1.4

El sentido del yo en el que se ha hablado antes ha sido —principalmente— del yo que puede entenderse como consciencia o existencia, estas denominaciones serán usadas indistintamente, pues quieren decir lo mismo; el inclinarse por una más que por otra será una decisión un tanto arbitraria, aunque ambas son perfectamente intercambiables. En seguida se especificará otras maneras de comprender el yo, en el sentido de entidad y en el sentido de concepto1.

El yo que existo es concebido por el Yo que Soy [mi consciencia es concebida por mi entidad]. Es un error considerar que la consciencia está fundada —o fundamentándose— en sí misma; no cabe ninguna posibilidad de autoconcepción. La consciencia (que es la existencia) ocurre como un producto. La asimilación, la comprensión, las construcciones mentales ocurren y esta ocurrencia no está determinada por sí misma, ni por la ocurrencia inmediatamente pasada2. Los pensamientos, sentimientos y percepciones no ocurren en una secuencia necesaria, donde la derivación subsecuente se siga de la anterior, de manera que se pudiera, a partir sólo del conocimiento de lo en la consciencia (prescindiendo de las condiciones personales), determinar qué le sigue. Lo que ocurre a la consciencia proviene, no de sí misma, sino de la entidad en la que se arraiga. Lo que existo resulta de lo que soy. Estos dos estadios de la misma unidad que soy Yo, no se pueden considerar idénticos, pues no se refieren a lo mismo; la diferencia ontológica cualitativa entre entidad y existencia [entre realidad y mundo | entre conocimiento y actualidad | entre consciencia y cuerpo] se ha establecido recién más arriba.

El movimiento por el que se da la consciencia es el sentir. Toda sensación es consciente y, por lo tanto, ya concebida; pero lo sensitivo se da previo a la consciencia y a la concepción. Ambas (la sensación y lo sensitivo) serán referidas por la palabra sentir. Así, hay que ver un poco la estructura del sentir, para poder dar cuenta de la consciencia como producto.

El sentir —cualquier acto de sentir— depende de mi cuerpo. En último lugar, reducido a su menor especificidad, todo lo que ocurre en una existencia-consciencia es sensación (nacida de lo sensitivo), y todo lo sensitivo depende de mi cuerpo. Todo lo que ocurre en una existencia individual ocurre —como diría Schopenhauer— debajo de la piel3. Es en la sensación en la que —siguiendo a Levinas4— «se confunden cualidad objetiva y afección subjetiva»; se trata, según esto, de un tercer término (distinto de la entidad mía y de la del otro) en el que «vendría a amortiguarse el choque del encuentro entre el Mismo y lo Otro» y que, por lo tanto —por tal amortiguamiento—, se degrada:

Puede manifestarse como ser distinto del ente: ser que, a la vez, no es (es decir no se implanta como ente) y sin embargo corresponde a la obra en la cual se ejercita el ente, y éste no es una nada. Ser, sin el espesor del ente, es la luz en la que los entes llegan a ser inteligibles.

Es decir, que la sensación viene a constituir esta dimensión ontológica fundada en el ente [la existencia] en la que se puede alcanzar lo ajeno de mí, y en la que se fundan la posibilidad y la temporalidad.

Que lo sensitivo ocurra siempre desde lo corporal es la manifestación de la soledad del Yo ente; son las configuraciones corporales mías las que constituyen y condicionan (en el mismo sentido que las intuiciones puras configuran la fenomenalidad en la estética kantiana) la posibilidad de conocimiento —y, en este sentido— de interacción del ente humano con el resto de lo ente, pero también del yo que existo con el Yo que soy.

Si bien toda sensación que ocurre a la consciencia se concibe en el cuerpo, podemos distinguir —y así se hará en este trabajo— entre sensaciones ex-tensivas [que tienden a lo allende] y sensaciones in-tensivas [que tienden a lo aquende]. Las primeras serán distinguidas con el nombre de percepciones, mientras las últimas serán llamadas sentimientos. Hay una forma especial de sentimiento, que —por su particularidad— merece una categoría propia: el pensamiento, que es tal por la participación del lenguaje, como se verá más abajo. De estas tres se hablará cuando se mencionen las ocurrencias de la consciencia. Previo a lo cual hay que decir que las sensaciones, antes de ser tales [antes de concebirse] se dan como sensitividad.

