Cosas que pasan por los días

Cotidiano

Publicaciones que tratan de decisiones, experiencias, cuestiones particulares; triviales desde una perspectiva de lo público.

Lo que natura no da, tus asesores ignorantes y pendejos que aceptaron tu tesis ignorante y pendeja para perpetuar su estirpe de ignorantes y pendejos no prestan.

No hay lugar a dudas: el asesinato de Samir Flores fue por su oposición a la termoeléctrica, y sus autores, personas con muchos intereses en ese proyecto.

López Obrador, efectivamente, no es represor. Su honestidad y su pacifismo han superado las pruebas más duras. No puede decirse lo mismo de sus delegados, gobernadores, o de cualesquiera otros con intereses casualmente coincidentes. Quien lo haya hecho, muy probablemente, como lo ha señalado el Frente de los Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua, se sintió amparado por el desprecio y la abierta descalificación del presidente al movimiento de oposición.

A veces parece que López Obrador se entiende como en campaña y no como jefe de estado. Sus críticas a los “conservadores de izquierda” se sienten más como un ataque personal que como una caracterización adecuada —que a veces sí lo ha sido—. Pero la campaña ya se acabó: ya no son estos movimientos adversarios o descalificadores políticos, sino mexicanos que justamente demandan audiencia y ejercen su derecho a hacerse escuchar; mientras que López Obrador es una autoridad, la autoridad, y su opinión tiene muchas más repercusiones de a las que está acustumbrado.

Mucho más allá de condenar este asesinato, el ejecutivo debe entender como prioridad la investigación de su autoría intelectual. Lo peor que puede pasar para la lucha social es que el asesino, aparte de impunidad, consiga su negocio mientras el gobierno federal mira para otro lado.

Este caso será ejemplar. ¿Qué mensaje recibirán los caciques, paramilitares, y todos a quienes les estorban los que luchan por su justicia?: Debe quedar muy claro que esto es intolerable y es responsabilidad del presidente ocuparse de que así sea.

El Proyecto Integral Morelos ha quedado bautizado con sangre.

Varias veces he escuchado de varias personas que “no se habla como se escribe ni se escribe como se habla”, y esa postura siempre me ha parecido confusa.

Puedo entender que la escritura requiera una manera discursiva particular, del mismo modo que una fiesta, un trámite o una clase, por ejemplos, hacen y requieren distintas maneras de expresarse, sea por el contexto o por el contenido de lo que se quiera decir; también es posible que la falta del sentido de urgencia de la expresión oral nos permita ser más cuidadosos y precisos al momento de escribir.

Pero estas personas han parecido señalar que el modo expresivo de la escritura es uno cualitativamente diferenciado de todos los demás; que hay palabras, fórmulas, modos argumentativos que se deben reservar para uno y excluirse del otro.

Por lo que a mí respecta, no me es posible mantener una barrera semejante. El nacimiento de lo pensado casi de inmediato se moldea en palabras, y el tener que re‐moldearlo para un uso o para el otro me parece una pretensión, a más de tediosa, inútil.

Los gasolinazos (más que toda la corrupción, abusos, injusticia, muerte…) fueron el golpe contundente que propulsó la caída estrepitosa del peñismo y, con ello, del neoliberalismo. Obviamente, todo lo anterior se veía engranado en estas alzas evidentemete injustificadas.

La lucha contra el huachicol, en cambio, tiene una justificación palpable para una población que, caprichosa, va también perdiendo la corta paciencia que tiene cuando uno se memete con sus rutinitas. Pero la justificación que se da es sólo la de la superficie: Sí, se trata de acabar con el huachicoleo en un plazo inmediato; pero lo importante es que se trata de rescatar a Pemex para la nación. Pemex: el pilar que sostuvo al presupuesto federal y que permitió alguna soberanía económica para el país desde el cardenismo y que dio, así, margen de maniobra para poder implementar políticas públicas, programas de obra pública, de cultura, de asistencia, de cualquier cosa que se necesitara.

Esta batalla es, pues, la que va a definir el arranque del rescate del país; no es, pues, algo menor. Y eso bien vale la pena de meterse en el volátil asunto de la gasolina.

No les basta con soportar y promover el horror conceptual que significa llamar a este estado “Ciudad de México”, y abreviarlo de la estúpida manera en la que lo han hecho; además, lo expanden.

Cuando uno se refiere a “la” ciudad de México se habla de una ciudad (sustantivo) cuyo nombre es “México”; esta ciudad que en el agún momento estuvo contenida en el territorio del otrora Distrito Federal, fue creciendo y hoy puede entenderse como la mancha urbana que ocupa la antigua ciudad y su zona conurbada (con‐urbado: ser la misma urbe). Cuando uno se refiere al estado Ciudad de México, se habla de un estado cuyo nombre es “Ciudad de México” y que es una entidad federativa con fronteras políticamente definidas.

Así que se puede hablar de que algo pasa en la ciudad de México (la entidad urbana) o de que algo pasa en Ciudad de México (la entidad federativa; esto es, en el estado de Ciudad de México), pero no de que algo pasa en la {estado} Ciudad de México, pues esto es ridículo. En otras palabras, si se escribe “Ciudad” (con mayúscula) se refiere a el estado y por lo tanto no se puede usar el artículo “la”.

Si van a usar denominaciones ridículas, por lo menos tengan la bondad de respetar la semántica correspondiente.

Nota: Ciudad de México no es técnicamente un estado de la república; el llamarlo así es para hacer más claro el asunto.

¡Pero qué pinches chingón se siente el tener un presidente de veras!

Mi nuevo micro‐propósito: abrir mis interrogaciones sin cerrarlas en la escritura coloquial para que los que las cierran sin abrirlas vean qué gacho se siente; o por lo menos para hacer ínfimamente más simétrico el asunto.

Probando nuevos lentes.

Probando nuevos lentes
en Bo. de Santa Catarina

Ya no siento eso en los pies.