2018, jul. 1

Juntos haremos historia

Hoy es el día. Hoy.

Desde el salinato se ha conformado un grupo de Señores que se han adueñado de la política gubernamental, y del país por extensión. Ellos han dictado reformas, decretos… han puesto presidentes a su conveniencia, han ninguneado a la voluntad popular.

Los fraudes electorales de esta era (1988 y 2006) pusieron a sus respectivos beneficiarios en una crisis, de la que pensaron salir utilizando todo el poder de la presidencia para recordarle a todos que, sin importar el cómo, ellos ya estaban ahí, con las riendas en la mano.

El fraude 88 sirvió como ruptura con lo que fue el PRI en la segunda mitad del siglo xx. Y las privatizaciones asignadas al muy personalísimo antojo de Salinas fueron el instrumento a partir de el cual la nueva casta de amos consiguió su poder.

Y luego vinieron sus devaluaciones programadas, su fobaproa, sus afores, su pemexgate, sus pidiregas, sus toallas, su extranjerización de la banca, su “comes y te vas”, su Pasta de Conchos, sus video-escándalos, su desafuero, su Atenco, su fraude electoral, su guerra imbécil, su extinción de LyFC, su guardería Abc, sus excedentes petroleros invisibles, su avión estrellado en Reforma, su voluntaria, sumisa, colonial invitación a empresas españolas a colectar su parte del saqueo, su masacre de San Fernando, sus torturados y descuartizados, su querencia de “todos los juguetes”, su presidencia comprada, su destrucción de los artículos 3.º, 27.º, 123.º, su pacto por méxico, su privatización petrolera, su casa blanca, su Odebrecht, su estafa maestra, su masacre de Ayotzinapa… su país para hacer y deshacer de él a su capricho.

El neoliberalismo vino a romper con la narrativa revolucionaria (en los hechos congelada desde el cardenismo y muerta desde el alemanismo). El PRI se olvidó de sus sectores e impulso la que llamaron tecnocracia: esto es, las decisiones gubernamentales no deben tomar en cuenta las necesidades políticas, sino solamente criterios técnicos. Como si la gobernanza fuera una ciencia, como si los economistas de la escuela de Chicago no reflejaran los intereses ideológicos a los que sirven.

Esta tecnocracia sirvió de pretexto para ignorar cualquier protesta social: son ignorantes y no saben de qué manera esto que los perjudica en realidad es bueno para todos. Gracias a las privatizaciones y al TLC pronto estaríamos en el primer mundo (sin importar lo que esto signifique, sin una idea siquiera de lo que es la cultura mexicana). Mientras, Raúl se encargaba de capitalizar para la familia el crecientemente jugoso negocio del narcotráfico.

El gobierno prontamente estrechó sus relaciones con los elegidos por Salinas como beneficiarios de sus políticas de re-estructuración económica y juntos planearon la crisis del 95 y el fobaproa. Pronto se hizo claro que los intereses de esta “mafia del poder” eran también los intereses del gobierno.

Vino, con Zedillo, una ruptura con Salinas que le sirvió como chivo expiatorio de los males económicos. Pero no hubo ruptura con los ahijados del régimen, ni estos rompieron con el innombrable.

El triunfo de Fox en el 2000 sacudió los engranes que habían movido al sistema gubernamental por décadas; pero no tardó mucho en hacerse evidente que, con mayor frivolidad y estupidez, los parámetros económicos eran los mismos: más abyectos, más criollistas, más guanajuatenses, pero los mismos.

El sexenio de Fox trajo consigo la suntuosidad palaciega y la reacción católica como elementos adicionales del régimen, mientras que el saqueo del erario se hacía con cada vez menos dispensas.

