Muti
A Muti le gustaba saltar (él es un conejo), lo hacía todo el tiempo y lo disfrutaba cada vez; pero se dio cuenta, un día, de que los conejos no saltan, pues saltar no es una intención de los conejos, sino un acto ciego, entrampado en las patas y no en la querencia. Le ocurrió la idea de que sólo él, que había descubierto esa verdad, podía saltar realmente.
Cuando trató de decírselo a los demás, nadie comprendió lo que decía. En un intento por encontrar la diferencia, los otros conejos le pedían que saltara, pero por más que lo hacía no veían —aunque algunos realmente lo intentaran— ninguna diferencia entre los saltos verdaderos y los saltos aparentes.
Con gran paciencia, Muti les explicaba (los conejos, a diferencia de las personas, son amables, afelpados y suavecitos; son condescendientes y se interesan en que los demás consigan sus empeños): “Ustedes saltan, pero cuando saltan llegan a un otro lado, y ese lugar al que llegan les impide que su salto sea verdadero”. Y de otra manera: “el salto es parte de la naturaleza conejezca: no hay ningún conejo que no salte. Tú saltas porque eres conejo, y eso te hace feliz; pero para poder hacerlo de verdad, debes querer el salto más allá de tu conejez”.
Sus amigos consejos, un tanto frustrados por el absurdo que encontraban en sus palabras, aún insistían en que les explicara más: Si Muti lo había entendido, cualquier criatura de dios, con tal de que fuera conejo, podía hacerlo, ¿no? Pero Muti no quería seguir explicando. Para él era el asunto suficientemente claro y no podía discutirse.
Los otros conejos no abandonaron su empeño, y aún cuando Muti se escondió para eludirlos, siguieron intentándolo y platicaron entre ellos para ver si clarificaban la cuestión. Recordando con cuidado, encontraron una diferencia, pero no en el salto mismo, sino en los gestos: Muti no sonreía —ya— cuando saltaba.
“Eso debe ser”, pensaron. Pero lo que ahora no comprendían era cómo se podía saltar sin sonreír; lo intentaron todos, varias veces cada uno, pero ninguno lo logró.
Muti a diferencia de todos, absolutamente todos los demás conejos, no disfrutaba saltando ni le preocupaba que los demás no pudieran realizar su cometido.