2.9

El ámbito de la posesión es el de la potencia, no el de lo que es [la realidad], sino el de lo que puede ser [la especulación], con mayor o menor seguridad de que así será. La posesión se inscribe como el cumplimiento especulativo de una de las directrices del postulado entitativo: la de extender mi entidad como un amento, pero no en su actualidad, sino en su potencia. Es sumar a Mi potencia la potencia de lo que poseo. No es, pues, aumentar mi capacidad, sino disponer además de la capacidad de lo ajeno a Mí que poseo.

Así, la posesión de lo otro de Mí me permite poder más de lo que puedo por Mí. De esta manera, la posesión conviene al bienestar, porque es el cumplimiento en la concreción de la existencia del postulado entitativo trascendente1. Mayor posesión es mayor poder y, por ende, mayor gozo, mayor satisfacción de lo que me mueve al acto y, así, al alcance del bienestar como realización de mi entidad. La posesión se muestra, por ahora, como el método más eficaz de encontrarse con lo que en el mundo allende puede satisfacer mi carencia. Ser más potente [más poderoso] significa que puedo más, que la manifestación de mi motivación tiene más herramientas para realizarse, que lo que se me aparezca como motivo puede ser alcanzado por Mí con menor trabajo, que mi capacidad de incidencia en lo real, para modificar el lugar en el que Soy, el lugar de mi estancia, aumenta también.

Entones, la búsqueda de mayor posesión es la búsqueda de la mayor potencia. La posesión se vuelve en sí misma un motivo, algo que se pretende alcanzar, se determina el concepto de posesión como agradable y la ambición de dominio se convierte en un postulado existencial, para quien así entiende la satisfacción de lo que es.

Se trata del primero de los dos polos del cumplimento del postulado entitativo: el de buscar un más fácil y rápido acceso al cumplimiento de lo que me demanda lo que Soy para encontrarme satisfecho entitativamente: Buscar el dominio y la posesión de los recursos que me hagan asegurarme la realización futura de Mi satisfacción. Es así que el comportamiento de muchos es guiado por esta ambición [la tendencia al aumento de lo que poseo] que, cuando es desmedida [cuando no considera a lo que no contribuye a su concesión] implica la mayor maldad moral, el más grave egoísmo, el narcisismo y la violencia.

El aumento de la potencia propia por la adición de la potencia de lo otro es, así, una actitud que tiende a la concreción del dominio, el cual tiene dos vertientes: el conocimiento y la fuerza. Cuando es por conocimiento, se llama habituación, se trata de que, al familiarizarme con las rationes de lo que me enfrenta, pueda yo disponer de sus disposiciones y emplearlas en la consecución o en el aseguramiento de mi satisfacción por venir. Es decir, comprender a lo que me rodea para poder utilizar sus capacidades y disposiciones en beneficio mío. Es ésta una tendencia instintiva del aumento de mi potencia por el aumento de lo que sé-entiendo, que se manifiesta por la curiosidad. A partir de aquí puede nacer el interés genuino en los entes otros de mí, que siempre comenzará por la búsqueda de lo que son en su objeción a Mí (y, en los más de los casos, ahí permanecerá), pero si se genera una inclinación a trascender su objetividad para buscar su entidad —tarea fallida por necesidad, pero que permite un reconocimiento de lo que Soy en lo que no y, así, una tendencia a la procuración de la entidad de lo otro—, entonces es filosofía. Pero, si se queda en el ámbito vulgar de la objetividad y del interés en lo que se sigue para mí de lo que conozco, entonces degenera en una afición por el aumento huero de lo que se conoce, por los datos, por la multiplicidad, por la erudición llana —por la polimatía despreciada por Heráclito2—, y degenera en un cientificismo ramplón, como el que predomina en nuestros días, y quizás ya siempre.

La otra vertiente del domino es precisamente la posesión, que se ejerce por la fuerza bruta. Se trata del constreñimiento de la posibilidad {de actuación} de lo poseído para que su entidad se determine como a Mí me conviene; esto es, de la manera en la que me facilite el encuentro con lo que me llene, con lo que me llama de lo objetivo-perceptivo a consumirlo o a encontrarlo. El dominio y la búsqueda por poseer son el modo más bruto de realizar la extensión de mi entidad en la realidad. Poseer las cosas, controlar lo que les sucede es cumplir con un impulso que se satisface en la seguridad del gozo por venir, y que no repara en la situación de lo que no se relacione con eso que pueda resultar de tal búsqueda. Es decir, que no se considera la situación de lo que no significa la ampliación del dominio de la consecución de Mi motivación, del encuentro con lo que despierta el deseo o con lo que lo satisface. La búsqueda del gozo —que es la manifestación existencial del postulado entitativo— se hace sin la consideración del estado de lo que no Soy, y esto quiere decir que no hay un re-conocimiento de los entes que me enfrentan ni del sufrimiento suyo en el sufrimiento Mío.

