo que apela a lo que Soy, entonces, le obliga a manifestarse acerca de su bondad o de su maldad: a juzgarlo y a placerse o a dolerse —sentimentalmente— por lo que hace a Mí de ello. La responsabilidad, pues, manifiesta lo que de lo que hay en la consciencia me es bueno y lo que me es malo, y esto implica la determinación del acto por la presentación de los motivos de búsqueda y de huida que excitarán la motivación del cuerpo que Soy.

Así, la perenne responsabilidad determina la perenne actualidad entitativa, pues concibe los motivos de mi tendencia a la realización, encuentra especulativamente la situación buena y la pone ante mi entidad para su consecución, al mismo tiempo que encuentra la mala y la pone de manifiesto para su rechazo. Todo lo que se presenta o se representa en la existencia merece una respuesta; cuando se tiene la disposición para considerar lo que en la realidad significa lo que hago, se conciben las consecuencias y las causas de lo que estoy por realizar y, así, el Yo-ente las enfrenta reflexivamente y puede desearlas como buenas o repulsarlas como malas y, de esta manera, la determinación del acto mismo no sólo responde por lo sensitivo que se le presenta, sino que también lo hace por el tiempo ausente y, cuando se considera al otro, por la entidad ajena.


  1. La motivación es la tendencia al acto, que puede o no ser responsiva según responda o no a una apelación. La responsabilidad lo es por lo en la consciencia: es la consecuencia entitativa de lo que se conoce, que bien puede manifestarse a la existencia o permanecer en el ámbito exclusivamente intensivo sin referencia a lo existencial. Una motivación puede darse como respuesta a lo en la existencia, pero no tiene que ser así, pues hay movimientos que se dan como manifestación directa sin que se pretenda alcanzar ni huir de nada de lo que se presenta en la consciencia. También —responsivos o no— los impulsos motivacionales pueden manifestarse al conocimiento o simplemente resolverse sin su concurso; el hecho de manifestarse a la consciencia significa que, previo a su realización, apelan a la entidad, que así determina conscientemente su realización, pues en esta apelación el entendimiento y la sapiencia en la concepción especulativa representan a lo que Soy las consecuencias de lo que hago y, de esta manera, éstas son motivo de mi motivación, lo que puede inhibir o exaltar la tendencia por otra, esta vez no hacia el hecho inmediato, sino hacia la consecuencia especulada. Otro tanto puede decirse de la responsabilidad, que no es exclusivamente motivacional, sino que también es sapiente-inteligente; es decir, que no sólo se da como tendencia corporal al acto, sino también como concepción especulativa del mundo posible que se sigue de lo que me objete —sea o no una motivación—.

    La motivación y la responsabilidad, entonces, no son lo mismo, aunque la responsabilidad motivacional [la respuesta de lo que Soy que tiende a concretarse en el acto] es la consecuencia más importante de ambas; hay que llamar la atención, sin embargo, para mantener la distinción pertinente y evitar confusiones.