La capacidad sensitiva del Yo es la receptividad del cuerpo [de lo que Soy] para con-tactar a los otros entes. No todo encuentro con lo otro ente es sensitivo, sino que su incorporación [la notación desde mí de tal encuentro] depende de la capacidad de los sentidos del ente que Soy. El contacto de mi entidad con entidades ajenas sólo se concreta en tanto que la entidad otra es ya adecuada a mi capacidad sensitiva; y esto quiere decir que lo que contacto como ente, sólo me es conocido en tanto que éste mi cuerpo lo adecua con su capacidad de recibir lo que de ello me encuentra. No hay, por lo tanto, ninguna manifestación de lo que es lo otro a la consciencia, sino que, lo que se le manifiesta [lo que le ocurre], lo hace solamente en tanto sensación: en tanto que lo otro ente que enfrenta al Yo ente es visible, es audible, es sensible, es olible o es gustable [en la medida en la que Yo veo, oigo, siento, huelo y gusto a lo otro]. El contacto, origen de todo lo sensitivo, requiere de Mí, de mi presencia, y requiere del otro y de la suya, pero no simplemente como su acercamiento entitativo, sino como adecuado a mi capacidad de sentirlo. No es posible, por lo tanto, que lo otro en su conocimiento [en el mundo] corresponda con lo otro en su actualidad [en lo real]. El fenómeno del ente no corresponde al ente que fenomeniza porque su apariencia ocurre una vez que ha sido acondicionado por el cognoscente. La apariencia de lo que enfrenta como entidad a la capacidad sensitiva de mi Yo (incluso el propio Yo) ocurre en la consciencia [llega a la existencia], pero no puede decirse que haya en mí el ente otro, sino que lo que existe en el mundo que vivo es el objeto de ese ente, es el otro ente en tanto que despojado de su entidad (que tiene de por sí) y dotado de su existencia (que tiene de por mí). Es la confirmación de la soledad ontológica del yo: las sensaciones extensivas [las percepciones] de mi consciencia no provienen de lo que lo otro es, sino de las heridas* (en lo sensitivo) que la entidad de lo otro provoca en mi entidad. La consciencia [lo conocido], por lo tanto, nace sólo desde mí, nace del ente que soy Yo y de mi* sensitividad. Análogamente, el conocimiento de lo que Soy sólo me es dado en tanto que hay la capacidad sensitiva para concebirlo; lo que conozco de mí no es lo que Yo soy, sino lo que, de Mí, siento: la afectación sensitiva al interior de mi cuerpo. Lo que Soy, entonces, también hiere mi sensibilidad, y así aparece como una sensación intensiva [como un sentimiento]. Es decir, que el sentir de uno mismo también depende de la adecuación de lo que Soy a mi capacidad sensitiva y que, por lo tanto, en el conocimiento no me conozco en mi entidad, sino sólo en mi existencia, en lo que, de mí, siento en cada momento, en lo que se me manifiesta en la sensitividad.

Las sensaciones extensivas [percepciones] y las intensivas [sentimientos] difieren en que, mientras las primeras manifiestan lo adecuado a la capacidad sensitiva de mis órganos exteriores, las últimas manifiestan lo adecuado de Mí a la capacidad sensitiva de los interiores: las percepciones son objetivas, mientras que los sentimientos, siendo objeciones, también son subjetivos [porque provienen de la sujeción de mi entidad a mi existencia]. La diferencia consiste en que —en principio— los objetos se pueden alcanzar, o rechazar, mientras que el sujeto no (el único sujeto que se conoce —en tanto que sujeto— soy Yo). Los sentimientos ocurren como subyacentes a toda otra sensación, mientras que las percepciones se manifiestan en su particularidad siempre renunciable con el movimiento. Mientras que por las percepciones conozco en dónde estoy, por los sentimientos conozco cuál es el sentido de mi estancia.

