Varias veces he escuchado de varias personas que “no se habla como se escribe ni se escribe como se habla”, y esa postura siempre me ha parecido confusa.

Puedo entender que la escritura requiera una manera discursiva particular, del mismo modo que una fiesta, un trámite o una clase, por ejemplos, hacen y requieren distintas maneras de expresarse, sea por el contexto o por el contenido de lo que se quiera decir; también es posible que la falta del sentido de urgencia de la expresión oral nos permita ser más cuidadosos y precisos al momento de escribir.

Pero estas personas han parecido señalar que el modo expresivo de la escritura es uno cualitativamente diferenciado de todos los demás; que hay palabras, fórmulas, modos argumentativos que se deben reservar para uno y excluirse del otro.

Por lo que a mí respecta, no me es posible mantener una barrera semejante. El nacimiento de lo pensado casi de inmediato se moldea en palabras, y el tener que re‐moldearlo para un uso o para el otro me parece una pretensión, a más de tediosa, inútil.