Arrebatos

En algún momento todo termina; es ésa una verdad no axiomática que, sin embargo, funciona como tal en la humana vida y en el transcurso de sueñitos y de las sombras cavilantes que acompañan, al parecer, el viaje que se hace hasta un lugar remoto de aquí, pero inmediato a la entidad misma.

En algún momento la alegría se acaba y se apaga la risa. El más elemental instinto nos dice que hay que vivir con ello, que no hay caso alguno en revolcarse en el piso y abrirse la cabeza golpeándola contra él; empero, la más elemental racionalidad indica que la carencia de sentido que supone esto último debe ser supuesta, al final, también de lo primero. Y qué tal: aquí seguimos. Bueno, al final nadie —ni Hegel, que no lo entendió— le creyó a Kant sus digresiones éticas (en el fondo, tan arbitrarias como las metafísicas, pero con menos razón por la evidente descompensación cuantitativa de la experiencia propia (de Kant) en una y otra áreas).

Sí, sí. No puede haber una manera en la que se conciba una vida sin el calorcito, tan lindo él, cuando todo se pudre en la frialdad, esa braza incandescente que se aloja en el lugar del corazón: quema, desgraciadamente quema. Y la putez que nos rodea y que parece estar siempre feliz. No es el caso que sea suficiente con la propia fuerza, ni tampoco parece posible que con más fuerza fueran posibles más cosas —pues también se elevarían las posibles‐implausibles que nos llamen—. Tanto más fácil serían las cosas si hubiera un dios y un instructivo como algunos pretenden que es efectivamente; tanto más fácil, también, ser piedra: consistente, precisa, indespetrable.

Con mucho cariño se pretende que halla vida, sin haber jamás preguntado “¿Y para qué la vida?”. Y no es que sea ésa jamás una pregunta pertinente; pero uno siente, en el fondo, que alguien tiene que hacerla, y no sólo eso: alguien tiene que gritarla, para que los demás se enteren de que alguno se ocupa y dejen ellos de ocuparse… Sí, siempre es así, pero siempre ha de vencer la pereza. Bien, qué más da; a quién le importa. En algún momento todo acaba por acabarse: no hay caso.

2010, mar. 8

El momento de la nostalgia perfecta, el más recto de los sentimientos de altruismo (la renuncia) guiado por el más completo de los razonamientos, de tal manera que uno puede levantar la cara, quemarse los ojos con el sol y decir «es lo mejor».

Y es posible que lo sea (¿es posible que algo sea mejor que otro algo?: sólo para un alguien, y esto quiere decir que a veces sí y a veces no: no hay inmanencia de la mejoría o del empeoramiento). Oh, sí; y a partir de aquí todos seremos felices o podríamos serlo; a diferencia de ahora en que es imposible. Bien, eso está bien. Y luego, la nostalgia perfecta. El recuerdo de los días y los momentos, el repaso de las caricias y la palabras, de los bochornos y de los desencuentros, del fastidio (nuestro fastidio) que a cada rato rompe; siempre rompiendo…

La búsqueda obstinada —y sin esfuerzo— de la perfección, del momento y de la vida felicidad‐toda. Uno no puede esforzarse en la busca por ser feliz porque el esfuerzo se sufre y si se sufre se huye ya del objetivo; ergo, la naturaleza de la felicidad implica que ésta venga por milagro, que llegue desde la incesante corriente de mi espina dorsal y se instale en mi cerebro, que no se piense ya, que se detenga el tiempo (que se detenga, así, la existencia: que se aniquile).

Bien, eso está bien. Pero entonces vuelve todo eso que se halla contenido en mi cuerpo y me dice «apenas ayer…». Bueno, ¿y qué puedo hacer? ¿Transformarme y ser lo que no soy? ¿Alcanzar la esperanza y la ilusión que conozco ridículas? ¿De dónde voy a sacar fuerzas para matarme y vivir un otro que detesto de mí? Pero entonces… ¿renuncia? Déjalo y sufre. No. no lo sé. Podría o no podría, ¿importa acaso? No quiero, pero, ¿y si ya no puedo querer? tststststs Bueno, ¿qué significa esto al final?, ¿que la gente puede vivir sin que yo la supervise? ¡Eso es ridículo!: Soy yo quien rige, y quien puede todo lo posible, los demás son como niños y los niños no saben del futuro.

¡Patrañas! ¡Absurdo! Que se queden con ello, que se lo coman y se regocijen. A mí, francamente, no me importa. Nada me importa. Un poco de tiempo es todo… o debería serlo. Y, ¿qué voy a ser una vez renunciado?

Bien, eso está muy bien.

2010, feb. 10
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Hay un indefinible movimiento. Hay, también, una desafortunada subsución de lo muerto en lo vivo. Muchas cosas —que no son cosas— hay, que no pueden encontrarse propiamente… hay una luz, es cierto, o pareciera haberla más allá de lo visto. Habría que creer —¡creer!— que así es o no creer y enloquecer.

Tocar, ser tocado. Tratar, ser tratado. Esperar, ser esperado. «¿Quién eres tú, sabandija, que me retas, que me violas y me obligas a necesitarte?»: Mundo bonito, mundo lleno de piñatas y de dulces, de mujeres y de alcohol |mundo‐par‐mí|ser‐en‐otro|no‐ser‐en‐sí|··· Patrañas que ni siquiera suenan bonito ¿Qué es, en sí mismo, el no ser? · ¿Por qué la nada nadea y no la nada?. Sí. No. May‐be.

