1.8

Anteriormente se ha hablado de “experiencia” en un sentido amplio, como referida a todo lo que ocurre con migo en tanto existencia, sin distinción de la cualidad de esto que ocurre. En adelante, es precisa una distinción entre experiencia y vivencia. Por vivencia se entenderá todo lo que ocurre con migo en tanto vivo, en tanto que se refiere a lo que soy íntegramente, y que abarca todo lo que me apela como existente, lo que significa que incluye también la memoria y, sobre todo, la apelación de lo que se vive; de tal manera que cuando se hable de “vivencia”, debe tenerse presente que se está hablando de una situación vital [de algo que está situando la vida de quien lo vive]. De otro lado, por experiencia se entenderá una referencia a la vivencia desde un posterior análisis más bien de carácter teorético, que necesariamente dejará de lado mucho de lo que se encuentra en ella y que —mayormente, pero no únicamente— se aplicará a la construcción objetiva de la experiencia. Es decir que, en un sentido, lo que se experimenta sería una parte de lo que se vive, aunque, como tal, no es posible que alguien experimente algo, sino que, eso que se experimentaría, se vive como todo lo demás, pero se constituye como experiencia una vez que, a posteriori, se analiza la vivencia.

También más arriba, se ha tratado de la memoria histórica del yo (o de la memoria inconsciente o de la memoria corporal); en adelante eso se llamará, por economía, simplemente como “historia del Yo”; se dijo también que esta historia está arraigada en el cuerpo y que, por lo mismo, constituye un saber. Como contraparte, hay lo que también se aprende en el actuar, pero que se arraiga en el conocimiento-entendimiento1, que se queda fijado en conceptos y que no encuentra una directa repuesta corporal [entitativa] a lo que en cada momento se vive, sino que su repercusión se da de manera plenamente consciente en la consideración y reflexión de lo que se concibe a partir de una situación2

Cada vivencia se descubre siempre con un sentido de acción (tomada esta palabra en un sentido estricto, como todo lo que es acto [como todo lo que se hace]). El descubrimiento del mundo [el conocimiento de lo que es] ocurre al yo-consciencia gracias a la actividad del Yo-ente, se descubre el sentido de las cosas a partir de la inter-acción con ellas, y su encuentro no es (no primordialmente, por lo menos) teorético. Esta inter-acción significa un llegar de Mí hasta lo real, hasta lo que es otro de Mí y actuar, incidir en ello, trans-formarlo y en esa misma acción transformarme con él. No sólo se trata de llevarme —por mi movimiento— hasta lo otro, sino de conformar mi propia entidad con la incidencia de ello sobre Mí en función de lo que busco y de lo que Soy.

Se requiere de una apelación (del objeto a nosotros) y de una interrogación (de nosotros al objeto) para poder verificar el aprendizaje de un entendimiento o la incorporación de un saber. El conocimiento del sentido de lo que existe en el mundo pasa por que lo que me objeta se muestre, pero no en la estaticidad e inefectividad de una obra escultórica o pictórica, sino que se muestre en su movimiento, el descubrimiento de su motivación es el desentrañamiento —tanto, cuanto es conscientemente posible— de la entidad del objeto; aunque el ámbito entitativo permanece sólo como el de la realidad3. Así, tal interrogación debe ser activa, debe incidir en la actualidad de lo que lo ente es; por lo tanto, es sólo en la inter-acción en la que podemos descubrir la motivación y, entonces, la entidad —que es motivada— de lo que nos objeta. Pero no sólo ocurre que se descubre la propiedad existencial [lo que es propio de sí en tanto que existencia] de lo que me enfrenta, sino que también se va desentrañando el significado, para Mí, de su objeción: se va formando un juicio de los objetos.