El impulso de dominio es, así, la tendencia al cumplimiento del postulado entitativo más acorde con el impulso de arrojo a lo otro de mí a que me impele la manifestación motivacional anímica, sensitiva, existencial. Es el encuentro del gozo en la ignorancia de la entidad de lo otro, con la sola consideración de mi potencia y de su aumento. La ambición de la posesión es la actitud que mejor alcanza —aunque nunca colma—, para los más, la satisfacción de su necesidad entitativa. Sin embargo, por su propia tendencia de apoderamiento de lo que lo otro hace —nunca se podrá apoderar de lo que lo otro es—, la tendencia al dominio generalizada es imposible de cumplir, no sólo porque lo que en el mundo allende hay sea insuficiente para la satisfacción de todas las ambiciones de todos, sino porque (ya que se trata de sumar la posibilidad de lo poseído a la mía) el ente que más posibilidades tiene para mi servicio es el ente humano, que también tiene un impulso hacia el cumplimiento del postulado entitativo propio. Es decir que, si se generaliza esta tendencia, resultará en el dominio que ejercen unos humanos sobre las posibilidades y las disposiciones de otros, pero el hecho de que cada humano tenga una motivación —que determina la tendencia a la realización propia— y de que haya quien pretenda dominarla, significa que bien puede darse que el dominio impela a la pretensión de la violación de la entidad del otro, a la obligación de la obediencia, es decir, de que el movimiento de mi cuerpo [mi realización] sirva a la satisfacción de algún otro que ha tomado de mí mis fuerzas y mis disposiciones para su mejor satisfacción y regocijo.

Pero, en la realidad, ya que la posesión no aumenta lo que Soy de hecho [entitativamente] sino tan sólo especulativamente, no se gana de sí mismo nada, sino la comodidad del estar y la facilidad de la satisfacción de lo que me motiva si tal fuere el motivo de mi motivación. Asegurar la consecución futura de lo que en este momento me motiva no es asegurar que la motivación permanecerá conmigo y, por lo tanto, que el gozo que ahora tengo se repita. Es decir, que para que se satisfaga a la motivación de mi entidad es necesario alcanzar lo que me motiva, pero, lo mismo si hay un deseo sin su satisfactor que si hay una cosa dominada que no se desea no puede resolverse la necesidad de lo que Soy. La satisfacción de la motivación requiere el concurso de ambas cosas y, en el caso de que lo que no se tenga sea la motivación hacia lo que se posee, sólo queda el aburrimiento, el hastío, la desidia. Pero también se da a partir de esto la creación, el encuentro con la motivación hacia el mundo más allá del llamado bruto del aplacamiento de las necesidades que me manifiesta la motivación sensitiva; se trata de sobrepasarla en la dimensión especulativa, de encontrar en la concepción imaginativa la manifestación y la consideración de mi entidad en el mundo más allá de lo sensitivo actual; especular al mundo y a mi propia entidad para trascender el encuentro con la actualidad sensitiva. Esto es: encontrarme más carencias entitativas de lo que Soy. A partir de la imaginación de la posibilidad de un mundo mejor se tiende también hacia ello con un deseo de su realización; es la creación de una necesidad que no viene demandada por la molestia o el sufrimiento sensitivo ante su carencia.

El aburrimiento se da por la desconexión de lo que Soy con lo que me pasa, no hay en lo que me enfrenta un sentido que increpe a lo de mí con fuerza suficiente para motivarme [para moverme]; lo que le ocurre a la existencia que soy pierde el significado entitativo, pierde la referencia a lo que me mueve y no encuentra en su situación motivo, nada lo impele a realizarse y, así, existe una indiferencia de lo que suceda o de lo que no suceda, no hay en este momento algo que busque, ni de lo que huya. Queda solamente la exigencia eterna de ser, y de continuar siendo en la realidad; queda la exigencia de la actuación, pero sin ningún motivo para actuar, sin ningún interés en lo que le pase. Es decir, que la tendencia al acto supone la realización de lo que me mueve, el intento de la consecución de lo que me falta como ente, de lo que llene mi insuficiencia.


  1. Hay que advertir, sin embargo, que esto no es así necesariamente; puede ocurrir, por varias razones, que la concepción de la posesión sea desprovista de este aumento potencial de la entidad. Principalmente si la motivación no está en pos de la satisfacción que supone lo que se posee, o porque esta posesión implica el enfrentamiento con situaciones dolorosas o de sufrimiento, en cuyo caso el sufrimiento que causa esto no permita el gozo de lo poseído. Esto es muy importante tenerlo en cuenta, porque lo que se dice a continuación en este parágrafo se basa en el supuesto de que, sin más, el aumento de la posesión conviene —sin contravenir— a la motivación poseyente, pero no significa que esto se acepte como universal, sino como general. De estos casos excepcionales se tratará más delante.

  2. «La mucha erudición [πολυμαθία] no enseña a tener inteligencia [νόος] […]» — DK B40.