Arrebatos

No hay ningún sentimiento que el arte provoque que no se pueda desatar, más verdadera e intensamente, en la vida concreta (en la vida del cuerpo pesado, de la carne hedionda, del contacto con el ser), esta vida que ahora se consume sentados en sillones y admirando el paso de efímeras imágenes por una pantalla. Hay, sin embargo quien afirma lo contrario y dice que el arte nos muestra lo que no podemos vivir, y que nos hace, gracias a eso, más y mejores humanos: Quienes lo dicen no tienen vida suficiente.

2011, dic. 6

Aparentemente había caído dormida; su cabello se veía suave y bajaba simétrico formando una curva hacia el final. Boca abajo en el sillón, no se veía su cara, sólo su espalda cubierta casi toda por la blusa color azul con la que llegó, con la que saludó a todos con esa sonrisa.

Nadie le preguntó a ella qué es lo que quería, ni tampoco le preguntaron si quería que se lo preguntaran; todos la vieron y sonrieron. Cuando caminaba la seguían con la mirada, imaginaban cosas, deseaban y odiaban lo que veían —ve-í-an—. Con su blusa azul, su mirada coqueta y unos muslos tímidos al fin se sentó, casi en el mismo lugar que ocupa ahora, casi con la misma ropa que tiene ahora. Aparentemente, había llegado gustosa y sonreído a todos.

Luego la noche se calmó, vino el silencio y la obscuridad.

2011, nov. 29

El encanto de sus majestuosos jardines, la belleza súper humana de sus esculturas y el absoluto buen gusto de sus ventanales. Incansables bardas perimetrales, olores exquisitos, infinitos correres de noche y de día. Maldiciones sumarias y risas enervandas. Mentes felices en rostros distanciados, anestesiados, sujetos por la mole silente de sus cuerpos; con ropa o sin ella, con vergüenza o sin ella, con voluntad o sin ella… todos en los múltiples sillones de piel negra sin saber lo que son ni por qué no están en otro lado.

No saludan y se van… termina otra noche (¿otro día?), una más de todas las que le quedan de vida.

2011, nov. 28

Nos han quitado la esperanza, se la llevaron, la metieron en unos palos y nos machacaron la determinación con ellos, nos hicieron cobardes con amenazas de infantes, nos cercaron con el horror y nos vendaron los ojos para que desarrolláramos amor incondicional al micro‐mundo que llega de la casa a la escuela a la cantina al trabajo a la cárcel a la cena de navidad al siguiente torneo mundial de futbol —felicidad, por favor, felicidad para mí, felicidad sin sacrificio, felicidad sin que la miseria me hable, ni aún la mía, ni la de mis amores—.

Ya nada se puede hacer, hay que dejar que hagan y que sus actos nos lleguen lo menos, aunque a medio mundo se lo lleve la chingada; el medio mundo que está a dos tres pasos de mí, que está más allá de mi alcance (mundo para mí, mundo de un metro cuadrado). ¿Te acuerdas de cuando el futuro significaba lo mejor, aunque el presente fuera la muerte? ¿Y ahora? Ahora la felicidad está confinada a la ratonera que nos han dejado ¡Hay que vivir así! Hay que retrotraerse, retroquererse, retrovivir y finalmente emparedarnos para poder alejarnos de la maldad que —oh, maldita— nos acorrala a nos —oh, impotentes— ¿Qué se le va a hacer? Más máscara, más huida, más yo para regodearme; menos dolor que no puedo evitar, dios mío, menos justicia que se me reclame.

Llévensela, llévense a la esperanza, que con ella sólo se puede la hipoteca y el desdén; llévensela, que sin ella no hay culpa, sólo resignación y ahi con esa sí me llevo.

2010, dic. 20