Con la inter-acción se va formando la sapiencia-entendimiento de los objetos. En la temporalidad de la existencia se va descifrando el comportamiento de lo que es además de Mí. El entendimiento de los objetos se los arranca al devenir puro y los coloca en una situación, en su co-determinación con los otros objetos, y los dota de sentido racional: de un por qué [el entendimiento de su principio] y de un para qué [el entendimiento de su finalidad]. Y también de un sentido temporal: de un desde donde [origen] y de un hacia donde [destino]. El conocimiento de lo que es no supone sólo la sensitividad extensiva sino también la configuración de eso sensible en su objetividad (convertir lo sentido en objeto) y, a partir de eso {del conocimiento de lo que es el objeto allende} se manifiesta su implicación aquende, y se da el movimiento —por la perenne apelación de la consciencia a la motivación— consecuente. Lo que se va descubriendo de los objetos (nunca hay un descubrimiento último de ningún objeto) se ejerce en el movimiento mismo de conocerlos; este ejercicio determina la efectividad de ese conocimiento en Mi acto de ser, esto es, el éxito o fracaso del movimiento que supuso la verdad de ese conocimiento.

Todo entender o todo saber, en el momento de su descubrimiento, se in-stituye en la consciencia y es esta institución del sentido del objeto la que vuelve ante la ocurrencia de otra objeción semejante: se re-stituye. La fuerza con la que esté instituido el entendimiento o la sapiencia de un objeto determina la fuerza con la que se restituirá a la consciencia ante una semejante objeción; y esta fuerza puede ser débil en su origen o puede irse atrofiando con el tiempo. Al ejercerse, un entendimiento o una sapiencia se refuerzan o se debilitan; el éxito o el fracaso del ejercicio verifican o falsean el conocimiento que se tiene. Todo fracaso se da porque hay antes una motivación (que impele al movimiento fracasado) que viene del Yo-ente; cada fracaso es, por lo tanto, mi fracaso de ser Yo; es la no-actualidad de lo que mi entidad busca; es, en este sentido, una virtual disminución de mi entidad.

Se evita, entonces, el renacimiento de lo que me acerca a lo que niega mi acto de ser, se juzga molesto, se repulsa lo que me hace fracasar, lo que me disminuye. La falsedad de un conocimiento supuesto se intuye por un juicio de molestia o hasta de repulsión: un juicio de verdad es un juicio de agrado o hasta de deseo4. Así, la verificación de lo que se conoce, ya por aprendizaje ya por incorporación, es un ejercicio exitoso del conocimiento que me ocurre del objeto, de la concepción del objeto en la que es configurado a partir de la sensitividad. El objeto ocurre a la consciencia ya concebido y la concepción se determina por lo que se sabe y lo que se entiende.

Lo que conscientemente se descubre, se in-stituye en lo inconsciente y, desde ahí, determina (por su re-stitución) la concepción de lo que ocurra en lo sucesivo. La institución de lo que se conoce puede darse como un aprendizaje (del entendimiento) o como una incorporación (de la sapiencia). El entendimiento es el descubrimiento de lo racional [rationālis] de lo objetante, es el desentrañamiento de su principio y de su finalidad; es una consideración que se puede agotar en lo teorético: pura categorización lógico-lingüística, sin juicio. La sapiencia opera en un ámbito de bastante más obscuridad, es un descubrimiento que no se notifica lingüísticamente a la consciencia, sino que aún en su conocimiento permanece como sensibilidad, como noción de un sentimiento que se relaciona con lo que se apercibe y cuyas consecuencias aparecen, no tanto como pensamiento, cuanto como efecto en lo que se concibe o en lo que se piensa, pero sin manifestarse ella misma {la sapiencia} como tal, sino sólo su consecuencia. Lo que Yo sé de un objeto no aparece nunca en la consciencia, a no ser como la manifestación de esa sapiencia relativamente a la situación del mundo [de la existencia] en la que me encuentro. (Todos los caminantes sabemos caminar, pero pocos entienden el caminar.)

