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En el discurso y por el discurso, se manifiesta el otro como otro, se manifiesta como alteridad. Se deja ver (se cuela) lo nouménico en el fenómeno. Pero, ¿cómo es esta relación posible?, ¿cómo se puede encontrar algo que rompa con lo que es el fenómeno, algo que des-integre la existencia y las experiencias (o es decir, que instaure la ética)?
Hay que recordar que, aún en el mismo Kant había una manifestación de lo nouménico en lo fenoménico y que es lo que se da con primacía: la libertad de la espontaneidad del yo. En Levinas, lo que ocurre es que esto pasa a un plano secundario, en el que justamente esta espontaneidad y libertad del yo (del mismo) es la que se funda sobre el hecho de la separación y se vuelve una existencia insignificante (un mundo silencioso, producto del solipsismo de la falta de fundamento).
El ser consciente, por más que cuenta con lo inconsciente y lo implícito, más denuncia su libertad como encadenada a un determinismo ignorado. La ignorancia aquí es un desarraigo sin comparación con la ignorancia de sí en la que se hallan las cosas. Está fundada en la interioridad de un psiquismo, es positiva en el gozo de sí. El ser prisionero que ignora su prisión está en su casa. Su poder de ilusión —si la hubiese— constituye su separación. (p. 78)
La libertad, orgullo y fundamento de toda la filosofía ontológica occidental, es para Levinas un motivo de vergüenza en lo que se refiere a su relación con el Otro: «la moral comienza cuando la libertad, en lugar de justificarse por sí misma se siente arbitraria y violenta» (p. 107). La filosofía no nacería del indagar sobre ella (del mandato délfico de conócete a ti mismo), sino que «filosofar es remontarse más acá de la libertad, descubrir la investidura que libera a la libertad de lo arbitrario» (ídem). El conocimiento filosófico primario será entonces esta relación con lo que se muestra como algo que lo cuestiona en su posibilidad la libertad del yo y que es lo que, al mismo tiempo, lo justifica (porque se descubre injustificada desde sí).
Para descubrir la facticidad injustificada del poder y de la libertad es necesario no considerarla como objeto, ni considerar al Otro como objeto, es necesario medirse al infinito, es decir desearlo […] Esta manera de medirse ante la perfección de lo infinito no es una consideración teorética. Se lleva a cabo como vergüenza en la que la libertad se descubre asesina en su mismo ejercicio. (p. 106)
El yo, en su libertad, en su separación, no puede encontrarse sentido, no puede evitar caer en el absurdo. El sentido, lo que hace que no sea la existencia un mero transcurrir infundado es producido por el Otro. «El yo, en la negatividad que se manifiesta por la duda, rompe la participación, pero no encuentra en el cogito solitario un alto. No soy yo, es el Otro quien puede decir sí. De él viene la afirmación. Está al principio de de la experiencia» (pp. 115-116).
Esto es así porque la experiencia es un alcanzar lo otro (experimentar lo otro), por eso la experiencia fundamental es la experiencia de lo otro en tanto que otro, no en tanto que el mismo, experimentarlo en mí, pero desde sí (καθ᾽αὐτό).
El Otro, cuando afirma, proporciona todo el sentido positivo en el que se basa la experiencia de la vida, es lo que me manifiesta mi no-soledad, mi no absolutez, mi finitud y permite, por lo tanto, la ética, el moverse, el encontrar un motivo fuera de mí, que es lo que posibilita el movimiento; trascendencia (alteridad) absoluta que, a pesar de trascenderme, me mueve hacia ella (con la misma forma que la Idea del Bien en Platón o que el Primer Motor aristotélico).
El Deseo se configura entonces como una tendencia primera, en la que soy llamado a encontrar, de una manera desinteresada, aquello que me maravilla sólo por su infinitud, por su sola noticia, sin que yo me vea impelido y que, entre más me acerco a ello, más lo quiero, porque nunca lo puedo.
Es así que la relación con lo nouménico se configura, no ya como en Kant (producto de una deducción lógica a partir de la evidencia fenoménica) sino como lo que se muestra en la relación directa, en el trauma puro.