1.3

¿En qué consiste, entonces, esta consciencia? ¿De dónde viene? En esta consciencia es en la que ocurre la síntesis de lo que existe; el acontecer de lo existente. Este yo, que es consciencia es el yo que es existencia. Es la ocurrencia de lo que adviene en el ahora en el que existo; es el destacarse de las cosas, en tanto que son conocidas. Ser consciente es ser conociente; la consciencia es el conocimiento tomado su sentido más amplio: todo de lo que tengo noticia, todo lo que percibo y apercibo, todo lo que siento y todo lo que pienso. Todo lo que existe se conoce, y existe por su mismo conocimiento.

Es en este sentido en el que se entiende el esse est percipi: los objetos vienen a la existencia por su percepción, por su notación, por su conocer de ellos; y la existencia misma consiste en ese conocimiento. Pero la existencia no es la realidad. Es aquí que encontramos la referencia fundamental [fundacional] del problema de la soledad: una existencia que es consciencia y que conoce lo que le ocurre, pero que no es —y en ningún sentido puede ser— la entidad de los otros objetos, sino que es la manifestación existente de las sensaciones que la constituyen: es el conocimiento de su apariencia. Mi existencia no está ante la presencia de los entes, sino ante su re-presentación como objetos [existentes | conocidos]. El yo viviente sólo se vive a sí mismo, el Yo ente sólo es sí mismo; el yo consciente conoce todo lo conocible, pero el conocimiento es absolutamente producto Mío, lo que conozco (de la realidad otra y de mí mismo) es ya adecuado a mi facultad de conocer, a mi capacidad sensitiva, a mi concepción de la existencia. La entidad de todo lo ente me es ajena, sólo puedo alcanzar su existencia en el mundo (en mi mundo) como ya conocida. El yo que existo está separado de la realidad, incluso de la de su propio fundamento (del Yo que Soy); el conocimiento de lo ente es imposible, pero yo soy conocimiento, y también Yo Soy ente: Mi existencia, que es producto de mi entidad, está al mismo tiempo separada de ella.

Es decir que, el que las otras cosas estén ahí, en un afuera de mí sin determinación posible —en una manera que escapa a cualquier forma de encuentro conmigo, que escapa a la existencia toda, al mundo— es algo que —en tanto que existencia— me separa de lo real y me coloca en un ámbito distinto, que es determinado por el tiempo y por el sentir. De tal manera que la modalidad entitativa de todo lo ente se encuentra ineluctablemente más allá de mi existencia; el yo sólo puede atender a lo existente y ni aun a lo existente todo, sino sólo a lo que le toca, es decir, que si hay vida en otro planeta, si Sócrates afirmó la inmortalidad del alma, si en este momento hay alguien que me necesite, cómo es el verdor del pasto, cómo existen los animales, qué vive aquélla que anhelo, qué siente una persona que dice que me quiere, si una asesino mató por odio o por amor… todas esas situaciones igualmente son o fueron en la entidad misma en que se dan o se dieron (y se resuelven en el seno mismo en el que son los entes respectivos (que bien pudiera ser —en el caso de los entes animados— su existencia desde sí)), pero esta entidad no puede sino ser, y lo que es, es en la realidad. Una consciencia [existencia] puede tener noticia de ello, puede conocerlo en su manifestación, pero no es algo que pueda ser ella misma ni que pueda llegar a constituirla, sino que siempre se le escapará. Ni el verdor del pasto, ni el amor de otro, ni la dureza de la roca, ni el hambre de otra persona… eso no lo soy, eso no lo vivo, sólo lo conozco como una noticia de lo ajeno. Puedo tener conocimiento de lo demás, pero no puedo tener la entidad de lo demás conmigo.

Hay una diferencia ontológica cualitativa entre ser y existir. Lo ente es en la realidad, es junto con los otros entes, es presente. La existencia-consciencia existe [hace existir] a lo existente en un mundo en donde hay objetos que son conocidos y que son re-presentados. El conocimiento no es, no tiene el arraigo en la realidad que sí tienen los entes. Lo conocido [lo en la consciencia] no es efectivo [no tienen efecto] en lo real, sino hasta que un movimiento es realizado por el ente de que es consciencia; las percepciones, los sentimientos, los pensamientos no son, existen. La existencia es diferente en su cualidad ontológica (es la imitación de la entidad real, según Platón1). La consciencia no alcanza a ser, se queda en la existencia. Los entes, en cambio, son presentes, se dan como presencia, son en el presente. Pero el presente no existe, los únicos tiempos que existen son los ya pasados y los por venir; el presente no está nunca: lo sentido, lo ya fijado en la consciencia se da siempre cuando ya ha pasado, aunque sea pasado in-mediato. El devenir implica la no presencia, es en la consciencia re-presentación: presentación de lo ya presentado [presencia de lo ya presenciado]. Cuando se hable de la consciencia, con “ahora” se denominará a la actualidad más inmediata, al acto menos distanciado, más próximo. En la existencia todo lo presente es ya pasado: deviene.