Es decir que, cuando algo se aprende, se desarrolla un entramado conceptual-ligüístico que permite volver sobre ello intencionalmente porque se ha estatizado como palabra, como frase, como relaciones de conceptos teoréticos (meramente objetivos, abandonando el juicio o con un juicio débil) y también permite entender (aunque sea a grandes rasgos) sus causas y sus efectos. Lo que se aprende de un objeto es su razón [su ratio] y se puede hablar de ello [λóγov διδóvαι]5. El entendimiento trata de alcanzar a lo otro tal cual se me manifiesta (en la sensación y en la interacción), sin interés —ni egoísta ni altruista— por lo que ello signifique para mi motivación, simplemente encontrándolo como existe, como se siente y se comporta; intenta encontrarse con la manifestación del objeto que me toca en su devenir, lo que se asoma de su entidad en su comportamiento en el mundo. El desciframiento de [el esfuerzo por entender] lo que es enfrente de mí [lo que me objeta] lo estatiza, pero no en una percepción: lo estatiza en una concepción [en un concepto]. Las concepciones estáticas, muy por lo general, vienen con las palabras.

La incorporación, en cambio, lo es del saber, que siempre llega por la acción. Cada acción que el cuerpo ejecuta conforma al cuerpo con ella, lo determina de manera tal que el movimiento que se busca se dé; el éxito de la acción —su no repulsión— provoca la reiteración efectiva de eso mismo que se ha hecho antes. Este ejercicio de lo mismo va modificando las disposiciones corporales del ente que Soy; es decir que paulatinamente la disposición al movimiento tal se va incorporando. Si el movimiento en primer lugar ha necesitado de la concepción consciente para determinar su realización, cuando ya se incorpora [cuando ya se sabe] el Yo no necesita más recurrir a la consciencia para realizarlo [para traerlo a la realidad]. El saber, entonces, se determina por el movimiento intensivo, aunque siempre referido a lo allende; los movimientos meramente intensivos (la digestión, la circulación) no se pueden conocer, la sapiencia es de los movimientos que involucran a la motivación en tanto que tiende hacia lo ajeno. La sapiencia es —en cada momento— situacional, pero siempre se refiere a lo que hay que hacer con relación al Yo, a cómo se ha de recibir a determinado objeto, a cuál es la re-acción que merece su apelación y a la determinación de la manera en la que puedo alcanzar corporalmente lo que deseo conscientemente; me manifiesta lo que —a partir de lo ya vivido— se espera que haga tal o cual existente (manifestación que no aparece entendidamente). El saber, entonces, es siempre referido al movimiento (la concepción de lo que ocurre en la consciencia es también un movimiento de mi Yo).

La conformación de la historia se da de forma inconsciente. La institución de lo conocido [de lo en la consciencia] es una asimilación de lo vivido a lo por vivir; es una inclusión de lo que me pasa y de lo que hago a lo que Soy; de ahí su papel efectivo en la existencia. Cada momento, cada percepción, cada sentimiento está conformado por la apelación a lo que Soy, el aprendizaje y la incorporación instituyen en mi Yo el entendimiento y la sapiencia de los objetos, y de ahí las nuevas apelaciones a lo que Soy invocan también esto instituido y lo restituyen a la consciencia. La historia se incluye en lo que Soy; de ahí su determinación de la vivencia. Esta determinación, empero, lo es sólo por su inclusión en lo que Soy; es solamente la respuesta de la apelación al Yo la que provoca su efectividad en la concepción de lo que ocurre.