En este contexto, el contrastante jefe de gobierno del Distrito Federal (una persona que sin ambages se declaraba del lado de los ciudadanos, que llevó una administración eficiente, austera y honesta) era nombrado en todos lados como el favorito para ganar las elecciones de 2006. Fox, quien pensaba de sí mismo ser un héroe, un ídolo amado por el pueblo se encontraba diariamente con estadísticas que indicaban que López Obrador era más querido y mejor visto que él. Su ego frágil, compañía perpetua de personalidades ambiciosas y estúpidas, quiso destruir al tabasqueño.

Fox, Fernández y Salinas maquinaron planes con este objetivo (video-escándalos, desafuero), que finalmente resultaron contraproducentes: Quedaron ellos descubiertos como cómplices y capaces de emplear cualquier pretexto ridículo con tal de evitar que su enemigo llegara la presidencia, y quedó López Obrador del otro lado como una oposición temible para el sistema.

El año 2006 comenzó una segunda reconversión neoliberal del régimen. Lo colusión entre empresarios, gobierno, medios de comunicación, líderes sindicales… en fin, todos los factores relevantes de poder para evitar que una persona acabara, ni siquiera con un proyecto de país, sino con sus privilegios; tal colusión —decía— abrió las puestas a práctica inéditas que acelerarían y re-tipificarían la pudrición del ejercicio del poder.

La guerra sucia, la calumnia, la manipulación, la conjunción de dinero público y privado para conservar la propiedad que ellos sentían tener (y ejercían) sobre el país. Fueron la campaña electoral y el subsiguiente fraude una abierta declaración de guerra de los de arriba contra todo el pueblo de México: “Los que deciden somos nosotros”; primero, porque tienen el poder de hacernos pensar lo que dicten sus publicistas y después, cuando eso no fue suficiente, anulando el único, de por sí pequeño acto de democracia que se nos permite (el voto). Lo que surgió de este acontecimiento, como quieran llamarlo, no puede considerarse democracia.

La represión en San Salvador Atenco en mayo y en Oaxaca en octubre prevenía la disposición del gobierno a cualquier acto criminal con tal de mantenerse en ejercicio del poder. El crimen organizado había, ya desde los últimos dos años del sexenio foxista, lavantadose escandalosamente. Entre la secretaría de estado de los Estados Unidos se acordó utilizar la creciente violencia y el caos resultante para mover el foco informativo, desplazar fuerzas policiales y militares por todo el país y descoordinar cualquier intento de organización opositora.

El espuriato fue —y esto se dice sin exageración— un sexenio de pesadilla. Una tragedia acallada por la siguiente: pertinaces, insaciables, recorrían la muerte, el dolor, el hambre, el frío a todo el país. Las generaciones que llegaron a la adultez en estos últimos doce años se han encontrado con la incapacidad de conseguir ingresos suficientes; la acumulación de la riqueza crece sólo en la parte alta de la pirámide, y con cinismo se dice que si no se gana lo suficiente es porque no se hace más esfuerzo. La psicopatía y la manipulación son las únicas vías hacia el éxito, que es a su vez la única razón de la existencia humana.

El país se convirtió en un infierno; y se usaron descaradas maniobras de enriquecimiento ilícito y en beneficio de cualquiera que tuviera cercanía con el gobernante. Calderón desaparecía por las tardes, a veces por días enteros, para aparecer después con el brazo enyesado “por caerse de la bicicleta”; un hombrecito cuyos complejos constituyen casi toda su personalidad dictando la vida de un país sepultado en capas sucesivas de miseria.

Los dueños del país, felices y envalentonados, decidieron que había que empezar temprano con el siguiente sexenio. Y Peña aparecía diariamente colmado de elogios, con inserciones pagadas y comerciales-reportajes y las encuestas lo ponían muy por encima de cualquier otro. En cierto sentido, lo que intentaron fue replicar el fenómeno de AMLO durante su paso por el GDF, con un muñeco de aparador y el otrora poder incontestable de televisa.