La consciencia [existencia] es trascendencia de la actualidad del ente que la funda; la existencia [consciencia] es la posibilidad de trans-presenciar [de trascender el presente] y de trans-locar [de trascender la locación]. El conocimiento [existencia] es la posibilidad de haber lo pasado y de haber lo futuro sin que, actualmente, lo sean: es la fundación del tiempo. El conocimiento [existencia] es la posibilidad de estar más allá de lo local, de alcanzar lo que no soy aquí: es la fundación del espacio. El conocimiento va más allá de la actualidad, en él se pre-yecta y se pro-yecta lo entitativamente presente, en él se in-terna y se ex-terna lo entitativamente localizado. La existencia es un instrumento de la actualidad de el Yo que Soy para realizarse con ventaja, una expansión temporal y espacial del Yo que soy que le permite alcanzar lo ajeno y lo no actual [lo no en acto]. La existencia es temporal, deviene; la entidad es eterna presencia. La existencia es espacial, alcanza; la entidad es eterna localidad. Pero, al mismo tiempo, ni el pasado ni el futuro —ni por muy próximos— tienen la realidad del presente, así como el allá no tiene la realidad del aquí donde Soy. La existencia es, a la vez, trascender el ente que Soy y renunciar a la realidad de la entidad de lo ente [a la realidad de mi entidad].

La realidad, por lo tanto, es el ámbito en el que las cosas son, un ámbito en el que se funda todo, en el que todo se presenta y se localiza: es el ámbito entitativo, en donde se da la entidad de los entes. El mundo, en cambio, es el ámbito en el que los objetos existen, en el que se conoce todo, en el que todo se re-presenta y se re-localiza: es el ámbito existencial, en donde ocurre la existencia de los existentes.

En lo real, en lo que es, el fundamento se da en el propio ser, el acto de ser es él mismo fundamental del ente, es en sí la vocación entitativa, el llamado a permanecer y a expandirse en la realidad (el connatus de Spinoza2, la voluntad schopenhaueriana3, la tendencia al Bien platónica4). El acto de ser se agota en sí mismo y busca nada más que ser; las determinaciones entitativas individuales manifiestan la particularidad de cada ente, pero lo general de lo ente consiste en ser, sin ir más allá de eso: escapar a la aniquilación.

Ser es ser aquí y ser ahora; es ser local y ser presente eternamente. La realidad no tienen pasado, ni futuro: es, sin más (presencia pura). Lo real es, en tanto ente, intemporal —aunque no atemporal—: el tiempo no es una determinación de lo ente, porque en ello no se da más que la presencia. No hay devenir, sólo entidad; sin pasado, sin futuro, sin sentido temporal; la temporalidad no afecta la actualidad de ser. No es que antes no haya sido, sino que antes no es: es ahora, es presente. La entidad, no se da como pasada; lo que ha pasado, lo ha sido precisamente por que no es ya, pero en la realidad sólo se da lo que es, mientras que lo que no es está completamente excluido de lo real. El que el ahora de mi situación entitativa sea producto de su pasado no pertenece a la realidad, porque es un conocimiento; aunque efectivamente así se diera, lo ente consiste solamente en su ser actual, sin reparos en lo que haya sido.

En lo real, lo que es, es sí mismo. Su entidad es local; lo que está más allá de su entidad no lo alcanza, por que ya no es él, sino una entidad diferente. No puede transformar su ser para ser también otro; el ente es lo que es y está cerrado en su ser. Su entidad no llega a ninguna entidad ajena. Es solo. Es aparte de los otros entes, no hay fusión, no hay alteración en la entidad de mí mismo; no hay alcance posible hacia lo que está más allá de mi entidad. Lo que soy es lo que soy; pero, en la realidad, todo es. Para llegar a otro tendría que in-cluirme en su entidad o in-cluirlo en la mía; tendría que ser otro, pero entonces sería el mismo que el otro y el otro sería el mismo que yo. Lo otro es inalcanzable en la realidad, para poder ser otro, tiene que ser aparte, alejado por completo de mi alcance y yo del alcance suyo; de lo contrario su otredad sería violada, irrespetada y desvanecida por el ser conmigo o ser yo con ella.

La localidad de ser consiste en esto: que lo foráneo —para estar conmigo— tiene que ser local. Lo foráneo es, entonces, una imposibilidad: en la realidad, en donde todo es, todo es local. Lo afuera de mí no me constituye y me es, por tanto, completamente ajeno; su apariencia no aparece en mi mundo [no es un existente en mi existencia], no tengo de ello nada, ni una sensación. Mi entidad se encuentra cerrada en sí misma como la condición de su entidad: para poder ser, debe ser uno, y trasgredir esto es imposible. La entidad del resto de lo ente es también, cada una, una, que aboga, desde sí, por sí [que se impele a permanecer {siendo}].

