Hoy, feliz. Amanecido con una satisfacción que puede confundirse con varias de las que se hallan (si se buscan con cuidado) en la memoria, pero que no puede menos, ni más, que ser única e irrepetible, como lo es cada instante en su particularidad. Pero no se trata de un instante, sino de un sentimiento (no de una sensación). Un instante que por su propia naturaleza necesita terminar en donde comienza, aunque bien que podría ser una mezcla de dos, uno de los cuales requiere siempre compañía…
Hoy, sí. Abstracción vacía que cada hoy es rellenada de distinta manera. El “hoy” del título viene acompañado de una fecha: 24 de junio de 2008. Este día desperté y llevaba conmigo la carga del día anterior. El veititrés de junio fue un día bello en sí mismo y un día bello para mí.
Hoy, feliz, desperté. Sobre un colchón pequeño y arropando por una cobija que comenzó siendo neutral. Desperté buscándola, después de una noche que nada más fue que una preparación para cuando apareciera, y ni siquiera sabía si eso pasaría; una noche que fue un deseo contenido por barreras físicas de distancias cortas, un abrazo largo en su duración y caluroso en su otorgamiento pero jamás concretado cabalmente, donde los olores quedaron impregnados y ahí donde está el olor mío, ahí estoy yo manifestando mi permanente desintegración y mi calor, mi propio calor, mi calor particular.
Un accidente afortunado, una petición caritativa, una negación necia y avergonzada y tantas peticiones de disculpas por ambos, ahí donde nunca había existido culpabilidad, sino un fortuito cauce afortunado que terminó en ese lugar por que todo cauce debe localizarse y porque a cada lugar debe llegarse por algún cauce. Ahí, azul.
Hoy amanecí feliz y no recuerdo si antes había pasado.
Una sonrisa y una petición satisfecha. Unas barreras a las que, al fin de cuentas, sí hay razón para agradecer el que permitan el sentimiento, impidiendo la sensación.
Hegel, pues, debe con urgencia ser desterrado de toda biblioteca que se preste de ser seria y relegado a los anales del olvido, y todo aquel que se llame hegeliano merecerá la burla y la ofensa de quien alguna vez —una por lo menos— en su vida ha filosofado.
Hoy, después de quitarme las estorbosas sábanas, encontré entre mis recuerdos un sueño borroso, cada vez más. Encontré una escena aislada, la tomé y quise conectarla con las otras pocas —también aisladas— que tenía, pero, al centrarme en ésta, las demás desaparecieron y no volverán y, entonces, cuando me enteraba de que las otras habían huido, la que estaba retenida se fue también. Descubrí que mis pies hacían un movimiento uniforme y tranquilo, formando círculos con los dedos, obligaban a que las figuras aparecieran, pero éstas desaparecían en cuanto eran vistas o tal vez antes. Un poco molesto, sentí mis ojos irritados y también mi estómago. Una marca roja que se dibujaba sobre mi muslo derecho hizo que me diera cuenta de que, antes de despertar, estaba ya vivo, pero no me explicó por qué había que despertar, por qué no puedo permanecer dormido… para siempre, por qué mi cuerpo no me deja y por qué no me pregunta. Tal vez después lo averigüe.
La noche de anoche me llamaba, había dejado sus huellas sobre mí, en mi cuerpo de donde no se borran y de donde las tendrán todavía mis hijos ¿Cuáles? Los que vengan: hay que tener hijos, eso es inevitable. Estiré mis manos, toqué mis pies, mi espalda se encorvó dolorosamente, volteé hacia la ventana que resplandecía. Un sol que sale sin importar lo que pase: Él me despertó, por él siempre despierto, sin importar lo que pase…
Así: sentado donde estoy y haciendo lo que hago (nada)