3.3
El hambre es el sentimiento que impulsa al deseo de lo otro por excelencia; es el más crudo impulso motivacional hacia lo ajeno, la más grave tendencia al consumo.
El hambre, como sentimiento, es una sensitividad intensiva, es un contacto de lo que Soy a lo que siento; es llevar el Yo-ente al yo-consciente de la manera más franca1 para que, en la consciencia, lo que Soy se manifieste al mundo que existe y se imponga, así, la actitud deseante, ésta que nace sin ser respuesta a un motivo, sino que busca encontrarlo: que tiende al motivo que pueda satisfacer al sentimiento {el hambre} aún cuando no se presente a mi percepción; que impele, pues, al enfrentamiento con lo que no me enfrenta, pero que necesito. La satisfacción del sentimiento del hambre es el consumo del alimento.
Consumir es destruir la entidad ajena para beneficio de la propia, es desmedrarla o incluso aniquilarla en pos de la consecución del bienestar o de la disminución del malestar Mío. Es tener dispuesta a mi potencia la posibilidad de usar lo que me enfrenta, de ejercer un dominio cósico sobre el comportamiento de lo que es, sobre su realidad en el mundo, provocando el desgaste o la aniquilación del otro-ente; aniquilación o desgaste que obedecen a la realización de lo que Soy y a la satisfacción de un motivo de mi entidad.
Alimentarse es internar la entidad ajena en la Mía. Pero esto no se da como una asimilación (la asimilación es la incorporación del movimiento que yo hago, la institución del saber), sino para consumirla, para aniquilarla en provecho de la mía. Se sacrifica lo que lo otro es, la actualidad de lo que me enfrenta, de lo que ya es puesto a mi disposición por la fuerza del Yo-ente: se introduce al cuerpo que Soy para destruirla y conseguir así mi permanencia.
La menesterosidad vital de lo ente-humano y, en general, de todo lo animado hace imprescindible el tener que recurrir a lo otro de Mí para conservarme y, por tanto, tener que aniquilar lo que lo otro es para poder seguir siendo Yo. El hambre es el sentimiento que manifiesta este menester y que impele a conseguir lo que se ha de consumir como alimento; es, pues, una sensación intensiva dolorosa, molesta —para casi todos—2, que impele a la actitud deseante del alimento y que se consagra a buscar su enfrentamiento, primero, y su consecución después.
Tener hambre es el reconocimiento más grave de Mi insuficiencia, es la mostración de facto de la existencia de lo ajeno a Mí desde lo de Mí. Es la mayor y más bruta prueba de que no sólo Yo soy, y —al mismo tiempo— de que Yo soy solo. Es la prueba —ética, no teórica— de que algo es aparte de lo que Soy porque su manifestación misma es la tendencia a su búsqueda, porque me demanda el alimento allende mi entidad, y el alimento tiene que ser allende porque en eso constituye la demanda misma: en salvarme de mi insuficiencia consumiendo lo otro, lo cual redunda en la tendencia al movimiento heterónomo. La prueba ética es la única posible para la superación del solipsismo y no la teórica porque la teoría misma implica ya la aceptación del sobre qué teorizo, porque en el ámbito teórico se supone ya el enfrentamiento con lo distinto, pero no hay forma de demostrar que el enfrentamiento mismo no sea lo que yo soy —que, de hecho, es lo que Yo existo—. La superación de esto es ética: Es del ethos, del actuar, de lo que se hace: el movimiento de lo que Soy es la mostración fáctica —nunca teórica, nunca comprobable— de que no soy todo; el hambre es el sentimiento que intensivamente (sin la necesidad de suponer nada allende lo que Soy) me tiende indefectiblemente hacia lo ajeno y me muestra así {éticamente} que hay algo más, y no sólo eso, sino que hay algo más que necesito. El hambre es la prueba de mi soledad-insuficiencia-finitud-menesterosidad precisamente porque no sólo me muestra que hay lo otro, sino porque esa misma mostración implica ya que lo otro me hace falta, que necesito internarlo en lo que Soy, consumirlo; es decir, que esta mostración de lo otro no es una manifestación, sino una tendencia, y el tenderme Yo hacia lo que no soy para aniquilarlo en pos de mí implica que no puedo compartir mi entidad: que es la de lo otro o la Mía, pero no son ambas: que lo que Soy incluye —entitativamente— a lo que lo otro es sólo para destruirlo. Soledad entitativa ésta que es existencialmente superada (pues en la existencia sí se alcanza lo otro de mí —sólo sensitivamente—), pero no en la realidad, sino en el conocimiento.