¿Se entiendes? Bueno, importa, después de todo, si se entiende lo que se dice, aunque siempre importa más entender lo que otros dicen, por eso de la usanza y las buenas costumbres, por aquello del pragmatismo y de la liga de los amigos inseparables que juntos conquistan lo bueno —¡lo bueno!—, por esto de no poder vivir sin que los otros hagan algo. Bien, que trabajen; bien que me alimenten, que me construyan carreteras y que limpien el baño donde vomito. ¿Por qué habrían de hacer bien más allá de eso? ¿Por qué su mirada retadora y sus deseos medrosos son buenos? ¿Por qué respetar, cariño —¿por qué despertar?—?

Monse —ajá— estuvo hoy socorriendo a su hija que poco ha hecho en su vida como no sea dejar de cagarse en la tela que le rodea(ba) el culo. Monse estuvo ayer socorriendo a su marido (sacudiéndole la verga y ofreciéndole comida con sabor a pobreza (con demasiada agua)). Monse estuvo antier sacudiendo la verga de su amante y soñando con un palacete junto de una viña rosada —¡rosada!— y la evergreen campiña. Monse se embarazó en saliendo de la prepa (se la cogieron por primera vez con el raspor de una corteza de sauce). Mose era deseada por muchos. Monse probó la cocoa por primera vez un diciembre de 1996. Monse tenía el mejor culo de su secundaria; usaba una falda corta. Monse siempre ha querido dormir con un conejo entre las piernas. Monse mira su cuerpo y se horroriza, sujeta sus tetas y las sacude como si se las fuera a arrancar; mete su dedo en el ombligo y presiona tan fuerte cuan puede, se encierra en el baño y llora mientras hunde la chapa de la puerta entre sus nalgas. Monse se desprecia y va a sacudirle la verga a su marido… se sienta en la cama y piensa, mordiendo su índice, con el puño cerrado. Monse se imagina teniendo su propia verga y paseándose con ella, abofeteando con ella a sus mujeres, y regresa a lavar el baño. Monse se arquea, se empina…

No, compañero, nada tiene sentido.

2010, feb. 3

Estos últimos días y meses, algo más de seis, yo diría que siete… Sonrisas y tarareos que no pueden menos que cautivarme; una cierta forma de caminar, una cierta forma de hablar, una cierta forma de quejarse, una cierta forma de vivir.

Hablar y decir, y después callar. Y caminar, caminar mucho. No saber nada, no querer saber, a veces, pero siempre estar ahí. Lágrimas, tantas lágrimas cuantas no he derramado desde que era niño: desde que toda emoción era magnificada por la irresponsabilidad de la vida, desde que lo práctico no me competía, desde los días lejanos en los que amanecer no era conflictivo (sólo el anochecer y, sobre todo —muy sobre todo— el rojizo atardecer en una casa que mira hacia el poniente).

Descubrir cosas y caminar, las más de las veces, sin que yo tuviera un rumbo, ni una orientación. Llévame, llévame por favor al descubrimiento de eso que siempre está ahí, que siempre ha estado, pero cubierto par mi vista, cubierto por cataratas oftálmicas… Hazme, moldéame; soy tonto, lo sé, y no tengo derecho de pedirte que lo soportes, de que lo cargues, de que lo entiendas. Soy tonto. Soy pequeño. Soy inválido. Y, sin embargo, te quiero.

Un abandono, sí, abandonarme. Una distancia infinita, que ha comenzado a hacerse más pequeña (un infinito más pequeño); y un significado irreemplazable, y un cariño que sólo se verá destruido con la destrucción mía. Huellas indelebles y la aparición de nuevos mundos, mundos llenos de adjetivos, y sentir hoy y mañana… y darle un nuevo significado a despertar y ver por fin al sueño como un obstáculo, y poder entregarme nuevamente al descuido, y de vez en cuando enroscarme en el piso.

Festividades y hostilidades varias, todas hechas —sí, hechas— y sólo desechas por el tiempo (deshechas objetivamente, y nada más que eso).

Y, sobre todo, la entrega: la entrega temporal; te entrego mi futuro y en todo lo que haré (y que aun no hago) todo lo que proyecto, en todo estás tú. La construcción de lo que me sigue sobre el cimiento de nuestra unión, sobre la ilusión de ver tu rostro primero en las mañanas, y último en las noches: antes que nada, después de todo, estar contigo… contigo que eres tanto, contigo que me muero… y con tus manos, y con tu boca y tus ojos… tus ojos y mi corazón.

Lleno de agradecimiento. Mañana, pase lo que pase; mañana, aunque el mundo me {nos} aplaste, estaré lleno de la gracia que me has dado, del pedazo de tu vida que te arrebato, de la fiesta que eres, de la suavidad que eres, de la locura que somos, de esto que empezó sin razón, de lo que se gestó esa noche que nos comió y nos escupió a una vida diferente, del encantador sonido de tu nombre y del timbre de tu voz…

Lleno del cachito de tiempo que pasamos juntos, lleno de estos seis (siete) meses, que tienen, sin embargo, más vida que varios años pasados (más vida, la vida que me has dado y la vida que has generado dentro de mí —estoy preñado de ti, preñado de Lysis, de eso que existe y que se llama amor y deseo y paranoia y miedo, un inmenso miedo, miedo de la muerte, miedo de la vida sin ti, que eres mi vida—).

Bonita, corazón, si pudieras comerme…

2008, dic. 26