Así, compraron la presidencia en 2012. López Obrador fue levantando desde el principio, pero cuando se acercaba a terrenos amenazantes los medios retomaron sus viejas estrategias; y las silla les resultó mucho más cara de lo que anticiparon. Fue una elección de soberbia; y fue soberbia todo lo que vino después: sus hemiciclos limpios, sus reformas, su corrupción rampante y descarada, su vendimia del petróleo nacional.

Ha dicho López Obrador que los medios se han comportado imparcialmente en esta elección; pero no fue por su voluntad. Las redes sociales desmontaban inmediatamete todas las narrativas que quisieran imponer: caer en las viejas prácticas significaría no sólo no influir en la percepción general, sino perder relevancia.

Y hoy, hoy nos toca hacer historia.

La mano de los dueños del país ha dejado su huella en el proyecto de nación de AMLO, quien pasó la mayor parte del sexenio de Peña AMLO la pasó tratando de convencer a los poderosos de que no era necesario hacerle fraude, y sus posturas se movieron en concordancia. Recientemente, en la cuestión del nuevo aeropuerto y su posición ambigua respecto de la reforma energética han sido las concesiones más recientes para demostrar que está dispuesto al diálogo, siempre y cuando no se trasgredan sus principios.

Desde el principio no se puede equiparar las posturas de AMLO con las de la izquierda anticapitalista. La postura de Andrés ha sido siempre la de dignidad, honestidad, y el amor al prójimo; las implicaciones económicas y políticas de esta postura por supuesto que deben identificarse con la izquierda, pero no una radical, y no una basada en dogmas, sino en principios.

Dignidad, honestidad y preocupación por la felicidad del pueblo son elementos que llevan casi un siglo (desde el cardenismo) siendo ajenas a la administración pública. El tener un interlocutor que entiende los problemas de México y que está dispuesto a escuchar y encontrar no la solución que más convenga a un grupo específico, sino la mejor: Eso es un cambio histórico.

La postura pacifista de López Obrador le ha sido a veces muy criticada. Pero en un análisis frío, una revolución va mucho más allá de la gloria posterior, del «correrán los arroyos de sangre: que gobierne un tirano ¡jamás!» el dolor del pueblo raso, las muertes y los sufrimientos son demasiados.

Más aún, Morena se perfila como primera minoría en las cámaras también. De ser respetados los resultados predecibles, estaría el movimiento en una postura de transformación que ni en 2006 se hubiera conseguido. Seguirá el trabajo de calle: que las presiones del pueblo organizado sobrepasen a las presiones de los poderes creados, que se integre un movimiento amplio que genere liderazgos honestos que puedan mantener la fuerza del partido en la ausencia del líder.

Hoy toca, como quizás proféticamente lo ha reiterado Andrés, comenzar la cuarta transformación. Esto es histórico; pero tenemos, todos, que tener en claro nuestro papel. Conocer la situación actual y el rumbo por el que debe caminarse; y empujar con todas las fuerzas posibles una verdadera transformación.

Estoy convencido de que el país se encuentra en la peor situación humanitaria, mayor incluso que en el porfiriato tardío. Y lo que se nos pide hoy para superar esta etapa humillante, criminal, inhumana es presentarnos en las casillas y depositar nuestro voto. Las amenazas de fraude por parte del candidato del PRI y de las autoridades electorales se han incrementado en esta última semana; eso es cierto. Pero no parece posible para ellos el construir una narrativa que pueda justificar tan milagroso resultado; y entonces sí: a ver quién amarra al tigre.

Hoy, pues, hay que ir a las urnas. Podría ser la primera transformación del país que no pasa por las armas; podría ser el establecimiento de una era de verdadera democracia (que nunca ha habido en México); podría ser el comienzo de una era de dignidad y reconocimiento hacia un país visto siempre como un sirviente de quien le llegue al precio.… Pero lo que hoy nos toca es el comienzo.

Hoy es nuestra oportunidad de, juntos, hacer historia.