El hambre es progresiva. La manifestación de que necesito que lo otro se me dé se acrecienta cada vez. La potencia de mi entidad disminuye siempre, siempre se patentiza que lo que Soy declina, y la exigencia entitativa por permanecer siendo se vuelve más pesada, el sentimiento del hambre se vuelve más fuerte, más grave, más insoportable y tiende a inundar mi existencia, a convertir mi ánimo en un ánimo hambriento, y no con el solo sentimiento del hambre, sino con la desesperación, la impaciencia, la intolerancia de Mi estado y la determinación conceptiva de esta insoportabilidad de mi propia manifestación entitativa.
El crecimiento del hambre hasta inundar mi existencia y convertirla a un ánimo hambriento implica un mayor ensimismamiento; esto es, que —entre más fuerte sea— hay una mayor atención a lo aquende porque el ánimo todo atiendo sólo a ello, a lo que desde Mí se manifiesta a la existencia. Este ensimismamiento [esta atención casi exclusiva de lo aquende] lleva a una determinación del acto desconsiderada y a una manifestación casi exclusiva de lo que hace a Mí de lo que me apela; dicho de otro modo: lleva a un marcado egoísmo existencial3. Esta tendencia progresiva del hambre marca la tendencia de la ambición egoísta, es la forma más cruda en la que se manifiesta el consumir a lo ajeno como el cumplimiento del postulado entitativo de permanecer siendo. La visión del egoísmo como la tendencia {hacia lo ajeno} que más directamente puede realizar lo que Soy [puede imponer mi motivación como la actualidad real], implica que se pone la satisfacción del alivio que el hambre me exige por encima de la existencia de lo otro que consumo, que vale más saciarme de lo que vale la permanencia de lo otro que me como.
El paradigma del hambre como la tendencia más bruta hacia lo ajeno, como la más primaria de todas es lo que indica el ritmo de la supervivencia: siempre tratando de superar la finitud, si no con alimento, sí con la descendencia y todo para que, al final, sea la especie y no el individuo el que cuente… especie que de cualquier forma terminará en la aniquilación total.
Toda actividad conceptiva e incluso toda sensitividad extensiva —por sus determinaciones conceptivas de placer y dolor— manifiestan lo que hace al Yo-ente de lo que le toca, o de lo que le enfrenta. Al mismo tiempo, toda responsividad lo hace; pero los sentimientos que nacen sólo de necesidades vitales no responden a lo que lo otro pone en Mí por el contacto, sino a la intensiva manifestación de la entidad que sujeta a mi existencia.↩
El placer/dolor es una determinación sensitiva que es el sentir mismo en su acaecer, es inmutable en tanto mi disposición entitativa no mute también; el agrado/molestia, en cambio, es un juicio cuya aplicación a tales o cuales objeciones se determina históricamente por el éxito/fracaso de la realización del movimiento a que impelen.↩
Nuevamente hay que hacer la observación: se trata de —por así decirlo— la tendencia natural, general de la manifestación del hambre y del ánimo hambriento; pero, por ejemplo, quienes hayan podido superar la inercia de juzgar al dolor del hambre como molesto o de poder considerar los conceptos con más fuerza que las sensaciones podrán no responder a lo que aquí se dice. Pero no se intenta describir todas las posibilidades de ser humano, sino sus condiciones generales.↩