En el mundo todo llega a ser, todo es temporal, todo deviene, nada es presencia; en el mundo se re-presenta lo que se presenta en la realidad. Todas las existencias mundanas tienen un sentido temporal, es decir un desde dónde y un hacia dónde. Tienen un sentido porque se conocen, porque tienen un momento y un lugar definido en una totalidad, porque tienen una función y una efectividad posibles. La potencia sólo puede darse en el ámbito del conocimiento [en la existencia | en el mundo], mas no en la realidad, que es pura actualidad. La potencia es proyectiva, pero nunca actual. En el mundo todo deviene, nada es presente, todo ha pasado o pasará. El presente no es una determinación de la existencia, todo lo que le ocurre se re-presenta de la realidad que confronta a mi entidad en lo real; es pre-yección o pro-yección. Nada existe en acto; la existencia es un descubrimiento de lo que hay en la realidad más allá del ahora. En la existencia, se trans-presencia la realidad, se rompe con su eternidad y se temporiza, deviene, se retiene lo pasado que ya no es, que sólo existe [que sólo se conoce] y se arroja la intención hacia lo por venir que todavía no es. En la consciencia se descubre lo que ha pasado y lo que pasará; es un incesante encuentro con lo que ha sido y no es más: «No es posible ingresar dos veces en el mismo río […]»5. En la consciencia se conoce lo que ya no es o lo que todavía no es; nunca es presente, nunca es actual, nunca es real, siempre existente. Su cualidad ontológica es menos que ser. El conocimiento descubre al Yo que soy el tiempo que no es, pero despojado ya de su realidad (realidad que sólo compete a lo ente); expande su entidad desde lo eterno hasta lo temporal, pero es una expansión irreal, no efectiva. La máxima viveza de lo que existe es lo más próximamente pasado, lo que recién no es, la más viva de las percepciones y de los sentimientos es el ahora de la existencia, pero no se puede decir que eso sea presente, pues siempre es ya pasado, re-presentado, posterior al acto de su concepción. La concepción de la consciencia se da siempre luego de la presencia de lo concebido.

En la existencia hay re-presentación ex-tensiva [perceptual | objetiva], y también se re-presenta lo in-tensivo [sentimental | subjetivo]. Esta extensión y esta intensión significan un trascender la localidad del Yo que soy. En la existencia [en el mundo | en la consciencia] lo que es allende el Yo que soy llega hasta mí: la existencia es un descubrimiento de los entes que son más allá de mí. Así, lo ente ajeno —siempre foráneo— se localiza en mi entidad: Lo que no soy existe en lo que soy. Pero su existencia no es su entidad; los otros entes existen en el mundo mío, pero no son en mi realidad. El conocimiento pone en mí lo que es otro de mí, pero la manera en la que alcanzo lo que no soy no es real: la existencia de los objetos no es la entidad de los entes, su conocimiento no es su realidad. Lo otro, existiendo en mí, es mío, no es sí mismo; su apariencia en mí no es su entidad. Su realidad está más allá de todo conocimiento —y, por lo tanto, de todo alcance— porque la consciencia —que es la única que alcanza lo demás— no es. Pero la consciencia [existencia] también me trae a mí mismo hasta mí mismo; trae la presencia de mi ente hasta su represencia en el mundo; lo inserta en el mismo ámbito transpresencial y translocal en el que se alcanza lo ajeno, me manifiesta ante lo del mundo. En último término, toda la consciencia es concebida por el Yo; lo que se quiere decir con representación intensiva es la parte de lo sensitivo que corresponde a los sentimientos. La representación intensiva trae al mundo de lo existente los sentimientos que manifiestan mi entidad, los destaca del ser para existirlos en la consciencia: manifiesta lo que Yo Soy a la existencia [consciencia].

La existencia [la consciencia] es, entonces, algo más que nada, pero algo menos que ente. No se trata de que lo conocido no se dé en absoluto, que no se dé en ninguna parte, que no sea nada. Pero tampoco se da el que lo conocido esté anclado en la realidad de los entes, el que lo imaginado, lo deseado, lo proyectado, lo recordado sea en la realidad, más allá de la consciencia. Lo que le ocurre a la consciencia le ocurre sin la realidad de lo que es, pero sin la vacuidad de la nada. Es un estadio ontológico distinto de ambos.

