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En lo de sí, el yo es identidad, y en esta identidad consiste su existencia. No se trata de encontrar algo que sea fuera de sí (del mismo), sino que lo que lo compone es el hecho mismo de ser sí mismo y de buscarse a sí, a su gozo, a lo que lo llena. Es saberse en lo que se tiene, es buscar extenderse en el ser, es encontrarse autosuficiente y encontrarse libre. Hasta aquí, va lo que ha contado en la tradición que lleva hasta el idealismo de la modernidad. Eso es lo que tenemos como la tradicional respuesta, lo que nos ocurre cuando no nos vemos cuestionados.
Levinas intenta fundar una manera de escapar de esto, de lo que es en lo de sí, de lo que es solipsista, de aquél que está como Giges que puede verlo todo sin ser visto (el sujeto de conocimiento de la modernidad). Esto es el ser separado.
La separación es la condición de posibilidad para las relaciones éticas y epistémicas, es la relación por la que se funda una manera de estar en el mundo en la que no se necesita nada más, es la autosuficiencia. Autosuficiencia que no se rompe con el trabajo, sino con la posibilidad de llegar a encontrar una salida de esta vida separada, de esta vida en la que no se ofrece nada que dé sentido a la existencia, porque lo que no se puede es encontrar una manera en la que el existente vaya más allá de sí. No se puede encontrar un fundamento de lo que se vive, porque el ser separado (el ego cogito, la consciencia, el Dasein) no puede fundar su sentido en sí mismo, no puede encontrar un momento en el que se ponga de manifiesto el sentido (el origen del sentido) en lo conocido (en lo tematizado, en lo que se pone como integrante de una totalidad). Lo ya comprendido quiere decir lo que se ha incorporado al Mismo, lo que no puede dejar de encontrarse.
El origen del sentido se da por la trascendencia.
La trascendencia es una «relación con una realidad infinitamente distinta de la mía» (pp. 65-66). Es un encuentro con lo que me hace frente, pero que, a pesar de hacerlo, no puede caber en lo que Yo soy. Y el no caber en lo que Yo soy no quiere decir que no lo pueda tener dentro de mi cuerpo, sino que no puede quedar reducido a mí como sujeto; que bien lo puedo tematizar, que lo puedo comprender (en el sentido etimológico), que lo puedo poseer, porque puedo dominar lo que es (y eso se puede hacer con lo que es en el fenómeno)… pero que nunca puedo alcanzar esa su estancia en la que él se da y por la que se da como tema, comprensión o posesión.
El ateísmo es una «separación tan completa que el ser separado se mantiene sólo en la existencia sin participar en el ser del que está separado, capaz eventualmente de adherirse a él por la creencia» (p. 82). Es decir que la separación no es un estado que se pueda superar en el sentido de ya no encontrarse más en él, o en el de un estadio por el que se tiene que pasar para encontrar el camino hacia lo que está más cercano con la verdad. Levinas no nos propone una ascesis, sino que nos quiere mostrar la manera en la que nos encontramos con la realidad de un mundo del que estamos origninariamente escindidnos, y del que no tenemos participación.
En nuestro trato cotidiano con las cosas, de lo que ocurre no puede —según el autor— decirse que somos partícipes de su hacer, que somos partícipes de su existencia: «El trabajo, al cual se resiste la materia, se beneficia de la resistencia de los materiales. La resistencia es aún interior al mismo». Esto quiere decir que lo que se hace, por más que se trate de algo que no puedo hacer, de algo que se resiste a la espontaneidad de mi libertad, aun así sigue perteneciendo al mismo, sigue entrando en una relación en la que la distancia puede, en principio, ser superada. Pero no se trata de una posibilidad absoluta, sino de una posibilidad que, aunque sea imaginable, siempre tiene un “si tan solo…”, para realizarse. La posibilidad de mover una montaña es una posibilidad que entra en el campo del mismo, es algo que se pudiera hacer si existieran unas condiciones imaginables; se puede concebir una manera —inexistente en acto, tal vez, pero no contradictoria— de llevar a cabo un acto que físicamente es imposible. No se trata, entonces de una posibilidad fáctica, de una posibilidad que se dé de hecho. Levinas no quiere decir que lo que está dentro del mismo es lo que está dentro de lo que yo soy; o es decir, que lo que está con lo que yo soy como ente concreto no es lo mismo que lo que está en lo que es el Mismo como totalidad. En la totalidad, en el mundo físico, en el mundo de los fenómenos se puede poder. Esto no quiere decir que, de hecho, se pueda mover una montaña, pero sí, al menos, se puede poder mover una montaña. «Lo otro se ofrece o se niega a la posesión, pero lo Otro pone en duda su posibilidad» (p. 62). Lo otro (con minúsculas) es lo otro fenoménico, mientras que lo Otro es lo nouménico; en este tenor, lo que se dice de algo es que es o que no es, se trabaja con una lógica bivalente, que no tiene equívoco si se conoce de lo que se trata: «lo que es, es; lo que no es, no es»: es la verdad bien redonda parmenídea. Es la lógica de la totalidad, es la materia de la que vivimos, es el lugar en donde el Mismo habita, es el en lo de sí. Pero ser en lo de sí es infundable.