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Una primera relación con el otro es el Deseo: «lo Otro es metafísicamente deseado» (p. 57). Pero la naturaleza misma del deseo (metafísica, invisible, trascendente) lo vuelve inalcanzable; de manera que el Deseo «se nutre […] de su hambre» (p. 58). El deseo metafísico es el deseo absoluto, el prototipo de todos los Deseos: «el deseo es absoluto si el ser que desea es mortal y lo deseado invisible» (p. 58).

Ahora bien, este Deseo es, en efecto, posible por un aspecto que Levinas pretende tomar de Descartes, y esto es el hecho de que hay en nosotros ya la idea de lo Infinito: «lo infinito en lo finito, el más en el menos que se realiza por la idea de lo Infinito se produce como Deseo» (p. 74). Hay que considerar, pues, cómo se da esta idea de lo Infinito.

En primer lugar, hay que señalar que

[…] la trascendencia de lo Infinito con respecto al Yo que está separado de ella y que lo piensa, mide, si se puede decir, su infinitud misma. La distancia que separa ideatum e idea constituye aquí el contenido del ideatum mismo. Lo infinito es lo propio en un ser trascendente en tanto que trascendente, lo infinito es lo absolutamente otro. (p. 73)

Es importante marcar la diferencia entre lo infinito y la Idea de lo infinito. En la idea de lo infinito el ideatum (lo ideado, aquello de lo que la idea es idea) coincide con la idea misma, pero esto no quiere decir que el asunto sea reducir lo otro a lo que se idea de lo otro.

Aquí lo que importa o lo que hace que lo ideado y la idea coincidan es que no es posible contener el Infinito, dotarlo de contenido. Lo infinito es trascendente; y esta distancia trascendiente no permite alcanzarla por ningún medio, lo que se sabe, lo que se encuentra es solamente su infinitud. La distancia no permite ningún acercamiento, lo que se tiene aquí es el thauma de lo Infinito. Lo infinito es lo trascendente, lo «absolutamente otro» pero esta alteridad no se encuentra en el Infinito mismo, sino que su contenido radica en su distancia, alteridad, que, siendo otra, sólo se define por su diferencia, por su absoluta diferencia.

Que la idea de lo infinito sea la idea de lo absolutamente otro significa que lo que se encuentra en nosotros no puede, de ninguna manera, encontrar lo que está más allá. Es, por lo tanto, saber de la propia finitud; es saber que hay algo trascendente al Mismo (trascendente a la totalidad) que hay algo, por lo tanto, que no se puede encontrar en lo de sí, que hay algo que escapa de lo que yo soy y de mi posibilidad de ser. «La trascendencia […] tiene esto de notable: que la distancia que expresa —a diferencia de toda distancia— entra en la manera de existir del ser exterior. Su característica formal —ser otro— es su contenido. De suerte que el metafísico y lo Otro no se totalizan. El metafísico está absolutamente separado» (p. 59).