La soledad se manifiesta primariamente como soledad ontológica (como ser sólo yo, y siempre yo, sin posibilidad de compartir mi acto de ser) y, derivado de esto, como soledad epistémica (conocer sólo lo que me pasa, sólo lo que llega a mí, lo concebido desde lo sensitivo). El ser sólo yo, el vivirme sólo a mí, es una condición ontológica; es algo de lo que no puedo salir, que está en la constitución de cada cual, sin la posibilidad de cambiarse. De tal manera que nunca podré alcanzar lo que está más allá de mi entidad, sino de una manera parcial; o es decir que mi vida transcurre aferrada a lo que soy y constreñida a ello6. La realidad de todo lo demás queda en el ámbito de lo inalcanzable y no ocurre excepción; el inicio y acabamiento de cada acto, de cada querencia y de cada anhelo, de cada sentimiento se agota en mi vida (en mi existencia que soy yo, que son esas sensaciones, que es la presencia mía, la que se duele y se place, el fundamento de todo valor.)

Éste es, pues, el sentido estricto, metafísico, inmediato, primero de lo que es el yo: el yo que existe, que conoce, que está en un mundo en el que hay objetos que lo enfrentan, que tiene pasado y futuro, que —en principio— puede conocerse a sí mismo y a lo que lo rodea, el que quiere y que trabaja por ello, el que necesita y sufre, y el que goza con lo que le pasa; el yo que trasciende la eternidad y la localidad del ente que es él mismo… Esta cosa que piensa o unidad sintética de apercepción que soy inmediatamente como consciente es el primer estadio ontológico —el de la existencia, el del mundo— en el que me doy a mí mismo. Pero el estadio ontológico en el que, sin más, me doy —el de la entidad, el de la realidad— es en donde se concibe lo en la consciencia: el Yo que Soy es el estadio en donde nace el yo que existo.


  1. Cfr. República, X 596d-597e. Ahí, Platón describe la naturaleza de la imitación; dice Sócrates: «[…] si quieres tomar un espejo y hacerlo girar hacia todos lados: pronto harás el sol y lo que hay en el cielo, pronto la tierra, pronto a ti mismo y a todos los animales, plantas y artefactos, y todas las cosas de que acabo de hablar», a lo que Glaucón responde: «Sí, en apariencia, pero no en lo que son verdaderamente». Más delante dice Sócrates del fabricante de camas, que no fabrica la forma (εἶδος) de la cama, sino su concreción en lo que tiene génesis y dice: «[…] si no fabrica lo que realmente es [la Idea] no fabrica lo real sino algo que es semejante a lo real mas no es real».

    Aquello que se ve, que tiene génesis (lo que hay en el mundo) es la imitación de aquellos arquetipos, que son las cosas verdaderamente reales (y que, para Platón, son perfecta, aunque no inmediatamente inteligibles). El paradigma, sin ser idéntico, funciona aquí análogamente: lo real se manifiesta a los sentidos no como es en sí mismo, sino de acuerdo con la sensación y en el orden temporal (las Ideas son intemporales).

  2. «Cada cosa se esfuerza, cuanto está en ella, por perseverar en su ser»: Ética, Sección III, proposición 6 (3/6); «El esfuerzo con que cada cosa se esfuerza por perseverar en su ser no es nada aparte de la esencia actual de la cosa misma»: 3/7.

  3. «[…] lo que la voluntad quiere siempre es la vida, dado que ella misma no es sino la presentación de ese querer de cara a la representación; así viene a ser una y la misma cosa, sólo un pleonasmo, decir sin más “la voluntad” en vez de “la voluntad de vivir”» — El mundo como voluntad y representación. Vol. I: IV, §54, pp. 323-324. Nota: la paginación corresponde a la edición alemana de Arthur Hübscher en Sämtliche Werke. Vols I-II. Weisbaden: Brockhaus, 1966 y cuya referencia se encuentra al margen de la edición que aparece en la bibliografía, de donde es la traducción; téngase esta nota en cuenta para las siguientes citas de este libro.

  4. «[…] respecto de las cosas buenas, en cambio, nadie se conforma con poseer apariencias, sino que buscan cosas reales y rechazan las que sólo parecen buenas [… lo que es el Bien:] lo que toda alma persigue y por lo cual hace todo, adivinando que existe, pero sumida en dificultades frente a eso y sin poder captar suficientemente qué es, ni recurrir a una sólida creencia como sucede respecto de otras cosas […]; algo de esta índole y magnitud, ¿diremos que ha de permanecer en tinieblas para aquellos que son los mejores en el estado […]?» — República, VI 505d-506a. De aquí, Sócrates manifiesta que los gobernantes deben tener como estudio supremo el de la Idea del Bien.

  5. Heráclito. DK B91. Lo que le sigue es «[…] ni tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado; sino que por la vivacidad y rapidez de su cambio se esparce de nuevo y se encoge; antes bien ni de nuevo ni sucesivamente, sino que al mismo tiempo se compone y se disuelve, y viene y se va»

  6. Hay, en cierto sentido, formas de comunicación y también hay formas de conocimiento, pero de eso se hablará más tarde.