Entonces, esta consciencia-existencia no es eminentemente pensamiento (aunque, muchas veces, sea esta la parte perdurable): la consciencia es, en cada momento, el cúmulo de sentimientos, percepciones y pensamientos que ocurren, que vienen a ser en ella; no hay consciencia sin algo que la llene. Y estas ocurrencias se entrelazan de tal manera que la frontera entre ellas (sobre todo entre el pensamiento y el sentimiento) es poco clara5.

Así, los pensamientos tienen su origen de la misma manera que los sentimientos, son ocurrencias en la consciencia de lo que nosotros somos ahora (mientras las percepciones lo son de lo que es fuera de nosotros). Es decir que, aunado a un sentimiento de alegría, se encuentran pensamientos que lo acompañan y le son afines. Que un sentimiento puede venir como resultado de un pensamiento y un pensamiento como resultado de un sentimiento; que cualquier pensamiento espontáneo viene porque es una demanda del estado del cuerpo[de la situación del Yo que soy]; que cuando yo pienso en cualquier cosa, estoy respondiendo a una querencia o a un miedo (placer-dolor), es algo que cualquiera puede ver, apenas se asome con un poco de sinceridad hacia sí mismo. Cada pensamiento que ocurre, lo hace, no por invocación de otro pensamiento, ni por una intención consciente6, sino porque viene desde la parte inconsciente de nuestra constitución corporal (o viene de la parte consciente, pero se lingüistiza y se piensa, por lo tanto): Pensar es sentir con la palabra.

Hay, en efecto, actos que son operados en nuestro cuerpo, no por nosotros, por cada uno en tanto uno, en tanto existencia deseante y determinante del movimiento (aunque sólo del extensivo) sino por el cuerpo como tal; algunos ni siquiera dependen del sistema nervioso. Actos que están ahí, que a veces nos llegan en forma de dolor, de un calor, de unas cosquillas; hay también cosas que queremos y que conseguimos sin saber cómo ni por qué ha tenido que pasar nuestro deseo para realizarse (v. gr. la cicatrización y la consecuente calma del dolor que implicaba la herida). Eso sólo significa que hay movimientos de lo que Soy que ocurren inconscientes, sin que en la existencia se noten (o, a caso, sólo en su manifestación objetiva-perceptiva, ya que no hay manifestación sentimental).

Así pues, esta existencia —descrita trascendentalmente— es el donde de las ocurrencias; descrita fácticamente es, en cada momento, las ocurrencias (que han quedado establecidas en percepciones, sentimientos y pensamientos). Este yo, entonces, es sólo el receptáculo, un espejo, un espectador, de lo que es traído a la consciencia. Lo que ocurre a la consciencia [en la existencia] no la apela a ella, sino al ente que la funda; la consciencia no es establecida por sí misma, ni establece lo que le ocurre, sino que unifica [sintetiza] las sensaciones y descubre su sentido, pero ella misma carece de entidad. Esto significa que no tiene un movimiento per se, sino que sólo refleja la motivación del Yo. El yo que existe, el que conoce, no tiene una responsabilidad [responsividad], sino que padece la responsabilidad del Yo que es, que actúa. En mi existencia se conoce lo que el Yo necesita conocer para el ejercicio de su libertad [para la búsqueda de su realización]. El impersonal se compete a la existencia en cuanto trascendental (un constructo teórico-conceptual), pero la existencia —sin apelarse a sí misma— apela siempre a su fundamento, quien —a su vez— la funda desde esa apelación. El surgimiento de la consciencia, de nuestra existencia, se da en razón de que puedan realizarse los movimientos extensivos del ente que Soy. Es por eso que la capacidad sensitiva que la funda —conocer es sentir— es adecuada a ello, a la exigencia de actuación del Yo y a la manifestación de que esos actos deben hacer permanecer y extender mi entidad.

Cada sensación es juzgada en su concepción para motivar al Yo a realizar-se. La consciencia-existencia-mundo es concebida por el ente que Soy para conocer, de lo real, lo que le sirve para sostenerse, aunque —con la reflexión— se ha llegado bastante más lejos que eso, siempre a consecuencia de lo mismo: el humano ha llegado a filosofar; a tratar de conocerse y de conocer al mundo más allá de su existencia, hasta su entidad (lo cual es, a la vez, un despropósito inalcanzable y un motivo insuperable).