No solamente lo histórico es lo que conforma lo que existo [no sólo Soy lo que se ha instituido] también Soy, desde luego, lo ya instinto; esto es que, de las disposiciones corporales por las que tiene que pasar lo sensitivo para existirme, están las que me conforman desde el principio, desde la anterioridad de lo genérico. Lo instituido es histórico, lo instinto es innato, pero esto no quiere decir que la historia no pueda modificar lo innato. En la actualidad de mi entidad, lo que Soy [el estado de mi cuerpo] es la unidad de ambas [la confusión —por usar esta dicotomía— entre lo natural y lo cultural], por lo que no es posible discernir cualitativamente lo que es instinto de lo que es instituido: ambos se confunden porque la referencia fundacional de lo existente es la entidad actual [el presente del cuerpo] sin distinción de si este estado es transitorio o ha permanecido o es reciente (todo lo cual sólo se puede discernir por la memoria consciente [por la re-vivencia objetante]). La distinción entre estos dos ámbitos siempre es a posteriori de la vivencia, en el discernimiento de lo uno y de lo otro basado en conjeturas y deducciones, pero no por algo inherente y que los distinga de por sí, sino por la manera en la que se relaciona y en la que se manifiesta cada uno de los impulsos con lo que se conoce que se ha vivido, para determinar lo que parece haberse aprendido y lo que no.

La institución del entendimiento se da conceptualmente. Es posible, por lo mismo, que se entienda algo que se escucha o que se dice sin una comprensión cabal de lo que significa. El significado siempre apela a la subjetividad ante lo objetante [a lo que, de lo que me objeta, importa a lo que me sujeta], a los sentimientos asociados a las percepciones; pero el entendimiento, al ser meramente teorético, no necesita comprender la parte subjetiva. Por lo tanto, es posible entender algo sin comprenderlo en lo que Soy. El entendimiento que es comprensivo cabalmente es sólo el que lo es del propio saber y, por su lado, es éste el único conocimiento que puede decirse filosófico. Cuando lo que se descubre es lo que se sabe de la propia vida, de la de los semejantes y de la de lo ente, es entonces cuando se hace filosofía. Un entendimiento sin comprensión vital de lo que se entiende es un cadáver que camina.

La historia del Yo, las sensaciones y vivencias que se han incorporado a lo que Soy, determinan el acercamiento a lo que aparece en mi experiencia, a lo que me llega por las sensaciones, los sentimientos, las percepciones. No se trata de que el conocimiento de lo que se me manifiesta en mi existencia sea intuido y determinado primariamente por el lenguaje, sino que la concepción [conceptualización] y solidificación [afirmación, fijación] que se dan con el lenguaje vienen después, en el momento en el que se asientan tales concepciones como experiencias recurrentes. La determinación lingüística de la experiencia es siempre secundaria, obedece a una experimentación de la vivencia. Cuando se intelige [cuando se entiende], las estructuras lingüísticas de asimilación de lo en el mundo están siempre presentes, pero hay un nivel de determinación anterior al entendimiento: que es la concepción.


  1. Recuérdese lo que se dijo supra de la distinción entre conocimiento, saber y entendimiento

  2. Por lo general, la función de lo que se entiende en la determinación de una vivencia se da cuando uno se encuentra en un ambiente en el que todo lo que nos objeta nos es habitual, por lo menos en su utilidad (o, si no es la consecución de un fin material lo que se persigue, cuando se trata de continuar con el funcionamiento de un sistema o de una rutina, etcétera en la que se consigue lo que se busca). En el ámbito urbano es bastante más común la determinación de las cosa por su entendimiento, y el saber de ellas muy generalmente se suspende.

  3. No es que se encuentre con lo que es lo otro con lo que interactúo, sino que sus manifestaciones perceptibles indican todas a su origen entitativo y es esta indicación la que, por decirlo así, nos acerca a lo que es eso que nos aparece como mera objeción.

  4. Cuando se presenta a la consideración una proposición hay un juicio, pero no uno que nazca de una categoría especial —lógica— de judicatura, sino uno que nace de la misma entraña en la que se manifiesta la respuesta de lo que Soy ante lo que lo objeta. Así, molesta la presencia de algo que me lastima, como molesta la presencia de algo que se sabe falso o —en su caso— la contraposición de una proposición con otra que la contradice.

  5. Se puede “dar palabra”, ex-plicar, poner ante los otros —y ante el yo— aquello que Me ha convencido de tal verdad; esto es, se puede describir la situación que hace necesarias las rationes que supongo o que hace imposible su negación.