Se acaba
En algún momento todo termina; es ésa una verdad no axiomática que, sin embargo, funciona como tal en la humana vida y en el transcurso de sueñitos y de las sombras cavilantes que acompañan, al parecer, el viaje que se hace hasta un lugar remoto de aquí, pero inmediato a la entidad misma.
En algún momento la alegría se acaba y se apaga la risa. El más elemental instinto nos dice que hay que vivir con ello, que no hay caso alguno en revolcarse en el piso y abrirse la cabeza golpeándola contra él; empero, la más elemental racionalidad indica que la carencia de sentido que supone esto último debe ser supuesta, al final, también de lo primero. Y qué tal: aquí seguimos. Bueno, al final nadie —ni Hegel, que no lo entendió— le creyó a Kant sus digresiones éticas (en el fondo, tan arbitrarias como las metafísicas, pero con menos razón por la evidente descompensación cuantitativa de la experiencia propia (de Kant) en una y otra áreas).
Sí, sí. No puede haber una manera en la que se conciba una vida sin el calorcito, tan lindo él, cuando todo se pudre en la frialdad, esa braza incandescente que se aloja en el lugar del corazón: quema, desgraciadamente quema. Y la putez que nos rodea y que parece estar siempre feliz. No es el caso que sea suficiente con la propia fuerza, ni tampoco parece posible que con más fuerza fueran posibles más cosas —pues también se elevarían las posibles‐implausibles que nos llamen—. Tanto más fácil serían las cosas si hubiera un dios y un instructivo como algunos pretenden que es efectivamente; tanto más fácil, también, ser piedra: consistente, precisa, indespetrable.
Con mucho cariño se pretende que halla vida, sin haber jamás preguntado “¿Y para qué la vida?”. Y no es que sea ésa jamás una pregunta pertinente; pero uno siente, en el fondo, que alguien tiene que hacerla, y no sólo eso: alguien tiene que gritarla, para que los demás se enteren de que alguno se ocupa y dejen ellos de ocuparse… Sí, siempre es así, pero siempre ha de vencer la pereza. Bien, qué más da; a quién le importa. En algún momento todo acaba por acabarse: no hay caso.