Toda esta existencia, toda, tiene ocurrencia sólo como consciencia; todo el mundo, todos los objetos existentes, sólo son por el conocimiento que yo tengo de ellos; y sólo se conciben dentro de un cuerpo. ¿Qué significa esto? Significa que todo lo que existe, siempre y cada vez, existe en mí. Esto no supone que, en principio, el ente humano es individualista (es decir, consciente de su separación y acrecentador de ella); muy al contrario, originariamente no se encuentra la distinción entre yo y mundo por lo mismo —mi existencia son mis sensaciones, y el mundo es mis sensaciones; luego, el mundo es mi existencia, y mi existencia es el mundo (se trata de una tácita identificación hombre-mundo7)—. Pero lo que supone para esta investigación —y que siempre ha sido válido— es que toda sensación, que toda querencia, que todo pensamiento, que todo lo visto, que todo lo oído, que todo lo que existe, me ocurre: ocurre dentro de mi cuerpo.


  1. La distinción así establecida, se verá reflejada en la escritura por medio del uso de mayúsculas iniciales en las palabras que se refieran al Yo que Soy como entidad (en la palabra “Yo”, siempre se usará, en otras —v. gr.: “Soy”— sólo cuando el caso lo amerite). Cuando se refieran al yo como existencia se empleará letras minúsculas. Por su parte, cuando se haga referencia al yo como concepto se usará la expresión “mí mismo”.

  2. Tal vez —aunque dicho en un sentido muy especial— la ocurrencia previa apela, como objeto, al cuerpo que soy para que ocurra lo segundo.

  3. «La consciencia inmediata está limitada por la piel, o más bien por las terminaciones de los nervios que parten del sistema cerebral. Más allá hay un mundo del que nosotros sólo tenemos noticia a través de nuestras imágenes en nuestra cabeza» — El mundo como voluntad y representación. Vol. II: I, 1. p. 12. Esto viene a destacar lo que había dicho poco antes: «Pues nada es más cierto que el hecho de que nadie puede salir de sí para identificarse con las cosas inmediatamente distintas de él […]» — Ibídem. p. 5.

  4. Para hallar las referencia de las citas que inmediatamente siguen cfr. Levinas, Emmanuel. 1.I.4: “La metafísica precede a la ontología”. En Titalidad e infinito. p. 66.

  5. Cuando hablo de “frontera no clara”, me refiero a que, si bien puede distinguirse lo que es claramente uno de lo que es claramente otro, hay ciertas cosas que pueden estar en una situación ambigua, y que no llega a verse la demarcación posible entre ambos, por la cercanía que hay entre ellos. Esto, por supuesto, no constituye ningún problema para lo que se dice, pues no se trata de una delimitación de lo que ocurre, sino de una aclaración de lo que hay en la existencia y que, en último término, viene de una raíz común.

  6. Si así fuera, el pensamiento —al ser llamado por la consciencia— estaría ya en la consciencia, lo que sólo movería el problema un paso más atrás: ¿de dónde la intención?

  7. No se trata de que no haya una distinción primaria entre yo y mundo, tal y como la entenderíamos ahora, que se tienen estas categorías bien diferenciadas (pues, para nosotros, ya el sólo hecho de tener estas categorías hace imposible tal identificación). Se trata de que, puesto que todo tiene un origen común, no es tan clara la diferenciación entre lo que ocurre con el mundo y lo que ocurre conmigo, entre el malestar del mundo y el malestar de mi cuerpo. Antes, se ha usado la palabra “individualismo” para indicar una relación con el mundo donde lo que importa es primariamente la afirmación de mi propia voluntad (la voluntad de poder nietzscheana) sobre las demás; más delante se hablará del egoísmo como una condición ontológica-ética fundamental. En su momento se harán las precisiones pertinentes, por ahora sólo es preciso evitar confusiones al respecto.