2008, jul. 30

La cajita musical

Comúnmente huidizo; asustado un poco, enojado otro tanto, y muy alerta siempre. Abre la boca y se entera de su mal: los demás pueden escucharlo y no dudan en usar esa facultad en perjuicio suyo; intenta, pues, sellar sus labios con la palma de sus manos, como un pescador intentando ahogar los borbotones que lo condenan a un lento naufragio. Balancea sus ojos hacia todos lados, nadie parece haber puesto la atención necesaria, pero de pareceres no hay que fiarse: él siempre tiene esa mirada inconspicua y siempre sabe lo que oyó.

Creyendo aparentar serenidad, avanzó hasta tener una vista clara de su objetivo: Era una caja antigua, encantadora, pequeña . Era la razón de haber venido hasta aquí, y cuidado a la vieja Silvia en sus postreros años. Todavía su cuerpo guardaba en su tibieza la prueba evanescente de una existencia ya agotada, cuando él se acercó al tocador y, con sus dos manos, levantó cuidadoso la cajita que nunca antes se había atrevido a tocar, no, sólo hasta hoy, que ya le pertenecerá para siempre.

Se aleja, dejando tras de sí lo pasado, enterrándolo en el gris páramo del olvido; pues su vida comienza hoy. Cuando se siente suficientemente distanciado (¡la osadía de confiar en sus sentimientos otra vez!), la examina diligente: es una caja cuadrangular, con los bordes suavizados; adornada en sus cuatro frentes con flores talladas en oro, que, tras un movimiento suave y circular de sus tallos, apuntan hacia cada una de las esquinas de su respectiva cara: un clavel, un tulipán, una azucena y una rosa. En la tapa, un arabesco abismalmente simétrico, interminablemente abigarrado, con colores que parecían tener luz propia y un olor a pino recién mutilado, a hierro, a lavanda… un olor más bien siempre cambiante.

Supo luego que se trataba de la representación geométrica de una canción: era evidente. Jamás habría imaginado que entre la vista y el oído hubiera una relación más cercana que entre el gusto y el olfato, pero helo aquí, viendo las notas tristes, graves de una canción perdida: Una canción que debe ser la llave para rescatar lo ahí cautivo, lo que le permitiría cumplir el único propósito que su vida ha conocido los pasados siete años.

Se dio cuenta de que la canción atrapada en esas formas era intranscribible, que constantemente cambiaba con la luz, la pesantez del ambiente, la rudeza de las miradas, la levedad de los estómagos… Retratarla en un pentagrama era un intento fútil, pues se atrapaba únicamente el instante en que cada línea era escrita, y al escribir la siguiente ya era un trozo de otra canción, de diferente color, textura, embelezo…

Catorce meses pasaron sin que se atreviera a tomar una hoja de papel: Abrazaba su caja: la olfateaba, la veía, la tentaba, la escuchaba, la conocía en cada una de sus partes, hasta conseguirla toda ella en su memoria. Especialmente dificultoso fue aprender a distinguir los colores con el tacto, pues los calores y fríos del ambiente confundían y enmascaraban las sutiles emanaciones de las piedras; o al sostenerla muy cerca de su pecho se aceleraba el ritmo; o al dejarla de tocar los colores se tornaban —unos— opacos, —otros— chillantes ¿Quién habría concebido tal canción? No una canción sonora, sino una canción‐sentimientos, canción‐risueño, canción‐lamento.

Al fin se decidió a tomar el violín, convencido ya de que no era posible que más de ella cupiera en su memoria. Su falta de destreza fue su enemiga, al principio; demasiado lento para seguir el dinamismo de los ambientes. Aun cuando consiguió que sus dedos siguieran instanténeos a su vista, las notas se le escapaban en su rapidez, y, ¿qué era lo que podría hacer? Si su sentido más ágil era, así, incapaz de alcanzar los movimientos multívocos de la cajita ¿Era, acaso, que necesitaría varios instrumentos?: No; la canción era claramente para un solista, pues siempre se desenvolvía de un mismo centro con una expulsión centrífuga y caótica ¿Quizá debía probar con un instrumento melódico? … hacerlo requeriría de un destreza vista sólo en hombres de natural talento musical y afamados por su habilidad … pero era ésta su última esperanza.

Se sentó. Si iba a poder saber de los cambios en las notas antes de verlos tenía que anticiparlos, y eso sólo lo lograría mimetizándose con la cajita; aprendiendo a responder como ella, a vibrar como ella, a sentir como ella. En flor de loto, la oprimió contra su pecho, manteniendo cada mano abrazando su hombro contrario, y así durmió y veló un día, dos, tres…

Abrió los ojos de repente: No, esta canción no puede tocarse en instrumento alguno, pues las que antes vio como notas ahora las entendía como otra cosa, como expulsiones de vitalidad, de dolores, de angustias, de sonrisas, de complacencias… No. Lo que estaba expresado en la cajita no era una melodía, sino un alma humana, y la llave un alma otra, que pudiera sentir con ella al unísono. La llave era su sí mismo, moldeado por la canción‐alma que ha consumido su vida.

Abrió, pues, la cajita, que no ofreció ya resistencia y mostró su maldito tesoro: un rubí rombicosidodecaedro perfecto. Tardó catorce años, pero al fin tenía en sus manos la condición que ella le había pedido para pertenecerle siempre, la que le comunicó con el último de sus alientos. Y ahora él lo entendía todo.